¿Qué fue de Álex de la Iglesia? Sí, aquel director de El día de la Bestia y La comunidad. Algunos dicen que sigue dirigiendo… Parece que sí. Desde luego parece mentira que el mismo hombre que hace una década firmaba títulos como los antes mencionados sea responsable de otros como La chispa de la vida ahora. Sí, hay rasgos que hacen pensar que sigue siendo la misma persona, pero los liftings según se envejece no siempre quedan bien. Y si no que se lo digan a Juan Luis Galiardo, que vaya estirado se ha metido. La chispa de la vida es una película carente de ingenio, de sutileza y de integridad. Por el contrario es fácil, oportunista y su mensaje está enunciado de la peor manera. El señor Álex, me recuerda a su predecesor Eloy de la Iglesia en sus trabajos más endebles, chuscos y panfletarios como Miedo a salir de noche o La mujer del ministro… Ese tono crítico, sí, pero a toro pasado, claramente oportunista, de estética feísta y de trazo grueso, gruesísimo. Ese discurso de denuncia fácil que tiene buenos muy buenos y malos muy malos, saldado para más inri con la demonización hipócrita de los medios de comunicación.
¿Y por qué hipócrita, Lomas?, ¿cómo te pasas, no? Sí, hijos míos. Critica a los políticos pero pone el cazo, critica a los medios de comunicación pero cuenta con la colaboración de Telecinco. ¿Esto qué es? Sí, mucho cubrirse con que los canales de televisión tienen otros nombres y tralarí y tralará pero… ¿quién les ha autorizado a utilizar imágenes de Sálvame o a utilizar el plató de Informativos Telecinco, García Campoy y Josto Maffeo incluidos?
La hipocresía no es el único mal del que adolece este trasto. Además de la mencionada falta de profundidad, sufre de un metraje excesivo, de un guión infantiloide y bastante incoherente en algunos momentos y, sobre todo, de una pedantería preocupante y adoctrinadora. Entre los momentos más bochornosos destacan el “improvisado” monólogo de Mota condenando lo malos que son los bancos, o las escenas de Juanjo Puigcorbé en general, destacando aquellas en las que aparece en su casa, muy perverso él, rodeado de zorritas en pelotas (en plan cine carca total, como si fuera un malo de Tango y Cash o algo así... Sí, la referencia no es casual).
Qué es pedante: lo del teatro-circo mediático es de primero de bachillerato, los extractos de la televisión real (Lydia Lozano diciendo “me gusta ser parte de este circo…”), ese final aparentemente simbólico de la patada de Salma Hayek… De la Iglesia quiere que los críticos se fijen en esos detalles y le aplaudan, pero es tan fácil que no tiene gracia.
Si a ello le sumamos el querer ir de ‘indignado’ pero a la vez rentabilizar la jugada, y más de esta forma, es sonrojante: el hombre con más audiencia de la televisión, actriz hollywoodiense, reparto televisivo,… Se condena un circo convirtiéndose el filme en uno mismo, aunque con aires de dignidad, como el chivato de confianza de la profe, que no por ello es menos chivato. Y señala sin lavarse las manos antes.
No es que De la Iglesia ruede mal, su forma de filmar se mantiene efectiva, pero en esta ocasión, como en Balada triste de trompeta, no ha sabido narrar, no ha sabido emocionar, no ha sabido hacer algo real de esa realidad de la que bebe. Y eso requiere torpeza. Repite trucos, abusa de efectismos,… Y no es que no sea necesario un cine sobre la crisis, la corrupción, las dobles caras y falsa moral de nuestra sociedad… ¡pero es que se puede hacer mejor!
La primera media hora del filme funciona de manera efectiva, pero a partir de que Mota se queda pinchado, De la Iglesia se despista, queriendo dar voz y seguimiento a demasiados personajes y tramas que hacen perder intensidad al núcleo emocional del asunto. El metraje se hace largo y la conclusión es tremendamente amanerada y telefílmica.
Tengo la impresión de que el director se ha creído por encima de sus posibilidades, y que todo le parecía poco a la hora de añadir elementos a la que pensaría su “obra maestra”. Desde luego el guión de Randy Feldman se podría haber remendado con bastante más astucia (no estamos hablando de un Ennio Flaiano, de un Paul Schrader o una Suso Cecchi d’Amico, no, ¡este señor tenía unos antecedentes!), pero claro, siendo el mismo Randy Feldman productor ejecutivo… a ver quién dice que no a la pasta (uy, ¿no era ese el mensaje de la película?).
Lo único que se salva de la función es José Mota y algunos de los secundarios de la película. La elección a dedo de Carolina Bang (maleja donde las haya) como la periodista buena garantiza la frialdad más absoluta en lo que debería ser uno de los momentos más dramáticos del filme, así como Salma Hayek, a pesar de su evidente esfuerzo interpretativo, también demuestra en algunos momentos que no da más que sí. Blanca Portillo, Antonio Garrido, e incluso Juan Luis Galiardo destacan como secundarios entre otros de relleno convocados para completar el cartel y añadir algunos minutitos al asunto (Antonio de la Torre, Santiago Segura, la niña de Camino…).
José Mota merece el Goya por su apasionada interpretación, por su viveza, por su humildad, por más que De la Iglesia le retire el plano más de lo que debiera a lo largo del metraje. José Mota merece el Goya por no perder su dignidad ni en los momentos más burdos y panfletarios de la cinta, por esforzarse en demostrar su otra cara –y por tanto renovarse– como artista.
Por lo demás, solo me queda decir que si La chispa de la vida hubiera sido más reflexionada, más honesta, más breve (75 minutos hubieran sido suficientes), más aguda y menos despistada, así como con mayor altura de miras (el discurso nos lo sabemos de memoria, ya se ha hecho esta película y mejor antes), si hubiera sido menos burda y predecible, si se hubiese realizado con menos prisas a rebufo de unos poco merecidos Leones de Oro, en ese caso, sí, hubiera sido una buena película. Por desgracia, solo nos ofrece la bastez, la sabihondez y la simpleza de un refrán de pueblo (y precisamente no es por Mota), y es que, como bien se dice en el mío, “Al que no sabe llevar bragas, las costuras le hacen llagas”. Las ingles de De la Iglesia están enrojecidas y el valor de su producción desciende en picado por querer abarcar demasiado… esperemos que encuentre la pomada pronto y la piel vuelva a estar sana como en su juventud.
Pues a mí es la que más me ha gustado de Alex de la Iglesia junto a El día de la bestia y Crimen Ferpecto, y eso que el comienzo me daba muy malas vibraciones, con ese retrato tan caricaturesco y facilón de la situación actual, con algún momento tan horrendo como el del mendigo o la posterior escena de José Mota conduciendo con AC/DC de fondo. Afortunadamente la cosa mejora, y mucho, una vez comienza la acción propiamente dicha, y, a pesar de algún que otro guiño de tufo claramente oportunista (la diatriba del protagonista contra los bancos), De la Iglesia sabe manejar a la perfección la situación que plantea y equilibrar el drama y la comedia de manera que ambas se fundan a la perfección y una no eclipse a la otra: es decir, durante la presentación de los personajes congregados alrededor del paralizado protagonista el humor negro y el retrato ácido de arquetipos sociales domina la película, pero a medida que el tiempo transcurre y el estado del herido se agrava el tono trágico se hace con el control, un tono al que el realizador bilbaíno no está acostumbrado y que consigue resolver con nota, tanto que, cuando acaba la peli, uno no tiene la sensación (como yo mismo me había temido durante los primeros minutos del metraje) de haber asistido a un artefacto narrativo puesto en escena como mera excusa para lanzar un panfleto anti-sistema, sino a un drama familiar con auténtica potencia emocional en el que la crítica social de actualidad se filtra con perfecta naturalidad. Y es que el acto final de Salma Hayek dando una patada al maletín cargado de dinero de Puigcorbé no suena a impostado, sino a acción verdadera salida de las entrañas del personaje, a rabioso escupitajo lanzado por alguien que aún conserva su dignidad en la cara del diablo avaro que pretende arrebatársela cuando más vulnerable se encuentra, algo que logró con su marido pero a lo que ella, heroicamente, se resiste.
ResponderEliminarY tu crítica, Santi, sobre la hipocresía de Alex de la Iglesia no la entiendo: ¡¡pero si precisamente habría que celebrar su inteligencia por ser capaz de conseguir financiación para su película de unos poderes de los que luego va a burlarse y a los que va a criticar!!, ¿o no? O sea, yo le veo bastante mérito, sólo entiendo que te fastidia si tú eres uno de los sujetos retratados desfavorablemente en la peli, pero si no es así yo no sé dónde diablos está la hipocresía...
No sé, Muela, ojalá el tiempo te dé la razón. Pero yo todo eso que dices no se lo veo. Y si soy uno de esos sujetos retratados desfavorablemente, no me siento nada identificado. Tal vez sea estrechez de miras por mi parte.
ResponderEliminarMi indignación no viene porque me pueda criticar o no como espectador, sino porque fui a ver 'La chispa de la vida' esperando que me sorprendiera y se desarrollara de una forma más original. El discurso me parece facilón y poco profundo y la verdad es que dudo mucho que Álex de la Iglesia haya trabajado con el nivel de profundidad que planteas (de nuevo, insisto, ojalá sea así). En cuanto a la forma de conseguir el dinero, no creo que se deba a la picaresca del director, sino al interés de las cadenas en poder decir lo estupendas que son en caso de que la película obtenga reconocimientos.
En cualquier caso, veo que en Filmaffinity no tienes votadas El gran carnaval y La cabina. Te las recomiendo.