miércoles, 5 de marzo de 2014

'Joven y bonita' (e irregular), de François Ozon

De nuevo, tras otro tiempo de silencio que ha durado demasiado, esta humilde bitácora vuelve a dar un poco de guerra. Las razones son varias, pero citemos fundamentalmente dos. La primera y más importante, las obligaciones que conlleva el pase de prensa (un cine gratis, al fin y al cabo) incluyen la redacción de un artículo (éste) sobre la pieza fílmica degustada (Jeune et jolie [2013], la nueva de François Ozon). Segunda, que la desaparición de un tótem como Alain Resnais no puede quedar sin comentario en este blog, máxime cuando todos los implicados en él declaran rendir pleitesía al maestro francés. Así que, si nada lo impide, en unos días algo diremos sobre la magia de Resnais.

Pero me estoy desviando. Toca hablar de otro francés, François Ozon, y de su última creación, aquí traducida como Joven y bonita, y que en breves llegará a nuestras pantallas. Un par de apuntes sobre el director galo.


A pesar de su hiperactividad creadora, que le ha hecho transitar diferentes géneros y estilos a razón de una película por año, Ozon posee una serie de obsesiones que vertebran su filmografía. Una de ellas, la presencia del elemento voyeurista en sus ficciones. Raro es no encontrar en sus filmes un personaje que espíe o vigile a otros. La obsesión morbosa por mirar, que de manera indirecta, podría extenderse hasta la misma naturaleza del acto cinematográfico (¿qué cineasta no es, después de todo, un poco voyeur?), caracteriza una obra que concibe cada una de sus piezas como una inmersión retorcida y políticamente incorrecta, sin que todo ello oculte una buena carga de "placer culpable", en universos que bajo su aparente normalidad albergan una serie de pulsiones y sentimientos profundamente desestabilizadores. Así, desde un primer momento, a través del plano de una mirada filtrada por unos prismáticos, nos sabemos con Ozon mirones, intrusos en la vida licenciosa de la joven Isabelle, la protagonista del relato.


Dicha "vida licenciosa" nos lleva al segundo rasgo que caracteriza el cine de Ozon. Durante toda su carrera, nuestro director se ha preocupado por dinamitar las convenciones, muchas veces asociadas a la estructura familiar burguesa, mediante la irrupción de elementos transgresores que subvierten un orden y sus estereotipos. Ya sea una enfermedad terminal (Le temps qui reste, 2005) o un niño alado (Ricky, 2009), la normalidad en sus ficciones queda rota por la aparición de elementos que desbordan la lógica en la que se mueven los personajes y también nosotros, espectadores. En este caso, el elemento que provoca la fractura es el deseo en su forma más desprejuiciada, que, como reza la tradición, es el que menos entiende de barreras y convencionalismos. Así, el despertar sexual de Isabelle romperá el equilibrio en su entorno al decidir ella dedicarse a la prostitución.

No es nueva en Ozon la recurrencia a la sexualidad como forma de subversión (ahí tenemos Swimming pool, 2003; Gouttes d'eau sur pierres brûlantes, 2000; o Sitcom, 1998), ni mucho menos lo es en toda una tradición de películas a la que, sin abandonar territorio francés, podrían pertenecer Une vraie jeune fille (Catherine Breillat, 1976),  Le souffle au coeur (Louis Malle, 1971), o la imprescindible Belle de jour (Luis Buñuel, 1967), con la que Jeune et jolie guarda abundantes concomitancias. El descubrimiento y la iniciación en una sexualidad que va más allá de unos cánones sociales que dictan lo que entra dentro de la "normalidad" sería el núcleo alrededor del que se mueven estos relatos, y Ozon revisita esta temática con la voluntad de desasosegar y provocar, sin por ello dejar de lado una serie de zonas grises que buscan la reflexión e implicación del público frente a lo que se les ha contado.

Pero, atención. Estas son las intenciones que le supongo a Ozon. El resultado final es, a ojos del que esto escribe, una pequeña decepción. Después de un planteamiento más que interesante, el relato se diluye y pierde fuerza a base de lugares comunes, arrastrando en su insipidez al mordiente que pueda tener. Al contrario de lo que le acusaron en otras ocasiones, aquí a Ozon quizás le hubiera hecho falta tirarse a la piscina, en lugar de optar por una narración donde la sugerencia quiere ser un componente esencial. Esta elección termina jugando en su contra, pues tanto apunte y tanta insinuación convierten a la película en una sucesión de detalles sin sustancia. Y el final, que se quiere redentor (o no), parece un auténtico anticlímax de lo indeterminado que luce. No se trata de rechazar la sugerencia ni una narración indirecta en la que muchos de sus paisanos fueron maestros, como Rohmer o Chabrol, sino de decidirse a contar algo.

La perfección que había alcanzado Ozon en su anterior film (y que fácilmente podríamos achacar a la obra de Juan Mayorga en la que se basaba) no termina de encontrar aquí su eco. La provocación, más torpe pero mucho más directa e hiriente de sus primeras obras, como Sitcom, tampoco termina de hacerse presente. ¿Qué es lo que nos queda? Una narración resuelta con profesionalidad y algunos golpes de genio (el desdoblamiento de la protagonista en el momento de perder la virginidad), pero sobre todo dos aciertos.

El primero, la deliciosa música del habitual de Ozon, Philippe Rombi. Y, lo más importante: MARINE VATCH. A riesgo de caer (estoy cayendo) en el lugar común, no puedo menos que alabar el acierto de casting y todo lo que viene después: la actuación de la Vatch, cuya presencia imanta miradas y acelerará el pulso de buena parte de la platea, levanta por sí sola una película que, en puridad, está construida alrededor de su personaje. La ambigüedad y permanente incógnita de Isabelle quedan encarnadas en una interpretación fascinante. Fascinación de la que, evidentemente, no se sustrae Ozon, que participa en el morboso y al fin frustrado examen de la rebelde sexualidad de esta bonita joven.

Por estos motivos, igual merece la pena pagar la entrada. Más estimulante que la tramoya norteamericana que ahora nos bombardea, está claro que lo es. Sin más dilación, y espero que no sea para dentro de mucho, hasta la próxima.

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