A mes escaso del estreno de la tercera parte de la trilogía de Christopher Nolan sobre Batman la expectación mundial es máxima, pues se trata de la continuación de una de las películas más taquilleras y de mayor impacto en la cultura popular de los últimos tiempos. Pero no se trata sólo de eso, de un espectáculo de superhéroes revientataquillas para pasar la tarde (aunque también es válida para cumplir esta función), sino que también sirve como radiografía increíblemente cercana y certera del tiempo que nos ha tocado vivir: la decadencia del capitalismo tras el paso por su más ostentoso cenit; el despertar de la gente ante el repentino descubrimiento de la cómoda cárcel en la que sus cuerpos y espíritus están atrapados; y la irrupción de una colosal crisis ante la cual la brújula de valores que utilizábamos ha quedado completamente desfasada. Si en Batman Begins el miedo convertido más tarde en furia era el motor de un Bruce Wayne millonario y huérfano que, impotente ante la corrupción y los abusos cometidos en su ciudad, decide convertirse en un agente y símbolo de la justicia más allá del sistema legal, en El Caballero Oscuro esa anomalía en el equilibrio social (o más bien el desequilibrio social) genera la reacción contraria en la figura del Joker, salvaje y retorcido bandido marginal que se hace con el control de una mafia desesperada ante la presencia de Batman y utiliza sus recursos no para enriquecerse sino para dinamitar desde dentro la estructura legal, económica y ética sobre la que se sustenta Gotham City; y más tarde en la del fiscal Harvey Dent, símbolo público del sistema moral que Wayne defiende desde las sombras que acaba tomándose la justicia por su mano aplicando el único juicio que considera real: el juicio del azar. Al final de esta última Batman decide atribuirse los crímenes de Dent para que su nombre quede limpio y la ilusión de una sociedad más justa que este trajo a Gotham no sea destruida tal y como pretendía el Joker. Desde luego no resulta muy difícil encontrar claras concomitancias entre estos personajes y sus acciones y nuestro mundo en su agitado devenir actual.
Cinefagia, literatura, música, dandismo, publicaciones y otras malas costumbres.
domingo, 24 de junio de 2012
sábado, 16 de junio de 2012
Fahrenheit 451, de François Truffaut. Filmar es escribir
Publicado por
Gabriel Doménech
Haciendo gala de mi habitual oportunismo, que en este blog cristaliza en una constante recurrencia a los obituarios, me lanzo hoy a divagar sobre algunas cuestiones aparejadas a la película Fahrenheit 451, que François Truffaut dirigió en 1966 a partir de la novela del recientemente fallecido Ray Bradbury. Como hasta los no iniciados sabrán, el genial escritor de Illinois dibujaba un panorama distópico en el que los poderes fácticos impedían a la población el acceso a la cultura escrita. Es decir, una sociedad sin libros. Cualquier ejemplar impreso quedaba proscrito, y lo mismo ocurría con aquellas personas descubiertas con algún tomo "no declarado".
martes, 12 de junio de 2012
Chéjov y los demás. 'Another year' de Mike Leigh
Publicado por
Gabriel Doménech
lunes, 11 de junio de 2012
«-¡¿Ruso?! -Ruso blanco, ¡claro!». Humor y crítica en «Uno, dos, tres» de Billy Wilder (1961).
Publicado por
Álvaro de Balbín Bueno
El análisis de cualquier creación potencialmente artística está determinado por la existencia de dos ámbitos de interpretación diferentes: el discurso conceptual, y la relación entre este, el contexto histórico y político, y la realización en términos materiales. Ambas facetas se hallan estrechamente relacionadas, y su posible dependencia constituye siempre una compleja evaluación. En cualquier caso, el origen de la expresión intelectual y artística radica en el contacto con la realidad, lo cual supone asumir una metodología orientada a sintetizar un término medio entre las dos posibilidades mencionadas.
Esta reflexión inicial resulta fundamental, puesto que el objeto de estudio de este pequeño ensayo se sumerge de lleno en esa dialéctica entre creación y realidad. Uno, dos, tres (Billy Wilder, 1961) narra una historia aparentemente anecdótica y cómica, pero presenta una visión singular de una realidad histórica profundamente trascendente. El concepto artístico de la película podría incurrir en el vacío si se obviara cualquier parecido con los hechos reales. De este modo, es posible entender que lo formal cumple su función gracias a un discurso apegado a la realidad de la sociedad humana contemporánea. Sin duda, esta afirmación supone entrar de lleno en la complejidad antes mencionada, pero es necesario para comprender el papel del equipo de la película en la creación. Por otro lado, un análisis histórico requiere centrarse en el ámbito ideológico, en aquello que interpreta y describe la realidad, matizando la relevancia de los medios que permiten su elaboración «lingüística».
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viernes, 8 de junio de 2012
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