miércoles, 21 de marzo de 2012

‘Mi gitana’, un retrato elocuente de la sociedad española


¿Se ha vuelto loco? ¿Cómo se atreve? ¿Es posible? Sí, sí, ¡sí! Un post como este no es habitual en este blog, es cierto, pero como somos un medio comprometido con la causa de los medios audiovisuales, no podemos obviar el que, en lo que va de año, pasa por ser el fenómeno televisivo con mayor poder de convocatoria. Quisiera comentarlo, más que por los “méritos artísticos” del producto, por todo lo que supone y representa.




Mi gitana: un producto comercial

Mi gitana
se ha emitido en tres semanas consecutivas, convirtiéndose durante las mismas en el producto estrella de la cadena Telecinco. Resulta evidente hasta qué punto se puede hablar de PRODUCTO audiovisual en relación a Mi gitana. Es admirable cómo, una miniserie que se desarrolla con plena conciencia de ser un subproducto, sirve para regir y dotar de contenidos durante casi un mes (el antes, el durante, y el después de la emisión) a toda una cadena. Desde luego, la forma en que Telecinco aprovecha las sinergias entre sus productos para generar audiencia, minutos y beneficios es asombrosa.


Mi gitana también es interesante como fenómeno industrial, en el sentido de que se debe exclusivamente a la audiencia, que lo demanda con creces. Hace poco reflexionaba en clase sobre cómo Avatar, una película que denuncia la pérdida de valores étnicos y culturales de unos bichitos azules por culpa de un invasor, ha sido el producto estrella que ha utilizado Hollywood precisamente para invadir mercados (sobre todo el chino) que hasta ahora habían resistido más o menos sus embestidas. Mi gitana actúa así también: aparentemente, nace del lado del ciudadano, para denunciar la corrupción, la falta de escrúpulos, etc, de sus personajes con tal de seguir obteniendo dinero y manteniéndose en el poder; sin embargo, nació como el as en la manga con el que Telecinco putearía a la Pantoja en caso de que rompiera el contrato de exclusividad que la vinculaba a la cadena desde el año pasado. Con esto quiero invitar a reflexionar sobre hasta qué punto la ética toma parte o no en el proceso creativo de ciertos productos comerciales. En Navidades, nos la vendieron como una santa, ahora que “ha infringido” sus acuerdos comerciales con la cadena, toca joderla y bien jodida. Y encima, a ganar pasta y audiencia a costa de ello. Se siente.

Los telefilmes de celebridades: ¿un fenómeno moderno?

Mi gitana se enmarca asimismo en una cierta tendencia en la televisión privada española (y según lo anunciado, también quería pecar un poco TVE), que es la de la explotación de las vidas y obras de personajes populares que, si no han pasado a mejor vida, ya han cumplido con sus mejores años en el mundo terrenal. ¿Y por qué tienen tanto éxito, si nos sabemos ya sus andanzas? Más allá de que cubren una demanda de contenidos de los programas habituales de estas cadenas, resultan interesantes porque nos retrotraen a tiempos mucho más primitivos del cine, en los que ver reflejados en una pantalla escenas o vidas de celebridades satisfacía muy mucho los deseos de los espectadores. Los biopics habían mantenido hasta ahora esta tradición con éxito variable, pero se puede decir que, a pesar de que ha pasado ya un siglo de las primeras muestras de este fenómeno, ha vuelto a convertirse en un valor emergente. Nada tan viejo en el cine como tratar de poner en imágenes obras literarias ya conocidas o pasajes de la vida de Jesús; después, las vidas de grandes celebridades. Puede uno pensar en las apariciones estelares del personaje de Lincoln en El nacimiento de una nación, que quieras que no, debieron agradar sobradamente a los espectadores de 1915, pero pienso sobre todo en el fenómeno de recreación de pasajes de obras literarias o de la vida de Jesús, en particular en estas últimas.

Pienso en los filmes de la Pathé, de Ferdinand Zecca, en 1903 o 1907, que lograron ir adaptando el producto cinematográfico a duraciones más largas que el rollo o dos rollos primitivos, a costa de recrear por separado pasajes ya conocidos, de ilustrar con imágenes esos momentos ya sabidos por todos para satisfacción del público de entonces. Mi gitana cumple con eso, más de cien años después. Somos civilizados, la gente del futuro, pero ¿hasta qué punto? El telefilme ilustra los pasajes ya revisitadísimos por los medios de la vida de la Pantoja, probablemente uno de los personajes, si no el que más, que más tiempo ha ocupado en televisión en las últimas tres décadas, al margen de los políticos. Y además, narrativamente, no se distancia mucho de presentar de forma secuencial y apenas interrelacionada los episodios más célebres o con más chicha catódica de la vida de su protagonista.

Este esquema se repite en cualquiera de los telefilmes que ahora tanto fomentan las televisiones privadas españolas, sea el de figuras más respetadas como Raphael o Rocío Dúrcal, o los que han girado en torno a la familia real. La gente quiere ver en imágenes lo que ya sabe o intuye, pero además, quiere ver a los personajes públicos desprevenidos, en pelotas, llorando, todo eso que delante de los flashes no se atreverían a hacer. Toda esta nueva horda de telefilmes es interesante como fenómeno pues invita a pensar sobre el motivo esencial del ejercicio de mirar. En el caso de Mi gitana, tiene particular mérito que hayan logrado fidelizar a la audiencia, llegar a un público tan amplio, sin sufrir demasiado desgaste con el paso de las semanas: no todo telefilme por el hecho de serlo, goza de buena salud comercial una vez pasado su fogonazo inicial.

Mi opinión sobre Mi gitana

No soy muy amigo de estos productos. Son baratos y se nota, además, la realidad suele estar sesgada para idealizar a esa persona que ya no está entre nosotros. El de la Pantoja es una relativa excepción, pues nace con el fin de desprestigiar y dar unas cuantas hostias a su personaje principal. Llegados a este punto hoy quiero confesar que me he tragado Mi gitana. ¿Por qué? (En realidad, lo digo al final: podéis saltar esto).

Mi gitana es una elocuente crónica (no solo como producto, sino como fenómeno) de un país que se va a la mierda y la gente que marca su actualidad (los personajes de la miniserie, los directivos de las cadenas), marcados por la falta de ética y dignidad en pos de sus viles ambiciones, embutidos en trajes de marca y colonias caras. (“Aunque llevéis perfumes y desodorantes, sois arenas movedizas, siempre hacia abajo”, cantaba Battiato). Su guión es burdo y vulgar como lo exigen los hechos reales. No podemos exigir dignidad o un tratamiento más serio a unos hechos que son ya de por sí verdaderamente patéticos y penosos. Solo queda sentarse y disfrutar admirando hasta qué punto la estupidez y la falta de vergüenza rigen la vida (¿en la ficción?) de un par de paletos metidos a ricos, o sea, la pareja protagonista.

Mi gitana es un subproducto que ha nacido con la conciencia de serlo. No pretende ser arte. Trata de satisfacer una demanda basada en instintos primitivos, los más puros, los que más se pretenden maquillar, entreteniendo como sea (aunque sea desprestigiando a una persona muerta). Y con esta frase no juzgo peyorativamente ni a los creadores ni a los espectadores. Me parece muy digno por ambas partes. Allá cada uno. Sin embargo, también considero que es muy difícil, por no decir imposible, hablar de calidad cuando nos enfrentamos a un producto que ha nacido con fines tan viles. A modo de valoración crítica, diría que tiene momentos divertidos de abundante mala hostia, en especial sus dos primeros capítulos; sin embargo, decae en su último tercio por el lado de la mediocridad sin aristas.

No creo que Mi gitana sea digna de pasar a la historia de los medios audiovisuales, pero como espectáculo, me parece bastante guay en algunos momentos. Como digo, nació con la conciencia de ser un subproducto: partiendo de esa base, ¿qué le queda a un creador? Imagino que tratar de sufrir lo menos posible realizándolo, una vez perdido el miedo a firmarlo. El énfasis en el ridículo y en el carácter de despropósito que impregnan la trama dan lugar a situaciones verdaderamente antológicas, recreando el mítico “No me vah a grabar mah”, cómo el alcalde y la estrella prepararon su infame salida de Cantora escondido bajo una manta, así como los momentos de “amor” de la pareja sazonados con tintes flamenquitos. Las recreaciones son burdas y baratas, pero a la vez tienen un gran valor camp e incluso kitsch. Creo que también histórico. No creo que los actores esperaran un aplauso emocionado tras la proyección de Mi gitana como si hubieran formado parte de una pieza de Ingmar Bergman, es más, se les nota algo avergonzados en algunos momentos, conscientes de lo ridículo de su papel, pero precisamente por ello, ¿por qué no reivindicar su dignidad? Al fin y al cabo, son actores, y les pagan por actuar, no por hacer arte. Muchos otros que creen hacer arte sí hacen un verdadero ridículo.

Conclusión

Como digo, Mi gitana no es comparable a cualquier producto aclamado que haya nacido para la televisión. Mi gitana no es un producto de la HBO, ¡es de Telecinco! He contemplado el bodrio desde una perspectiva abierta y, como decía, hay momentos que me han divertido mucho, por lo cual ha mejorado mis expectativas. La curiosidad me ha arrastrado hasta su desenlace, y una vez visto y digerido, puedo afirmar que Mi gitana no será estudiada en las universidades, pero estoy convencido de que es un retrato perfecto de la sociedad en la que vivimos, de su público, de sus creadores, de la gente que manda política, social, mediáticamente. Y que si la sociedad del futuro quiere entender cómo fuimos, deberá pasar por visionados así. Además, ¿qué menos se puede hacer con esos personajes que “presuntamente” han infringido la ley y han robado al pueblo, que reírse de ellos o someterles a ser caracterizados de la forma más horrible en el más horrible de los telefilmes? ¡Viva el pueblo!

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