viernes, 18 de febrero de 2011

Fresas salvajes (Ingmar Bergman, 1957). El viaje de la madurez.


La película sobre la que escribo hoy no es un título desconocido ni menor como los otros que he tratado anteriormente, pero el nombre de su autor, Ingmar Bergman, todavía no ha tenido un hueco en este blog. Bergman no me parece tan solo uno de los mejores directores de cine de la historia sino uno de los autores con cuyas películas se ha cambiado la concepción del séptimo arte para muchos. Yo me incluyo. Su obra, abundante, prolífica, de una calidad envidiable, sigue admirando y sorprendiendo por la modernidad de sus planteamientos, puesta en escena y agresivo lenguaje visual para con el actor, por más que hayan pasado 30 años, 40, 50 o 60 desde el estreno de la película suya que se vea. Tiene títulos menores, sin duda, pero son tan grandes con respecto a los de otros directores, que merecen ser tenidas en cuenta.

En el caso de Fresas salvajes, se trata de una de las más grandes, no solo en la carrera de Bergman sino, en mi opinión, de la historia del cine. Con un planteamiento sencillo (de complejo desarrollo, sin embargo), ha pasado más de medio siglo desde su rodaje, exactamente 54 años, y la película sigue conmoviendo y admirando de la misma manera. Para redactar este post la volví a ver, por tercera vez en mi vida, y, si bien ahora puede que haya captado más cosas, me sigue sorprendiendo y embobando tanto o más que cuando la vi por primera vez con trece años. Y eso que las hay de Ingmar que me gustan más.

Fresas salvajes
se estrenó el 26 de diciembre de 1957 en Suecia. Escrita y dirigida por Ingmar Bergman, cuenta la historia del reconocido médico Isak Borg (Victor Sjöström), a quien la universidad de Lund decide rendir un homenaje por sus 50 años ejerciendo la profesión. Borg decide emprender el viaje a Lund en coche. Le acompañará su nuera, Marianne (Ingrid Thulin). Las diferencias entre ambos son evidentes: ella le odia, le considera un hombre frío y egoísta, el culpable de que su marido Ewald –hijo de Borg- sea un misántropo que desdeña la vida y cualquier razón para crearla o quererla. Parece que Borg siempre ha sido así, ha tratado a la gente de la misma manera, ha ido dejando cadáveres emocionales a lo largo de su vida.

Durante el trayecto, se subirán al coche tres jóvenes (un estudiante de medicina, un futuro religioso y la chica joven y vital que les vuelve locos a los dos). La contraposición de los puntos de vista de los personajes atendiendo a su edad es realmente efectiva para el desarrollo de la historia y la evolución humana de los personajes. También subirá, por un tiempo, un matrimonio en crisis en cuya relación se han afianzado el odio, los celos y los reproches. Borg y Marianne visitarán a la centenaria madre del médico; pasearán y recordarán en la antigua casa del lago de la familia en la que Borg vivió su juventud; hablarán, sentirán, soñarán.

Al llegar a Lund vemos a Borg de otra manera, podemos entenderle. Marianne y Ewald tratarán de solucionar sus problemas conyugales. Los tres jóvenes admirarán al profesor por el fastuoso homenaje.

Si bien pudiera parecer a primera vista una road movie convencional, tal y como entendemos el concepto hoy, no se trata de eso. Fresas salvajes va mucho más allá a la hora de convencer con sus personajes y hacer que el espectador se identifique con ellos. Juegan un elemento clave en la narración los recuerdos y, sobre todo, los sueños, en cuyos enigmáticos elementos podemos comprender cómo siente Borg. En los sueños se recogen todas sus aspiraciones, frustraciones y razones, que le han hecho ser como es. En apariencia frío y distante (‘Is’ en sueco es hielo; ‘Borg’, castillo), el protagonista no es más que un niño noble y un tanto ingenuo que ha recurrido a la frialdad y al egoísmo como escudo contra los daños morales y personales que ha conocido a lo largo de su vida. Como adulto, solo ha pensado en seguir adelante con su carrera, ayudando a los demás, sin duda, pero dejando bastante que desear en su entorno más cercano.

La habilidad con la que Bergman inserta los sueños en la narración es sobresaliente. Es una de las primeras veces en las que juegan un papel tan fundamental en la narración de una película sin que ésta esté supeditada a dichos sueños. Tal y como cuenta el director sueco en su libro Imágenes, los sueños plasmados (el encuentro con el ataúd abierto de uno mismo, el examen profesional que resulta un fracaso, la visión de la propia mujer fornicando con otro) son reales y propios, reflejo de hasta qué punto Fresas salvajes es una obra personal.

Isak Borg no es otro que Ingmar Bergman (“Modelé una figura que exteriormente se parecía a mi padre pero que era enteramente yo”, afirma en el libro mencionado). El director, en el momento de realizar esta película, atravesaba un momento en el que el mercado y la crítica internacional empezaban a recibir sus películas con gran éxito y admiración (recordemos el mítico artículo de Godard ‘Bergmanorama’ en Cahiers du cinema, la popularidad del desnudo de Harriet Anderson en Un verano con Mónica y los premios recibidos en Cannes por Sonrisas de una noche de verano y su indiscutible obra maestra El séptimo sello). Sin embargo, su vida personal era un desastre. Su tercer matrimonio se había venido abajo, la relación con sus padres era penosa y difícil, y para colmo sufría graves problemas de salud (escribió Fresas salvajes durante su estancia de casi dos meses en un hospital). El director se refugiaba en la producción cinematográfica y teatral incansable para evadirse de los asuntos personales, llegando a dirigir en un año y medio 3 películas y 4 montajes teatrales.

Con Fresas salvajes confirmaría su reputación internacional, ganando el Oso de Oro del Festival de Berlín y siendo nominado al Oscar al mejor guión original. Después, con alguna película menor de vocación comercial entre medias, firmaría la expresionista El rostro y la trilogía de cámara sobre el silencio de Dios (denominada así por los estudiosos de su figura, integrada por Como en un espejo, Los comulgantes y El silencio), ganaría dos Oscars a mejor película extranjera y, finalmente, tras llevar su lenguaje a un angustioso y evidente hermetismo estático con sus últimas cintas, explotaría como artista y creador con Persona (obra maestra de nuevo de su filmografía y de la historia del cine, su concepción del medio y de la especie humana llevados al extremo, un título claramente exploratorio de las posibilidades de la imagen en movimiento cuya influencia sobre las generaciones posteriores es todavía evidente).

Volviendo a Fresas salvajes, y para no extenderme demasiado, considero que antes de acabar conviene hacer una mención especial del elenco de actores, grandes nombres del equipo habitual de Bergman al que se incorpora el maestro y pionero del cine Victor Sjöstrom, cuya grandeza y desconocida importancia hacen que me plantee dedicarle un post solo a él. Sjöstrom, de edad muy avanzada, interpreta al protagonista de manera notable, creíble y conmovedora. Resulta emocionante ver a Bergman filmando a su maestro y padre en el cine sueco: su obra maestra La carreta fantasma (1921) es sin duda una de las películas que más influyeron en la formación profesional del director (lógico, dada su calidad y las cuestiones tan insólitamente profundas y humanas que aborda para la fecha en la que se realizó). Aunque ambos ya habían trabajado juntos en Hacia la felicidad, la relación no fue tan estrecha como en esta cinta: Sjöstrom hace de Bergman, y para que exista un importante porcentaje de Bergman como creador ha tenido que existir antes Sjöstrom.

Las réplicas a Sjöström las hace mi actriz favorita, Ingrid Thulin, más bella que nunca. Su papel de Marianne es el contrapunto al de Borg y gracias a ella el que ve Fresas salvajes puede empezar a entender al viejo: Marianne y el espectador van descubriendo su verdadera naturaleza simultáneamente. Su juventud, la dignidad y la emoción con la que interpreta hacen que valore este rol –desde los ojos del pervertido obsesionado con su figura que soy- como uno de los más interesantes e importantes de su carrera: una de sus mejores caracterizaciones, sin duda.

Completan el elenco Bibi Andersson (muy atractiva, llena del encanto juvenil y la sexualidad incipiente que representa su personaje), Gunnar Björnstrand (simplemente genial, por pocos minutos que salga), entre otros. A destacar el papel secundario, casi un cameo, de Max von Sydow, como el dependiente de una gasolinera. Resulta curiosa la idea de que Bergman siempre trabajaba con la misma “compañía”, cambiando de roles y de relevancia a sus actores en cada nuevo título. En el caso de Von Sydow, venía de ser el protagonista de El séptimo sello y lo sería de nuevo en El rostro.

Podría seguir escribiendo y escribiendo sobre Bergman, sus obsesiones y sus actores, pero a modo de panorámica sobre este peliculón, creo que el post ya puede ser útil: espero que anime a aquellos que no han visto Fresas salvajes o nada de Bergman a que lo hagan, por lo menos para formarse una opinión y conocer a uno de los más grandes. No son tan solo películas suecas cuyo éxito se basa en el exotismo de su propuesta y no en su calidad (como pasa con muchas cintas actuales, en mi opinión), sino obras universales. Y no lo digo de coña: Bergman es uno de los directores más queridos y valorados entre muchos jóvenes –como yo- que empiezan a aficionarse al cine.

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