martes, 18 de enero de 2011

Paolo Sorrentino: La bomba del Nuovo Cinema Italiano.


Si en los últimos años ha surgido en el panorama europeo un cineasta al que merezca la pena seguir con lupa, ese es sin duda el italiano Paolo Sorrentino (1970), autor de una filmografía tan breve como explosiva que ha venido a rescatar una cinematografía estancada en producciones comerciales sin brillo autoral, nostálgica de los tiempos en que renovó el cine mundial gracias al neorrealismo. Sorrentino, nacido en Nápoles hace cuarenta años, se ha revelado a lo largo de sus cuatro largometrajes como poseedor de un estilo propio que bebe tanto de las adrenalíticas puestas en escena de Martin Scorsese y Quentin Tarantino como de la sequedad y el cinismo de Jean-Pierre Melville o de la grotesca extravagancia de Federico Fellini, aunque si por algo se caracteriza su cine es por la creación de unos personajes antológicos, posibles retratos de un país dominado por el exceso y las contradicciones en todos sus ámbitos. Hagamos un repaso por su filmografía, que aun no siendo muy extensa no tiene desperdicio.


“Ellos le suicidaron, pero no me suicidaran a mí. Porque hay una única cosa que siempre recuerdo: que amo la libertad. Ustedes no tienen ni idea de qué coño significa eso. Yo amo la libertad. Yo soy un hombre libre”

En 2001 debuta en el largometraje tras varios años realizando cortos: L’Uomo in Piú, cuya posible traducción sería algo como "El hombre de más". Película inédita en España, narra las historias paralelas de dos hombres, un futbolista y un cantante, durante los años 80, época de bonanza en Italia. Ambos se llaman igual y ambos comparten una trayectoria parecida, pues ven como el éxito del que gozan en sus respectivas profesiones desaparece repentinamente por sendos avatares del destino. A partir de ese momento intentarán retomar sus carreras, sin conseguirlo ninguno de los dos.

L’uomo in piú marca algunas de las características del futuro cine del realizador: la utilización de tomas de larga duración como base de su caligrafía cinematográfica (con un plano-secuencia en una discoteca inspirado en Brian De Palma y Martin Scorsese) y de una banda sonora tan ecléctica como desconcertante; un aire ambiguo y misterioso proveniente de la introducción de fragmentos oníricos cuyo sentido nunca llega a explicarse explícitamente; el interés por personajes característicos de la sociedad italiana a los que se exagera sin llegar a caer en la caricatura más plana; y, por último, la colaboración con Toni Servillo, gran intérprete protagonista de tres de sus cuatro filmes. Es este un apreciable debut que demuestra el pulso narrativo de Sorrentino y su capacidad para desarrollar satisfactoriamente personajes complejos, llenos de aristas y matices, ni ángeles ni demonios, que igual sufren que hacen sufrir. No está tan trabajada estéticamente como sus siguientes obras, y quizás podía haber profundizado más en el vínculo entre los dos protagonistas, pues el intento de unirlos queda como un guiño antes que como una verdadera conexión, pero de todas maneras es un notable drama que da comienzo a una apasionante filmografía.


“Yo no soy un hombre frívolo, lo único frívolo que tengo es mi nombre: Titta Di Girolamo”

Así comienza el segundo largometraje de Sorrentino, Le Conseguenze dell'amore (Las consecuencias del amor, 2004), y así se presenta su misterioso protagonista, un hombre de unos cincuenta años que ha pasado los últimos ocho recluido en un elegante hotel del sur de suiza, sin trabajo, sin contactos, recibiendo cada cierto número de días una maleta que debe ingresar en un banco del país. Así transcurren sus días monótonos y grises, entre partidas de póker con otros inquilinos del hotel (como él, viviendo allí de manera perpetua) e interminables noches en vela debido a un problema de insomnio, noches en las que espía a sus vecinos mediante un auscultador. Su voz en off transmite al espectador ciertas reflexiones, pues si para algo tiene tiempo este hombre es para reflexionar:

“Lo peor para un hombre que pasa mucho tiempo solo es la falta de imaginación. La vida, ya de por sí tediosa y repetitiva, se vuelve, a falta de fantasía, un espectáculo mortal”

"La mala suerte no existe. Es un invento de los fracasados, y de los pobres."

Lo que podía convertirse en un tedioso (por excesivamente literario) retrato del vacío, en manos de Sorrentino adquiere vida cinematográfica gracias a una puesta en escena en la que travellings, planos secuencia y otros movimientos de cámara son armónicamente combinados con una estupenda banda sonora repleta de temas pop, logrando que la simple contemplación del filme se convierta en una experiencia, aunque sin dejar nunca de lado una intención narrativa. Y es que en los primeros compases se nos presenta la extraña rutina de Girolamo mediante una serie de escenas cuyo objetivo último a veces resulta difícil de inferir, pero que en última instancia contribuye a la creación de una hipnótica atmósfera en la que cualquier espectador receptivo podrá sentirse inmerso. Sin embargo, a medida que transcurre el relato este adquiere una dirección más sólida, primero con la aparición de una tímida historia de amor entre el protagonista y una joven camarera del hotel, y más tarde con el descubrimiento del motivo por el que Titta está recluido, el cual provoca que la cinta acabe entrando de lleno en el género negro.

Las consecuencias del amor resulta finalmente un cóctel de géneros tan explosivo como desconcertante que, si bien en su tramo final no logra encajar la historia criminal con la elegancia de la que hace gala el resto, se ve compensado por uno de los finales más emocionantes que servidor haya visto en mucho tiempo, una secuencia de clausura que, aunque totalmente inesperada para el espectador, resulta un hermosísimo homenaje a la memoria de aquellas personas que han formado nuestra vida y que por más años que pasen nunca olvidamos.


“No es que yo no crea en Dios, es él quién no cree en mí, porque si no me hubiera hecho algo más atractivo, ¿no cree?”

Aclamado por la crítica italiana y galardonado con cinco premios David de Donatello, Sorrentino creó una gran expectación que no se vio defraudada con su siguiente obra, presentada en el festival de Cannes de 2006 y titulada L’amico di familia (El amigo de la familia, 2006). Esta narra la historia de Geremia Di Geremia, un prestamista feo y enfermizamente tacaño que utiliza su profesión de sastre para encubrir sus actividades usureras, vive en una destartalada casa junto a su madre postrada y tiene como único amigo a un matón amante de la cultura country. Tan extravagante ser ve cómo su vida da un vuelco el día que un hombre acomodado le pide un préstamo para pagar la boda de su hija, una hermosa joven de la que Geremia se enamora, y a la que intentará conseguir mediante los sucios métodos a los que está acostumbrado.

Una premisa tan grotesca como esta encuentra su eco en la nada convencional realización de Sorrentino, que lleva un paso más allá el estilo desarrollado en L’uomo in piú y Las consecuencias del amor y transforma el guión en un delirio posmoderno en el que la mezcla de géneros, la música pop, las secuencias ambiguas o inconclusas y los personajes esporádicos cohabitan en extraña armonía. Geremia Di Geremia, que tiene algo de la casposidad del Torrente creado por Santiago Segura combinada con la capacidad reflexiva del protagonista del anterior filme del director italiano, resulta un ser tan fascinante como repugnante y amoral, un personaje tan poderoso que acaba devorando otros aspectos de la película (como por ejemplo, la coherencia de la línea argumental) que sin él mostrarían su debilidad y perjudicarían el resultado final. Sin embargo, el retrato de este desagradable usurero y su evolución desde el cinismo absoluto hasta una cierta humanidad que pasa por el descubrimiento de un cariño que le había sido vedado en el ámbito familiar, resulta totalmente coherente dentro de las excéntricas pautas marcadas desde el comienzo y disculpa lo aleatorio de la narración (que comienza líneas argumentales que luego abandona sin explicación) y lo excesivo de algunos momentos que parecen sacados de la saga American Pie (¡!). De esta manera el vanguardista y algo caótico estilo de la película encuentra su equilibrio en la evolución de Geremia, heredero natural de los personajes marginados de Fellini. Y es que, como él mismo dice:

“Nos dijimos que debíamos ser malos porque los buenos mueren pronto. Sólo nos olvidamos de aclarar cuál era el límite. Porque hay un límite. Sólo que yo no lo conozco.”




“Todos los que pronosticaban mi caída han muerto, y yo no. Como contrapartida, me he pasado toda la vida luchando contra unos atroces dolores de cabeza. Ahora estoy probando con un remedio chino, pero ya lo he probado todo. Durante un tiempo el Optalidón trajo alguna esperanza, e incluso llegué a enviarle un frasco a un periodista, Mino Pecorelli. Él también está muerto”

Así da comienzo Il Divo (2008), cuarto largometraje de Sorrentino que, al igual que L’amico di familia, se estrenó en el festival de Cannes, suponiendo la definitiva consagración del realizador, principalmente por el controvertido tema que se atrevía a tocar en esta cinta: la vida de Giulio Andreotti (1919), político italiano de longeva vida biológica y profesional, involucrado en todos los escándalos importantes que han afectado a Italia en los últimos cuarenta años. En concreto Il Divo se centra en la séptima elección de Andreotti como Primer Ministro de Italia a principios de los años 90 en medio de todo tipo de acusaciones de corrupción y contactos con la mafia.

Sería complicado resumir en estas líneas la vida de Giulio Andreotti. Puedo apuntar lo básico: que es una de las figuras claves de la política italiana de la segunda mitad del siglo XX, miembro del partido de centro Democracia Cristiana, elegido tres veces Primer Ministro y otras tres presidente del Consejo de Ministros, que en la actualidad, a sus más de noventa años, es senador vitalicio en el Senado italiano, y que a finales de los años noventa fue procesado por su presunta responsabilidad en el asesinato del periodista Mino Pecorelli en 1979, siendo definitivamente absuelto en 2003. En resumen, un personaje tan inamovible como hermético que ha sabido mantenerse en el poder a pesar de sufrir todo tipo de tormentas políticas y mediáticas. Paolo Sorrentino debió ver en él alguien muy acorde con sus inquietudes, pues la traslación cinematográfica que hace del político tiene bastante de la misteriosa opacidad de Titta Di Girolamo combinada con el cruel cinismo de Geremia Di Geremia, dando como resultado un personaje memorable al que da vida un irreconocible Toni Servillo digno de todos los premios de interpretación existentes.

“Si tienes un gran secreto no debes confesártelo ni siquiera a ti mismo, porque nunca hay que dejar huellas”

Al igual que la anterior cinta de Sorrentino Il Divo no lleva una línea argumental clara, y salta de una situación a otra con soltura, haciendo repaso de algunos de los puntos más importantes de la vida de Andreotti, como su relación con el secuestro y asesinato de Aldo Moro, líder de la Democracia Cristiana y colega suyo, por parte de las Brigadas Rojas, o sus presuntas relaciones con el capo di tutti capi Salvatore “Toto” Riina y con las ejecuciones ordenadas por este, para finalizar en el mediático juicio celebrado contra él en 1998. Rehuyendo cualquier austeridad Sorrentino opta por una puesta en escena frenética y descaradamente pop, con una brutal secuencia inicial que homenajea uno de los momentos más recordados de Casino (Martin Scorsese, 1995) y otra que sirve para presentar a la cúpula de Andreotti y que parece haber sido prestada por Quentin Tarantino. Una potente banda sonora, combinación de música clásica, rock y temas electrónicos, contribuye a redondear un espectáculo puramente posmoderno que, irónicamente, tiene como base un tema tan árido y complicado como la política italiana y un personaje que, a diferencia del actual Primer Ministro Silvio Berlusconi, no se caracteriza por su tendencia a dar espectáculo, más bien todo lo contrario.

“Yo no creo en la casualidad, sólo creo en la voluntad de Dios”

En última instancia Il Divo funciona mejor como serie de fragmentos separados que como conjunto coherente. Y es que resulta deliciosamente irónica y mordaz en su retrato de un ser oscuramente maquiavélico, pero cuando hace repaso de hechos históricos se demuestran las flaquezas de su propuesta cinematográfica, pues resulta imposible asimilar semejante bloque de información sin un conocimiento previo, y en todo caso este no aporta nada al desarrollo dramático del filme, que hasta ese momento había funcionado como acumulación de anécdotas del personaje sin necesidad de explicar el contexto en el que se encuentra. Es por eso que Il Divo resulta un vibrante ejercicio de estilo y un interesante acercamiento a la figura de Andreotti, pero no la cinta definitiva sobre la política italiana que podía haber sido.


“Sé que soy un hombre de estatura media, pero cuando miro a mi alrededor no veo ningún gigante”

Esta frase, atribuida al “Divino Andreotti”, podría aplicarse a Paolo Sorrentino, que con cada nuevo proyecto se supera a sí mismo en ambición y talento. Actualmente se encuentra ultimando su primera película en inglés, una cinta protagonizada por Sean Penn que trata sobre una decadente estrella de rock embarcada en la búsqueda de los nazis que torturaron a su padre durante la II Guerra Mundial. Una vez más el tema del Holocausto y de la memoria de los judíos, pero podemos contar con que, al igual que ha hecho con la historia reciente de su país, bajo la mirada del italiano este encontrará un enfoque nunca visto, que puede maravillar y ofender a partes iguales. Será cuestión de tiempo comprobar si la industria de Hollywood es capaz de asimilar a este extraño fuera de serie.


Nux Vomica - The Veils

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