martes, 12 de junio de 2012

Chéjov y los demás. 'Another year' de Mike Leigh

Varios críticos señalaron en su momento lo chejoviana que era la última maravilla de Mike Leigh: Another year. Qué acierto. Realmente, toda la filmografía del de Manchester podría considerarse una traslación a un contexto y una sensibilidad británicas de las constantes del autor ruso. A saber, un examen entre dramático e irónico de una cierta clase social (terratenientes y burgueses rurales rusos, working-class británicos), un tono narrativo entre denso y ligero y, en última instancia, una visión de la existencia cercana al pesimismo, o más bien teñida de tristeza, una tristeza presentada en modo menor, nunca dada a arrebatos trágicos, pero que ejerce de potente y silenciosa catarsis para el espectador. Tanto Chéjov como los que han sabido recoger su legado (Leigh, claro, aunque hay algunos otros) desenmascaran la casi imperceptible tragedia del día a día y la transforman en materia dramática.


Por eso Another year me recordó enormemente a Tío Vania. Si exceptuamos la división tan grata a la dramaturgia chejoviana de la trama en cuatro partes o actos claramente delimitados, apenas hay concomitancias argumentales entre ambas piezas. Sin embargo, el final de ambas me hace pensar en un paralelismo de tono, de fondo. En Tío Vania, los protagonistas, Sonia y Voinitzkii, contemplan cómo los motivos de su esperanza (el doctor Astrov y Elena Andreievna, respectivamente) se marchan mientras la vida recobra, impenitente, su curso. Ellos seguirán llevando con exactitud y diligencia las cuentas de la hacienda campestre en la que (mal)viven mientras sus objetos de deseo parten hacia nuevos horizontes. Por otro lado, en Another year, el personaje de Mary, apabullantemente interpretado por Lesley Manville, contempla igualmente, en silencio, cómo las personas de su alrededor consiguen salir del dique seco mientras ella continúa encenagada en su eterna insatisfacción. Tom y Gerri, sus amigos, han alcanzado un estado de apacible ataraxia en su vejez y el hijo de ambos, Joe (objeto de deseo de Mary, deseo a todas luces irrealizable e incluso ridículo, como hasta ella parece entender), vive feliz con su nueva novia.

En ambas historias, la acción termina con los personajes sentados a una mesa. Chéjov se centra en la patética y tierna imagen de Sonia y Voinitzkii arreglando cuentas mientras rumian sus penas y tratan de consolarse mutuamente. Leigh, mediante un sosegado travelling, pasa de filmar al alegre grupo de comensales a detenerse en la figura doliente y silenciosa de Mary, que ya ni siquiera tiene a nadie con quien compartir su penuria.

Es precisamente ese retrato de la infelicidad, ese sincero empeño en encarar al público con aquellos que por alguna razón no pueden participar de la alegría y el optimismo de los demás, en situar en primer plano a esos excluidos que parecen contemplar tras un cristal la existencia, lo que al fin y al cabo hermana a Chéjov con Leigh. Lo que los hace tan grandes. Su genio reside en mostrar las sutiles heridas que reposan bajo la maraña de lo cotidiano. Heridas que portan unos personajes humanos, modestamente humanos, inmersos en ese universo tan parecido al nuestro, en el que el tedio se da la mano con las pequeñas alegrías, los casi imperceptibles dilemas morales chocan con las diarias contrariedades. Personajes todos ellos más o menos resignados a seguir, a pesar de todo, un día, un año más.

Vania en la calle 42 (Louis Malle, 1994)
Another year (Mike Leigh, 2010)

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