Cuando hoy le mencioné a un profesor la película Maciste en el infierno, sin dejarme terminar afirmó: “La película más fascista que he visto nunca”. Bromeaba. Maciste…, cuyo carácter fascista es evidente, ofrece al espectador mucho más que eso, bueno y malo, y merece ser valorada con mayor amplitud y profundidad. Dirigida en 1925 por Guido Brignone (un director de relativa popularidad en Italia) se trata de una de las películas de decadencia de la saga ‘Maciste’.
Dicha saga arrancó 10 años antes como consecuencia del éxito de Cabiria (Giovanni Pastrone, 1914), imperecedera obra maestra del cine mundial y el mayor éxito del cine mudo italiano, a modo de ‘spin-off’. En el filme aparecía un esclavo negro caracterizado por su fortaleza, virilidad y nobleza, interpretado por Bartolomeo Pagano, que se ganó el cariño del público internacional. Al año siguiente, con Maciste (1915), arrancó una serie de películas en las que Pagano interpretaba de nuevo a un hombre fuerte, viril y noble, pero esta vez de raza blanca, al que se fue cambiando de épocas, trajes y aventuras en sus siguientes secuelas (Maciste alpino, Maciste policía, Maciste médium, Maciste atleta, …).
El personaje gustaba, daba abundantísimos beneficios en taquilla y le surgían imitadores (en su propio país de origen, Francia, México, Estados Unidos… Douglas Fairbanks sería conocido en Italia como ‘el Maciste americano’). Su popularidad era inmensa, y el sueldo del actor que lo encarnaba (originalmente un descargador del muelle de Génova), uno de los mayores de la industria italiana. Ésta entró en crisis económica y creativa con la llegada de la Primera Guerra Mundial, y a partir de 1917, no quedaría apenas nada del esplendor que había vivido pocos años antes. Las grandes productoras, ahora raquíticas y endebles, se asociaban para sobrevivir, y el único producto que seguía siendo rentable internacionalmente era Maciste (que ya había rodado algunas aventuras en Alemania y Estados Unidos).
Como representante máximo de la ‘italianidad’ en el mundo, el personaje y sus andanzas fueron derivando en cierto modo en propaganda fascista, exaltando el vigor físico, la fuerza, la importancia de aspectos tradicionales y el uso de la violencia (táctica habitual de Maciste para resolver cualquier asunto). Muchos ven reflejado a Mussolini en Maciste emperador (1924). Con Maciste en el infierno, la saga se estabiliza a nivel de popularidad y calidad artística tras un periodo de evidente decadencia.
Maciste en el infierno, tal y como se conserva ahora, es una versión de 65 minutos (media hora por debajo del metraje original estimado). Hasta hace no más de 20 años, solo se conservaba una copia de la película.
[Barbariccia: Esto (acaba de marchitar una rosa con sus poderes) demuestra mi ilimitado poder.
Maciste: Por Dios, ¿es usted el demonio?
Barbariccia: ¿Y si lo fuera?
Maciste (enfadado): ¡Le pediría que regresase al infierno!].
Tras un episodio de carácter familiar en el que Maciste amenaza al ex-novio de su prima Graziella con pegarle una paliza si no vuelve con ella, el protagonista acaba descendiendo al infierno, víctima de una trampa. Allí tendrá que evitar ser besado por ninguna de las diablas que se pasean delante de él ligeritas de ropa, pues en caso de que suceda se convertirá en un demonio como los que le rodean. Como Maciste es un macho, se liga a una madre y su hija, y acaba convertido en diablo, liderando una espontánea guerra civil infernal y repartiendo palos a diestro y siniestro. No desvelo el final.
La película desafió en sus días los límites de la censura italiana en el terreno erótico. Las diablas, madre e hija, apenas llevan cubiertos sus pechos, enseñan mucha carne y encima van de calentorras, tentando al íntegro y viril Maciste. Resulta extraña la ambigüedad moral de la narración, tanto en el punto de vista como en el contenido. Confunde al espectador la variedad social del infierno, donde parece haber diablos buenos y diablos malos, y valores como el amor o la generosidad se llegan a dar (no todo es problema del guión, claro, sino también del que se inventó el infierno). Desconciertan rótulos explicativos como: “En el infierno, ¡las mujeres también son infieles!”, así como también choca el raro sistema político que allí impera, aunque no hay que buscar demasiadas explicaciones a una película con tan poca profundidad como esta.
Es interesante el papel que juega la mujer en la cinta: solo sirve como madre y esposa abnegada, dependiente del hombre; cualquier otro rol femenino no es viable, salvo el de la furcia infernal. A destacar también la manera en la que se exalta la fuerza descomunal de Maciste, capaz de enfrentarse con cientos de demonios a la vez. Uno de los mejores ejemplos del uso de la violencia explicita en el filme es el momento en el que Maciste arranca la cabeza a un demonio de un manotazo y ésta se queda clavada en un tridente que lleva otro diablo. A continuación, entroncando con el carácter fantástico de la cinta, la cabeza se recompone y es lanzada a su dueño original, que se la coloca y queda como nuevo.
Llegamos así a Segundo de Chomón, infravalorada figura de nuestro cine, verdadero pionero de la técnica y la narración de la historia del medio. Él es el responsable de los efectos especiales (pirotecnia, trucajes, fotografía, animación por stop motion con maquetas, figuras o barro modelado…) que hacen potencialmente creíble el infierno que Brignone como director nos dibuja. La destreza de Chomón en este campo es evidente: era el mayor y mejor especialista en trucajes del cine de la época en Europa. Los fuegos, explosiones, desapariciones de demonios, dragones que echan fuego por la boca, cabezas arrancadas y deformadas que recuperan sus rasgos originales, diablos que vuelan... responden a su trabajo artesanal.
Maciste en el infierno es la última película de Chomón en Italia, donde llevaba trabajando desde 1912. Debido a la crisis del cine italiano, el cineasta hasta entonces iba y venía de Francia, intentando desarrollar una adelantada cámara de grabación en color, cuya evolución quedaría estancada. Sin embargo, se establecería definitivamente en el país vecino cuando al año siguiente Abel Gance le convoque para el rodaje de su mítica superproducción Napoleón (1927).
Considerada por el especialista Vittorio Martinelli una especie de suma de Méliès y Fritz Lang, de Doré y Flash Gordon, Maciste en el infierno obtuvo unos buenos resultados comerciales, que en verdad es lo que simplemente buscaba la película. Viéndola, uno se siente interesado e incómodo a la vez: interesado por las cuestiones técnicas y visuales (los logros de Chomón son numerosos), así como por ciertas cuestiones ideológicas; sin embargo, esto tiene una cara negativa, y es la fuerte estereotipación que tienen los personajes, lo maniqueo del guión y la práctica ausencia de desarrollo narrativo: la acción avanza a episodios. En cualquier caso, su visionado resulta bastante cachondo: imagino que los espectadores de dentro de 86 años pensarán lo mismo y reaccionarán de la misma manera cuando vean nuestro cine comercial de hoy día.
A modo de conclusión, me gustaría señalar que, por muy fascista o estúpida que pudiera parecer Maciste en el infierno, y más allá de sus logros técnicos y visuales, la historia del cine está en deuda con ella: se trata una de las primeras películas, si no la primera, que vio Federico Fellini siendo un niño y precisamente la que despertó en él la vocación de querer ser director de cine. En la revista Sight & Sound, Fellini la citaría como una de sus 10 películas favoritas en 1992.
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