miércoles, 27 de julio de 2011

John Waters (II). La "Trilogía Trash": 'Pink Flamingos' (1972), 'Female Trouble' (1974) y 'Desperate Living' (1977).





-¿Divine, crees en Dios? -pregunta un periodista, al final de Pink Flamingos.
-¡YO soy Dios! -se autoproclama la diva.

Pink Flamingos (1972) pasa por ser el título más emblemático de la filmografía de John Waters, el que le lanzó a la fama junto a su musa, Divine. Pink Flamingos constituye un hito dentro de la historia del cine, por más impensable que pudiera resultar para sus creadores antes de estrenarla. Por primera vez en color, Waters narra la competición de dos familias por ser las más cerdas de la Tierra. Por un lado, está la de Divine, cada vez más gorda, con su madre (Edith Massey) retrasada, atascada en un parque de juegos infantil y obsesionada con los huevos, y su hijo Crackers, que se tira a su novia con gallinas de por medio. Por otro lado, están los Marbles (David Lochary y Mink Stole), que secuestran chicas para dejarlas embarazadas y después vender sus hijos a madres lesbianas. Las dos familias se irán haciendo putadas respectivamente hasta la victoria definitiva de Divine.


martes, 26 de julio de 2011

De vuelta a la mitología. 'Érase una vez en América' de Sergio Leone


Empiezo con cuña publicitaria. Lo de los cines Verdi es, créanme, de órdago. A los responsables de su programación hay que agradecerles no sólo el hecho de evitar que la cartelera veraniega en esta metrópoli se convierta en un purgatorio, sino el ofrecer a los cinéfagos verdaderos manjares que da igual haber visto mil veces (es lo que tiene el gran cine). Empezaron con muy buen pie con los ya reseñados primeros Padrinos coppolianos. Continuaron con Chaplin, para desembocar en Leone y, más recientemente, Polanski. 

Hablando de órdagos, continúo con Leone. Encasillado en un género que marcó los primeros estertores de la épica made in USA, Sergio 'Spaghetti Western' Leone, se encontraba a mediados de la década de los 70 en un callejón sin salida. Su última película, Agáchate, maldito (Giù la testa, 1971), le había granjeado el desprecio de crítica, público, productores y distribuidores. La fórmula que este italiano había ayudado a crear y que tanto éxito le había reportado en títulos como La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in più, 1965) o El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto e il cattivo, 1966), parecía haberse vuelto en su contra. Realmente, tuvo suficientes motivos para arrepentirse, pues prefirió realizar ese film a dirigir El Padrino, que en un principio le habían ofrecido, y el batacazo de su creación le hizo permanecer en dique seco durante una década.


martes, 19 de julio de 2011

Hablemos de John Waters (I). Inicios (1964-1970).




Una tabla sobre un patético riachuelo. Un hombre encapuchado, vestido de negro, coge un hacha y decapita varias gallinas seguidas. La cámara recoge con ansiedad sus últimos estertores, mientras se agitan sin cabeza. Sobre un fondo de cubos de basura, aparece impreso el rótulo “John Waters’ Mondo Trasho". Así empieza la primera película del genio de Baltimore.


Antes de que The Wire se erigiera como el retrato más representativo en el contexto audiovisual de Baltimore para nuestra generación, John Waters y sus 'dreamlanders' habían fraguado una serie de títulos legendarios y de culto, de los cuales más de uno permanece en la memoria colectiva (pongamos que hablo de Pink Flamingos o Hairspray). The Wire no ha inventado Baltimore, desde luego.



domingo, 17 de julio de 2011

Repasos (II) Pesadillas de África: 'White material'


El anterior filme comentado encaja perfectamente en la tipología de película que deja un buen sabor de boca al aparecer sus títulos de crédito. A su manera, podría ser una de esas feel good movies, de la que los espectadores salen con la sensación de no haber asistido a una obra maestra, pero sí de no haber perdido el tiempo, de "bueno, no es gran cosa pero tiene su punto, ¿verdad?", como dijo mi graciosa y sabia acompañante a la salida. "No puedo estar más de acuerdo", convine yo.

Por contra, la película en la que se centra este post no es precisamente euforizante. Es más, no creo que ni el espectador más festivo salga del cine con algo menos que un ligero malestar. No es, en suma, la película con que mi sensata acompañante habría disfrutado. Si, una vez lanzado este aviso, algún desprevenido quiere pasarse a contemplar lo último de la francesa Claire Denis, se encontrará con un ramalazo de cine puro y (sobre todo) duro.


Repasos (I) Vinterberg o el cine sin dogmas: 'Cuando un hombre vuelve a casa'


La condición de barómetro de la oferta cultural madrileña (y aledaños) que los operarios de este blog se han (auto)impuesto exige que el que esto escribe dedique al menos unas líneas a algunos de los eventos susceptibles de animar el panorama estival de esta ciudad azotada por la implacable canícula. Puestos a ello, merece la pena reseñar dos raras avis, procedente de Francia una, de Dinamarca la otra, y que, por el momento, permanecen en cartelera.

Ambas películas acceden al espectador español con retraso, dos años en el caso de la cinta francesa y cuatro (¡) en el de la danesa. Ambas pertenecen a autores con predicamento en los circuitos internacionales, aunque dentro de nuestras fronteras no han gozado de las mieles de éxito. Ambos cineastas, Claire Denis por la parte gala y Thomas Vinterberg por la escandinava, representan una forma de hacer cine que, por sus peculiares opciones estilísticas y su fuerte carga personal, resulta radicalmente opuesta a los postulados del cine convencional. Las similitudes acaban aquí (no pretendo hacer un sesudo análisis en el que, mediante conceptismos retóricos varios, demuestre que ambos filmes vienen a estar hermanados): la temática y el estilo de ambas creaciones son ostensiblemente diferentes, así que los reseñaré por separado.

El estilo de Thomas Vinterberg se caracteriza, paradójicamente, por la asunción de diversos riesgos y estrategias formales en cada uno de sus trabajos. Catapultado a la fama gracias a esa mezcla de ofensiva autoral y operación de marketing que fue Dogma 95, al que contribuyó con la inmensa y escalofriante Celebración (Festen, 1998), Vinterberg ha desarrollado una carrera sumamente interesante, quizás porque inmediatamente abandonó los planteamientos del movimiento al que ayudó a dar renombre. Sin embargo, el éxito de su experiencia Dogma le fagocitó, y ninguno de sus filmes ha logrado el aplauso unánime de crítica y público conseguido anteriormente. Y eso que sus propuestas, aunque nunca redondas, son muy estimulantes: una entrega de ciencia-ficción realista con It's all about love (2003) y una especie de parábola que guarda ciertas concomitancias con el Dogville de su colega y compatriota Von Trier, Querida Wendy (Dear Wendy, 2005). Su última película es Submarino (2010), un sobrecogedor drama con ribetes de cine negro, muy bien llevado, y que le ha reconciliado con gran parte de crítica y público. Pero antes, Vinterberg había vuelto a Dinamarca tras su peregrinaje norteamericano y se había volcado en una sencilla historia cómica, reverso (casi)optimista de Festen: Cuando un hombre vuelve a casa (2009), que es la película traída aquí a colación.

Este tanteo con un tratamiento algo más ligero de sus perennes obsesiones, a saber, la familia como campo de batalla, con especial atención a las relaciones paterno-filiales, el deseo y la dificultad de redención... tiene en ocasiones cierta gracia, e incluye ciertas escenas que hermanan muy bien el realismo desmañado con la sutil comicidad. Sin embargo, Vinterberg parece no decidirse por el tono de su película, que oscila entre el pequeño apunte humorístico, el drama bufo y la comedia negra-grotesca, sin alcanzar armonía. La propia puesta en escena parece indecisa entre la elaboración y cierta dejadez formales. A ello contribuye la fotografía del habitual de Vinterberg, Anthony Dod Mantle, que realiza un trabajo de iluminación impecable, a veces demasiado: si bien la captación de los paisajes de la costa báltica en verano destaca por su preciosismo y plasticidad, en ocasiones, y parafraseando un comentario de la persona que tuvo a bien acompañarme al cine, "parece que le haya dado por hacer un anuncio de cereales". Vinterberg se empeña en puntear este pictoricismo con eventuales zooms repentinos, desenfoques, tomas con extrañas angulaciones... Este trabajo de cámara, junto con la ambientación, a veces realistas "a lo Dogma", a veces muy elaborados, crean esa sensación de no saber qué estamos viendo exactamente, si una comedia ligera, dramática o un experimento hibridatorio algo chungo. Quedan, al menos, una historia de reconocimientos paterno-filiales y enredos sexuales varios, en lo que podría ser la línea de un Plauto actual (es decir, nada nuevo, pero tampoco desagradable), y algunos personajes jugosos (el espiritual jefe de cocina y el histérico gerente del hotel, ambos hilarantes). No es, en suma, un Vinterberg perfecto (Submarino vendría después), pero mucho cine que a día de hoy está en los escaparates tampoco lo es y tiene más éxito. Conviene darle una oportunidad.

(Continúa en el siguiente post).