lunes, 6 de diciembre de 2010

"À travers la forêt", de Jean-Paul Civeyrac: el amor y la muerte en plano-secuencia.


De vez en cuando aparecen en el panorama cinematográfico pequeñas piezas delicadas y valiosas que pasan desapercibidas entre el maremágnum de estrenos “importantes” que se suceden cada año; uno de estos casos es el de À travers la forêt, breve película francesa del año 2005 dirigida por un tal Jean-Paul Civeyrac, realizador que, como la mayoría de los cineastas independientes más señalados de la actualidad, trabaja en digital, y al que a partir de este momento habrá que seguir de cerca como a uno de los más interesantes estetas del cine posmoderno.

À travers la forêt se centra en Armelle, una atractiva joven que pierde a su novio Renaud en un accidente y que meses después sigue obsesionado con él, obcecándose en la idea de que Renaud se está comunicando con ella desde el más allá. Una de sus hermanas, la más joven, le recomienda que visite a una médium, mientras que la otra, pragmática, insiste en que se olvide de su amante perdido y continúe con su vida. Armelle acude a una sesión de espiritismo y allí se fija en un chico idéntico a Renaud, lo cual ella interpretará como una señal, haciendo todo lo posible a partir de ese momento por conseguir su amor…


Lo que sobre el papel parece un argumento propio de telefilme fantástico-romántico cobra una dimensión especial gracias al tratamiento visual que Civeyrac le otorga, pues el filme está concebido como una sucesión de diez planos secuencia en tiempo real, cada uno precedido por su respectivo título, en los que la steady-cam sigue a la bella Armelle a través de sus fluctuantes estados de ánimo. Ya sea en la primera secuencia, en la que un violento cambio de iluminación simboliza el paso del éxtasis amoroso a la desolación provocada por la pérdida del ser amado, o en aquellas en las que la protagonista es acompañada por sus dos hermanas, formando entre las tres un triángulo impenetrable, el realizador siempre hace gala de un control absoluto de la puesta en escena y la planificación con el objetivo último de crear un todo orgánico en el que cada secuencia tenga sentido por sí misma pero alcance uno mayor en conjunción con las demás. En este sentido recuerda a Irreversible (Gaspar Noé, 2002), otra película francesa también ideada como unas pocas secuencias rodadas en una sola toma, pero lo que en aquella era crudo hiperrealismo aquí torna en extrañamiento provocado por la fusión entre lo real y lo fantástico; como ejemplo de ello el perturbador capítulo titulado “La Noche” en el que la protagonista tiene una onírica experiencia (¿real o soñada?) que la transforma interiormente, o el siguiente “Encantamientos”, en el cual lo sobrenatural irrumpe en la cotidianeidad sin que prácticamente ni el espectador ni la protagonista lo perciban. Quizás la secuencia final sea la única parte en la que este tono propio del realismo mágico no acabe de encajar, pues parece forzada para dejar una conclusión ambigua cuando el viaje de la protagonista ya se había consumado anteriormente, o quizás sea una sensación mía provocada por el hecho de que la imagen digital consigue bellos contrastes de luz y colores en interiores pero resulta mucho más tosca y falta de vigor en el exterior, por lo que ese bosque del título pierde cualquier cualidad misteriosa que pudiera (y debiera) poseer.

En todo caso este mediometraje (dura una hora escasa) deja otro regalo para el espectador: la actriz protagonista. Y es que la tal Camille Berthomier puede pasar a engrosar las filas de jóvenes intérpretes galas de belleza discreta pero agradable que, como Charlotte Gainsbourg, consiguen enamorar a la cámara no gracias a un físico imponente sino a una mirada y una sonrisa hermosas y conmovedoras, tan capaz de expresar sincera alegría como la pena más profunda. A ella, igual que a Jean-Paul Civeyrac, también habrá que seguirla de cerca a partir de ahora.

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