viernes, 24 de diciembre de 2010

"Dos hombres contra el Oeste". Una película de Blake Edwards.


















He de reconocer que soy un aficionado a las necrológicas. Es una de mis secciones periodísticas predilectas, y tiene la ventaja de disfrutarse por igual en cualquier diario sin importar los tintes ideológicos que de él puedan destilarse. Al interés morboso que, indudablemente, me mueve a acercarme a estas páginas, suele acompañarle, sin que yo pueda evitarlo, un agudo miedo a que el finado del día sea algún ídolo mío perteneciente al campo de la cinematografía, la literatura o el teatro. Normalmente, esta aprehensión se disipa al comprobar que el obituario está dedicado a algún banquero, empresario, noble venido a menos, cirujano responsable de un trasplante imposible más o inventor de otro artefacto tecnológico revolucionario, con lo cual me dispongo a leer con plena calma la laudatio post-mortem correspondiente. Sin embargo, durante estos últimos meses la pequeña angustia ha visto cumplidos sus peores designios. Y es que, como todo cinéfilo que se precie debe saber (aunque no comparta mis repugnantes vicios lectores), la parca se está cebando con iconos, mayores o menores, del séptimo arte. Una temporada chunga, vamos. Arthur Penn, Claude Chabrol, Manuel Alexandre, Tony Curtis, Berlanga... El último en caer ha sido Blake Edwards.

Me ciño al tema. Director que encontró su Olimpo en la comedia, con joyas como La Pantera Rosa (1963), La carrera del siglo (1965) y sobre todo, la monumental El guateque (1968), Edwards era también un tipo que supo lidiar con solvencia en otros campos. Tenemos su tan mítico como sobrevalorado drama romántico mezclado con comedia Desayuno con diamantes, de 1961 (Días de vino y rosas, de 1962, es posiblemente su mejor incursión en el género dramático, esta vez de vertiente trágica), sus aceptables cintas de cine negro, como Chantaje a una mujer (1962) o Diagnóstico: asesinato (1972) o el musical ¿Víctor o Victoria? (1982). A su estela van ligados lo mejor de Peter Sellers y Henry Mancini, así como algunas de las cumbres del slapstick. Su carrera se fue devaluando a partir de mediados de los 70, aunque aún consiguió éxitos como 10, la mujer perfecta (1979), Cita a ciegas (1987) o las sucesivas e infumables entregas de la franquicia de la Pantera Rosa.

Blake Edwards, pues. Un artesano, como Don Siegel. Un empleado aventajado. Uno de los últimos grandes demiurgos de la comedia clásica hollywoodense. No obstante (y ahora ya sí que voy al grano) yo le recordaré por un film tan estupendo como poco reverenciado.

Se trata de Dos hombres contra el Oeste (1971), o Wild Rovers, sin traductores de por medio. La protagonizan William Holden y Ryan O'Neal, secundados por Karl Malden y Tom Skerritt. Cuenta las peripecias de dos vaqueros, maduro uno y joven otro, que deciden dejar atrás una existencia ahogada entre cabezas de ganado, ranchos insalubres (ha desaparecido la épica pintada por Ford, Mann o Hawks) y un patrón tiránico, anegada en raudales de whisky. ¿Cómo decide la arquetípica pareja hacer el corte de mangas? Nada más fácil y más clásico que robando un banco y escapando con el botín. Eso sí, como el espectador puede adivinar, el robo y su consecuente huida no saldrán tan bien como se planearon. Visto así, el film no pasa de ser una película más de perdedores de la etapa post-Wild Bunch. La trama y sus giros, los personajes (ese Holden maduro y desengañado...), el propio título e incluso figuras de estilo como la cámara lenta en momentos líricos o violentos parecen apropiadas de Peckinpah. ¿Qué es lo que hace especial a este western tan sospechosamente crepuscular? Pues que el realizador de verdad siente lo que está contando. Ayudan una ambientación realista y anti-épica hasta extremos impensables, cosa que (lo siento, Sam) Peckinpah llegó a lograr sólo a medias en su Grupo Salvaje; una fotografía maravillosa de Philip Lathrop, y una música legendaria, muy a la americana, firmada por el maestro Goldsmith.

El profundo cariño que profesa Edwards a sus torpes y fracasados personajes (lo que también le diferencia de otros autores del post-western) se manifiesta en toques de lo que mejor sabe dar Blake: comedia. Pequeños apuntes humorísticos, socarrones y tirando a lo cínico, acompañan a la trama y  puntean la entrañable amistad de los protagonistas, tipos corrientes, paletos que se meten en un lío que les viene grande, pero a los que no se deja de querer. El metraje contiene alguno de los momentos más representativos de la poética westerniana, donde actores, fotografía y música forman un conjunto de quitar el hipo. Sirva de ejemplo la secuencia en que Holden y O'Neal doman un caballo salvaje en medio de una planicie nevada, mientras la cámara lenta y la grandiosa partitura hacen de las suyas.

Considero Dos hombre contra el Oeste una de las últimas cimas del western crepuscular. Una historia poblada por seres sencillos, vastas praderas, ansias de aventura, animales salvajes (aunque no tanto como algunos hombres), cantimploras repletas de alcohol, prostíbulos, mesas de juego y gatillo fácil, hogueras en medio de la noche y tiroteos donde las balas perforan irremisiblemente la carne. Y claro, de compañerismo y amistad, de esa amistad a la que los personajes se agarran cuando se dan cuenta de que el destino les alcanza, cuando aquella promesa de bienestar que fue México se desvanece como un espejismo en el desierto de Texas, cuando ni siquiera se tiene la esperanza de morir dignamente. Como en todo clásico del género, la camaradería, el vínculo entre colegas, es el eje central del relato. La relación entre Holden y O'Neal y su caracterización como dos pobres diablos sin salida, fieros vagabundos que persiguen desesperadamente la libertad, escurridiza como un caballo salvaje, es conmovedora.

Wild Rovers fue un tremendo fracaso de taquilla, y la productora, MGM, redujo drásticamente su metraje en más de veinte minutos. Quedó como la obra maldita de Blake Edwards, que nunca lo volvió a intentar con el western. No obstante, es una de las preferidas de su director. Prueba de ello la tenemos en los títulos de crédito del comienzo. Es la única vez que Blake Edwards, en lugar de estampar su nombre bajo la archiconocida fórmula de "Directed by...", decidió que apareciese "A film by...". Una película de Blake Edwards. Los títulos de crédito están al principio del film. Pueden comprobarlo. Pero, por favor, no se queden sólo en la presentación. Vean la película entera. Igual (no lo sé) era la obra por la que Blake quería ser recordado.

2 comentarios:

  1. La veré en cuanto pueda señor Doménech. Le recomiendo "Mr. Cory" con Tony Curtis y así mata dos pájaros de un tiro en lo que funerales se refiere.

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