Hoy ofrecemos, por primera vez, una entrevista en el blog. El entrevistado es Mirito Torreiro, conocido crítico e investigador de cine, así como docente. En su amplio currículum, que abarca más de treinta años de labor profesional, se pueden destacar sus colaboraciones con 'Dirigido por…' (1979-1988), 'El país' (1989-2006) o 'Fotogramas' (desde 2000 hasta la actualidad). Ha publicado numerosos libros sobre cine, entre los que cabe señalar Guionistas en el cine español. Quimeras, picarescas y pluriempleo (coescrito con Esteve Riambau, premio “Ricardo Muñoz Suay” de la Academia de las Artes Cinematográficas a la mejor obra de investigación, 1999). Como profesor, ha ejercido en la Universidad Autónoma de Barcelona y, actualmente, trabaja en la Universidad Carlos III de Madrid. También forma parte del equipo de dirección del Festival de Málaga y es director de programación del de Granada, ‘Cines del sur’.
Aprovechando que es nuestro profesor, Gabriel Doménech y yo nos citamos con Mirito la semana pasada, para conocer más sobre él y su forma de entender el cine.
P-. ¿Cómo empezaste a trabajar en el medio?
R-. De manera casual. Yo no me dedicaba al cine. Tenía una amiga con la que había preparado un mediometraje del que nunca pasamos del guion técnico. Ella era estudiante, muy cinéfila, y por la tarde trabajaba en una institución, la Collecciò Cinematográfica Catalana. Allí tenían todo tipo de revistas, documentación, fotos, películas… y 3 personas se encargaban de tenerla abierta al público: esta chica, José Enrique Monterde (ahora colaborador en 'Cahiers' y profesor en Barcelona) y Esteve Riambau (director de la Filmoteca de Cataluña y compañero de investigaciones). Estaban preparando el primer libro que iba a salir sobre Bertolucci en España. Una película suya, La estrategia de la araña (1970), está basada en un relato de Borges. A través de la chica, se enteraron de que yo sabía sobre literatura argentina, un día quedamos para hablar, y de esa charla, siguieron otras, y una invitación formal a escribir en la revista 'Fulls de cinema'. Acepté y empecé a escribir.
Al año o año y poco, empecé a trabajar en 'Dirigido por…', donde ellos ya colaboraban de manera más profesional, cobrando. Porque la verdad es que 'Fulls de cinema', más que darnos dinero, nos acabó costando sacarla adelante, pero fue un invento bonito, que además nos hizo conocer a mucha gente.
P-. ¿Cómo empezaste a trabajar en el medio?
R-. De manera casual. Yo no me dedicaba al cine. Tenía una amiga con la que había preparado un mediometraje del que nunca pasamos del guion técnico. Ella era estudiante, muy cinéfila, y por la tarde trabajaba en una institución, la Collecciò Cinematográfica Catalana. Allí tenían todo tipo de revistas, documentación, fotos, películas… y 3 personas se encargaban de tenerla abierta al público: esta chica, José Enrique Monterde (ahora colaborador en 'Cahiers' y profesor en Barcelona) y Esteve Riambau (director de la Filmoteca de Cataluña y compañero de investigaciones). Estaban preparando el primer libro que iba a salir sobre Bertolucci en España. Una película suya, La estrategia de la araña (1970), está basada en un relato de Borges. A través de la chica, se enteraron de que yo sabía sobre literatura argentina, un día quedamos para hablar, y de esa charla, siguieron otras, y una invitación formal a escribir en la revista 'Fulls de cinema'. Acepté y empecé a escribir.
Al año o año y poco, empecé a trabajar en 'Dirigido por…', donde ellos ya colaboraban de manera más profesional, cobrando. Porque la verdad es que 'Fulls de cinema', más que darnos dinero, nos acabó costando sacarla adelante, pero fue un invento bonito, que además nos hizo conocer a mucha gente.
P-. ¿Cuál fue tu primera experiencia festivalera? Cuéntanos un poco de ella.
R-. El primer festival de cine al que fui fue San Sebastián 1979, el año en que fue premiada El proceso de Burgos, de Imanol Uribe. Por una carambola muy extraña, fui a cubrirlo por ‘Dirigido por’. Yo entre por la puerta grande en los festivales. Para San Sebastián, ‘Dirigido’ era como ‘Positif’ o ‘Cahiers’ para Cannes: nos pagaban todo, salvo el billete. Era otra época. A nosotros nos salía muy bien porque, además de la crónica, podíamos ver varios preestrenos, sacar un dinero, hacer acopio de materia para luego poder hablar de más cosas. A partir del 89, con ‘El País’, empecé a ir todos los años a San Sebastián.
P-. ¿Has participado en algún festival como jurado?
R-. Sí, en varios. A partir de cierto momento, empiezas siendo Jurado de la Crítica y acabas siendo jurado sin más. Por ejemplo, fui director del Jurado Documental de La Habana, jurado en Huelva, Cinema Jove de Valencia,… Como Jurado de la Crítica en Locarno, en Turín, San Sebastián…
P-. ¿Recuerdas algún estreno en particular, por el motivo que sea, bueno o malo, dentro de tu trayectoria?
R-. Siempre hay alguno. La primera película que vi en San Sebastián, por ejemplo, fue Manhattan… Un día de aquel primer viaje, miramos a ver qué había… (“una película del inglés que hizo Los duelistas, ¿qué será esto?”)… ¡y esto era Alien y la que lo presentaba era Sigourney Weaver!
Recuerdo, por ejemplo, el primer año que fui a Venecia. Se me quedo muy marcado porque estaba Wenders con Relampago sobre el agua, con Nicholas Ray; y Antonioni con El misterio de Oberwald, que era la primera película que rodaba en vídeo, con cámaras de televisión. Me quedo de aquel año con una mesa redonda, una rueda de prensa reducida, muy interesante con Antonioni, que era una de las personas más inteligentes que he visto en mi vida, un tipo de una brillantez tremenda: abría la boca y te dejaba con la boca abierta, todo lo que decía era de interés. Wenders también me pareció un tipo muy, muy inteligente.
Aquel año también recuerdo un pase a las doce de la noche de Vértigo, una película virtualmente secuestrada, que nadie había visto. Daos cuenta de que os estoy hablando de una época anterior al video. Los derechos de Vértigo los tenía Hitchcock, junto con los de un bloque de películas que había ido comprando (Mr and Mrs Smith, La ventana indiscreta…), y no dejaba pasarlas: yo creo que era una especie de operación para crear expectación alrededor. Entonces ese año, que fue el que murió Hitchcock, el 80, le hicieron el homenaje, y consistió en la proyección a las 12 de la noche de la copia privada que tenia Henri Langlois, de la Cinemathèque Française, de Vertigo. Ahí fue cuando yo la vi, pues no la había visto hasta entonces…
De aquel año también recuerdo un memorable ciclo, del que yo vi todo lo que pude: el primer gran ciclo Mizoguchi que se montó en Occidente. O recuerdo, por ejemplo, alguna sesión de mi primer Locarno, muy espectacular. Locarno tiene una gran peculiaridad, y es que proyecta en una plaza para 8000 personas, con una de las pantallas más grandes que he visto en mi vida, y pasaron The comfort of strangers, la película de Paul Schrader, adaptación de la novela de Ian Mc Ewan. El público la masacró, empezó a silbar a mitad de película, y cuando salió Schrader a saludar al final lo pusieron verde. Pero en fin, de todos los festivales te quedas con algo.
P-. Cuéntanos sobre algún personaje que te haya llamado la atención particularmente en estos años, por entrañable, por inesperado…
R-. Muchísimos. El más insólito, tal vez, que era como de otro planeta, muy frágil, interesante e inteligente, es André Delvaux, un cineasta hoy olvidado y sin embargo uno de los grandes cineastas que exploraron los límites del surrealismo en el cine. No sé si habréis visto, por ejemplo, El hombre del cráneo rasurado o alguna otra película suya. Era un director belga, hijo del pintor surrealista. Hizo una versión de L’ouvre au noir, de Marguerite Yourcenar.
Aunque tal vez, el más insólito de todos fue Ruggero Deodato. Un año me toca ser jurado del Festival de Sitges. Desde el 81, voy todos los años: el director es un buen amigo. Son jurados del todo estrambóticos: en el año que digo, estaban la novia de Tarantino (Zoe Bell, la de Death proof), Eloy Azorín, un director inglés, no sé quién más, y Deodato, una suerte de energúmeno con el que enseguida me entendí muy bien. Yo había visto alguno de sus subproductos, pero lo que más me llamó la atención fue que había sido el ayudante de dirección de las 8 últimas películas de Rossellini, y vivía en la misma casa que Rossellini. Había colaborado con él desde La toma de poder de Luis XIV. Y bueno, podías hablar con él de cosas completamente insólitas. Era un tipo muy divertido, con una mujer muy joven (actriz), un tipo sorprendente, bizarro y raro. No me imaginé jamás que Ruggero Deodato fuera a ser así.
Y entre la gente que realmente aprecio de la que me tocó conocer por el cine también está Basilio Martin Patino. Es uno de los pocos directores españoles verdaderamente cultos, con el que puedes hablar de cualquier cosa, no necesariamente de cine. Yo de cine hablo poco con él. Lleva mucho sin trabajar porque tiene 82 años, pero Nueve cartas a Berta y Canciones para después de una guerra… son demasiado… o Queridísimos verdugos, que tuvo que rodar en la clandestinidad.
P-. ¿Y alguien te decepcionó particularmente, alguien sobre quien tuvieras expectativas?
R-. Carlos Saura, por ejemplo. Saura es una persona sin discurso, a mí me parece muy decepcionante, y sin embargo respeto mucho su cine, pero él personalmente es alguien sin discurso. Es muy difícil hablar con Carlos, es muy superficial…
P-. ¿Cuál sería tu ideal de crítica? ¿Qué consideras una buena crítica de cine?
R-. Es muy difícil definirlo. En realidad, yo creo más en la trayectoria de los críticos que en una crítica en concreto. El puente que tiende un crítico con el espectador siempre tiene que ver con las expectativas a largo plazo, no tanto con una crítica. El crítico va haciendo un trabajo de superposición de cosas, algo que buena parte de la crítica contemporánea no tiene en cuenta. Por eso, tú puedes leer una crítica de Boyero, por ejemplo, y decir “hombre, estoy bastante de acuerdo”, pero para mí, una de Boyero la enmiendas a la totalidad, porque es que no me interesa su punto de vista sobre el cine, sobre cómo ve la crítica. Yo creo que ante todo un crítico de cine es alguien que tiene adquirida una responsabilidad, porque nadie le obligó a eso, pero una vez que se dedica a eso cumple una determinada función social. Entonces, no vale soltar lo primero que se te pasa por las entretelas, hay que tener mucho cuidado con lo que uno dice porque tienes responsabilidad sobre lo que haces. Eres un intermediario, te guste o no te guste, aunque lo quieras disfrazar de otras cosas: un crítico es un intermediario entre una industria y un espectador (y muchas otras cosas).
Una buena crítica deber ser coherente con el terreno de encuentro que el crítico tiene con el espectador, no defraudar, no esconder desde donde hablas: eso Boyero lo hace. Es necesario que el espectador sepa que prefieres un punto de vista político, o que prefieres el cine norteamericano, o que estás por defender otro tipo de cine. No hay que esconder eso, no tienes derecho a desconcertar al lector sin argumentarlo coherentemente bien.
P-. Dinos 5 títulos que defenderías como tus favoritos o que definen tu forma de entender el cine, no necesariamente atendiendo a la calidad, sino de manera del todo subjetiva.
R-. Uf, es muy difícil. Diría más bien que tiene que haber un Renoir, un Mizoguchi, un Ozu, un Bergman, un Godard. Eso sería un cierto corpus por mi parte. Tienen que estar À bout de souffle, Cuentos de Tokio y El intendente Sanshô, Los amantes crucificados o Cuentos de la luna palida. Pero también me gustan mucho las películas de los nuevos cines, a las cuales me he dedicado mucho (Apichatpong, Linklater,…) , así como las españolas o latinoamericanas. Tendrían que estar… qué se yo… La hora de los hornos (por razones estrictas de autobiografía), Buñuel, Welles, tantos… 5 es imposible.
En realidad, si te puedo decir que hay una película que a mí me abrió la cabeza respecto a que el cine podía ser muy distinto de lo que había conocido yo hasta entonces en las sesiones del colegio, fue Fresas salvajes. Estaba en primero de liceo, tenía 12 años. Una noche llego a casa y en el canal estatal de Montevideo, pasan Fresas salvajes, allí llamada Cuando huye el dia. La vi, no entendí nada, pero dije “santo Dios, ¿qué es esto?”. Me dejó un impacto tal que quise ver más, y me puse a ver películas de Bergman.
También me pasó con Cassavettes, cuando vi Shadows o Opening night, que estaría en mi lista de 50 películas favoritas, ¡y estamos hablando de 50! También estaría El chico, de Chaplin, la primera peli que creo haber visto, con 3 o 4 años, que me dejó profundamente impactado: ¡eso era el cine! Condicionan mucho las primeras películas que uno ve. Ahora se me viene a la cabeza Lola, de Jacques Demy, una maravilla absoluta.
P-. Si resulta difícil priorizar, dinos alguna película que te gustaría no haber visto.
R-. Salò. Salò, porque es una de las películas que más me ha conmovido y más me ha destrozado en la vida. La vi (me acuerdo perfectamente) en ‘La pagode’, en París. No se había estrenado en España, estaba prohibida, allá por 1975, con Pasolini recién muerto. Fui a verla con un amigo uruguayo. Este amigo, era amigo a su vez de una chica cuya familia era dueña de viñedos en Burdeos, y nos invitaron a cenar con los vinos de la casa. No probé bocado ni bebí ni un trago, porque tenía tal conmoción de haber visto la película, me quedé tan tocado que no atiné a hacer otra cosa más que darle vueltas en la cabeza horas y días. Es relativo lo que no hubiera querido ver, porque claro que la hubiera querido ver pero… Luego, por razones personales, Los amantes del círculo polar me destrozó por cosas que me habían pasado en la vida. El cine hace esas cosas.
P-. A modo de conclusión, ¿qué canción te gustaría que pusiéramos para cerrar la entrevista?
R-. My funny valentine, de Chet Baker.
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