sábado, 28 de abril de 2012

A propósito de 'Las nieves del Kilimanjaro', de Robert Guédiguian

En una ocasión discutía con mi compañero de discursos cibernéticos Santi Lomas cuál era el cine más apropiado para tratar la presente crisis en la que estamos sumidos (y bla-bla-bla). El tema venía a colación del rechazo que nos produjo la muy elogiada 'Carnage' de Roman Polanski, tan supuestamente crítica con el status quo como en el fondo complaciente en sus pretendidamente sañudas diatribas. Otro colega, David Muela, propone como nuevo modelo expositivo-crítico los ejercicios sobre la figura de Batman practicados por Christopher Nolan. Puede ser (no lo sé). Hay otro cine, el que sobre todo a rebufo de la eclosión del 68 se empezó a etiquetar como "cine político" o "cine social" a falta de mejores definiciones, que enfrenta problemáticas de manera directa y muestra sin cortapisas sus presupuestos ideológicos. Intenté analizar este tipo de películas, y defenderlas, "a propósito de También la lluvia" (no por casualidad el presente post se titula así). La nueva incursión de Robert Guédiguian en nuestras pantallas me da pie para escribir sobre una corriente que, al menos en España, goza de irregular estimación crítica.


Pero, antes de empezar, me permitiré una reflexión. Creo que una película se tiene que valorar por lo que es, y no por lo que nosotros esperamos que sea. Es completamente plausible que nos decepcione, que no compartamos los gustos, ideas o modos de los creadores del filme. Pero si hacemos hincapié en el oficio de la crítica y el análisis cinematográfico, considero fundamental trabajar sobre la congruencia de los resultados, lo que el filme consigue, y no sobre las expectativas o, digámoslo ya, prejuicios externos a lo que es la obra, lo que dice. Esto es, más allá de tener en cuenta lo que una película (o un libro, una canción o una sinfonía) podría haber sido, se debería trabajar sobre lo que ésta nos ofrece: cuáles elementos utiliza para sugerir qué tema(s), cómo dentro de ella idea y técnicas se complementan y se adecúan entre sí... La tarea de una crítica de cine rigurosa reside, a mi modo de ver, en dilucidar si una obra, más allá de las simpatías o antipatías que pueda generar (sentimientos que usualmente poco tienen que ver con el contexto interno de la obra, y sí con su circunstancia externa), consigue los objetivos que se marca sin hacer trampas ni con el espectador ni con las herramientas utilizadas. Bien es verdad que luego puedo arrepentirme de esta deontología, y que hay películas que plantean otras formas de enfocar la crítica, y etcétera. Sin embargo, creo que lo anterior no está mal para empezar.

Dicho esto, vuelvo al mal llamado "cine político o social". Muchas de las voces que se alzan contra la praxis de cineastas como Bollaín, Loach o Guédiguian destacan el carácter panfletario de las ficciones propuestas. Como escribía Heinrich Böll, el que una obra sea panfletaria no supone un argumento denigratorio, sino una mera descripción. Tan digno de alabanza es un panfleto como una oda, una sátira  o un discurso. Luego los puede haber buenos o malos, pero eso ya es otro cantar. Muchos críticos no parecen contar con que existen ciertos filmes donde no es fácil separar la carga ideológica de su función estética / artística / narrativa. Es más, contemporáneos como Guédiguian, Loach o Amelio se niegan a hacer distinción entre arte ficcional y práctica política. Esta es una idea que ya tenían los cineastas soviéticos de los años 20, y que pervivió (pervive) en directores tan dispares como Joseph Losey, Herbert J. Biberman, Costa-Gavras, Godard, Peter Watkins o Chantal Akerman. Por tanto, hay que contar con que lo que nos ofrezca Guédiguian en 'Las nieves del Kilimanjaro' (Les neiges du Kilimandjaro, 2011) llevará aparejadas unas tesis o axiomas que no dejarán lugar a una enorme variedad de interpretaciones. Se podrá condenar la opción "cerrada" de Guédiguian, pero al fin y al cabo es su decisión plantear así sus ficciones, por lo que sólo queda tomarlo como viene, y analizar si dentro de estos postulados alcanza una cierta "perfección". No tiene mucho sentido, entonces, achacar a sus películas su vena "discursiva" porque, efectivamente, el marsellés subraya la carga "de discurso" (ideológico) de sus ficciones. Un último ejemplo: una novela de tesis de Galdós hay que criticarla en el contexto del resto de su producción de esta tendencia, y una novela de su etapa realista debe analizarse en el contexto de sus otras obras realistas. Mezclar y comparar obras de una y otra tendencia es tan desproporcionado como combinar un ácido y una base.

Un último argumento contra la tendencia de Guédiguian es el recurso al tan legítimo como pobre en rigor parecer particular del crítico pero presuntamente generalizable. "La película es aburrida, es cargante, es farragosa." ¿Para quién? ¿Para el que lo escribe? Porque si para mí no lo es, ¿qué clase de validez ostenta ese análisis? Existe la crítica impresionista, claro, también con sus ilustres antecedentes y sus exitosos representantes actuales, léase Carlos Boyero. No obstante, y con todos mis respetos, no me parece el tipo de crítica más eficaz, por lo poco universalizable de sus planteamientos. 

Toda la aversión que muchos internautas y redactores muestran a este tipo de cine, sostenidas sobre los mimbres que he mencionado, me hacen sospechar resquemores ideológicos disfrazados de refutaciones "profesionales". Y la cuestión ideológica nunca debe darse de lado, pero si es posible alabar cierta tendencia del mainstream capaz de ejecutar variaciones, aunque sean mínimas, dentro de los patrones hegemónicos, tengamos igualmente los arrestos para valorar positivamente los intentos de hacer un cine más crítico, o poseedor de propuestas de distinta índole. Los intentos buenos, por supuesto. Tampoco quiero decir que toda película combativa o "concienciada" (otro epíteto muy en boga que no me gusta) sea estupenda, lo mismo que no todo lo que lleve la firma de Hitchcock (por ejemplo) está a la misma altura cualitativa.

Ahora, por fin, hablemos de 'Las nieves del Kilimanjaro'. El caso de Robert Guédiguian es el de un cineasta tremendamente fiel a unos planteamientos temáticos y formales que apenas han variado en casi treinta años de carrera. La prueba más evidente es la recurrencia a los mismos actores, escenarios y asuntos. Guédiguian es, a su modo, un cineasta muy personal. El encanto y la sensación de credibilidad de sus mejores filmes se destila de la cercanía física que su autor tiene con los objetos filmados. El método Guédiguian, casi una práctica profesionalizada aplicada a las "películas de y entre colegas", exige, por esto último y por el análisis que el director pretende realizar sobre su entorno, un cine del "aquí y el ahora". Cada nueva película es una modulación que añade nuevos detalles extraídos de la más rabiosa actualidad a un discurso que no por estar circunscrito a unas coordenadas ideológicas muy claras deja de buscar las zonas grises y las lecturas suplementarias de lo presentado en escena. En este sentido, es paradigmático la estructura narrativa que tiende a utilizar, en la que las acciones de cada personaje contrapesan y se entienden en función de las que toma otro, formando una red interdependiente reflejo de la óptica humanista del cineasta, en la que los actos de cada uno se contextualizan, que no justifican, en el tejido social. También pone de manifiesto la voluntad de Guédiguian de no unidimensionalizar los actos que muestra, de añadir complejidad a sus tapices humanos. Pero por encima de todo, Guédiguian destaca por su sincero retrato de la vida cotidiana de un cierto sector de la clase trabajadora gala y de la particular idiosincrasia mediterránea de la urbe marsellesa. La carga ideológica necesaria en todos sus filmes se da la mano con el reflejo de la cotidianidad, con la pincelada costumbrista sin acomodamientos, con la reivindicación de la sencillez y la emotividad de los instantes aparentemente inanes. Esto tiene reflejo en su estilo sencillo, de cámara invisible, en el que los recursos formales se acoplan a las necesidades de una narración realista, clara en la exposición de hechos y más problematizada en la reflexión sobre los mismos.

Todas estas características las encontramos en su nueva película. De nuevo la captación de la luminosa Marsella en su faceta más oscura y los rituales cotidianos en los que se cuelan de manera usualmente hábil los comentarios de Guédiguian sobre la problemática tratada ocupan un lugar de excepción en 'Las nieves del Kilimanjaro'. Película que, como no podía ser de otra manera, acaba revelando su carácter de fábula moral, de obra de tesis. Nada que reprochar en este sentido. Porque además, estamos ante una tesis que debería ser tenida en consideración en los tiempos que corren. Guédiguian apuesta por hacer examen de conciencia de su antiguo ideario, de reconocer lo que se ha desechado en el camino, pero también de recuperar la pureza del ideal. Ante un contexto de progresivo malestar social, donde los canallas, en palabras de Godard, ya no tienen problema en ser sinceros, Guédiguian propone algo tan simple como la solidaridad como moneda de cambio. Solidaridad a pesar de las contradicciones, de las barreras que el bienestar va creando, solidaridad en la medida de lo posible. Las nieves perpetuas del título (que con el cambio climático están dejando de serlo) aluden a una canción popular francesa pero también a aquellos valores que deben permanecer entre nosotros a pesar de que las circunstancias amenacen con marchitarlos. El filme no carga contra las nuevas generaciones, tal como han dicho algunos, para abogar por los planteamientos de la vieja izquierda a la cual pertenece claramente el cineasta: apuesta por un mayor entendimiento entre dos formas de percibir la actividad social, por la conjunción entre los nuevos y los viejos valores, pero sin abandonar el espíritu combativo. Es digna de aplauso esta sincera autocrítica y valoración de lo ya hecho, pero también profundamente coherente con una trayectoria que, como ya se ha comentado, hace de la constante revisión y apego a las nuevas realidades, y a sus correspondientes interrogantes, contundente razón de ser.

Volviendo a lo que escribía en el primer párrafo, a la de hora de señalar ejemplos cinematográficos que reflexionen con rigor sobre la actual crisis, puede que éste no sea el caso más perfecto o irreprochable. Peca de ciertas evidencias y subrayados (el uso de algunas canciones, el simbólico brazo escayolado del protagonista, ciertos parlamentos quizás demasiado explícitos), es cierto. Pero se trata de la pertinente visión de izquierdas, que aún tiene mucho que decir y aportar a pesar de los que se obcequen en su (falsa) caducidad. Hablamos de cine necesario, si es que existe algún cine (o forma de arte) que no lo sea. Cine, entonces, especialmente necesario.

A lo que voy. No se la pierdan. 

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