Antes de comenzar con Caballo de batalla (War horse, Steven Spielberg, 2011), un par de palabras sobre su director. Supongo que muchos ya estarán condenando la planicie y ñoñez del nuevo producto del abuelo Stevie. Ante ello, me gustaría alegar que hay muchos Spielberg como para endilgarle por de pronto esa categoría a todo lo que hace. Tenemos, es cierto, al Spielberg sensiblero de obras casi redondas como E.T. o A. I., Inteligencia Artificial (filme este último que, paradójicamente, alberga ingentes cantidades de crueldad y desesperanza), lo mismo que tenemos un Spielberg relator de pesadillas de raigambre kafkiana en El diablo sobre ruedas o Minority report. Asimismo, hay un Spielberg que, sobre todo en su primera etapa, lanza una mirada crítica y escéptica a la sociedad occidental en algunos de sus aspectos, como es el caso de la ya mencionada El diablo..., Loca evasión o Tiburón. Esa mirada también se encuentra en una de sus cumbres recientes: Munich. Hallamos un Spielberg juguetón e infantil en Jurassic Park o Hook, y mucho más reflexivo y maduro en cintas como La lista de Schindler o en esa gran película tan poco reivindicada que es El imperio del sol.
Lo que quiero decir con esto es que resulta difícil catalogar el corpus fílmico de un director que siempre se ha movido en terrenos muy dispares, siguiendo en muchas ocasiones planteamientos estéticos e ideológicos a veces contrapuestos. Lo que no quiere decir que no existan unos rasgos definitorios de la "marca" (más que estilo) spielbergiana. Podemos observar a lo largo de su filmografía una fijación con la mirada infantil, la búsqueda de la empatía con el espectador (que suele traducirse en excesos almibarados), las tramas con potencial épico y personajes en busca de redención; todo ello cada vez más unido, a medida que su carrera ha ido avanzando, a una visión del mundo teñida por los valores clásicos norteamericanos de unidad familiar, nacional y conservadurismo social. Pero esto no impide que de vez en cuando rompa expectativas y sorprenda con postulados renovados y observaciones muy críticas hacia el discurso con el que usualmente se le asocia (el epítome de esta práctica está, para mí, en Munich). Pero, por encima de todas estas consideraciones, el valor supremo de Spielberg reside en su don de narrador superdotado.
Existen, por lo tanto, muchos Spielberg, que incluso llegan a coexistir en una misma película. Ahora bien, el Spielberg de War horse no es el mejor de ellos. ¿A qué se debe? Principalmente, a un argumento muy pobre, cuarteado en una estructura episódica con picos de interés y hastío muy pronunciados. Por tanto, que nadie busque una historia de varias lecturas o personajes plenos de recovecos y complejidades. Con War horse, lo que hay es lo que hay. Los que esperen encontrar en el relato de la amistad entre un chaval y su caballo una revisión por parte del Spielberg más desmelenado de la turbadora Equus (Sidney Lumet, 1977), que se olviden del asunto. Es esta una película claramente dirigida a toda la familia, clásica en sus planteamientos y condescendiente en su desarrollo. Hay almíbar, sí, hay separaciones traumáticas y reencuentros algo forzados, sí, hay tragedias apenas esbozadas redimidas por un happy end más vasto que el campo de batalla del Somme, también. La verdad, ya contábamos con todo eso.
Lo que sí merece comentario es la absoluta maestría con que Stevie nos cuenta esta simple (simplona) historia, la suprema habilidad con que maneja los recursos formales. Ya se han comentado a este respecto los juegos elípticos que el director practica a la hora de eliminar a algunos personajes, estrategias que sorprenden al insertarse en un andamiaje, si bien brillante, más acomodaticio. También el final, en el que parecen leerse ecos de clásicos como Douglas Sirk o Victor Fleming (y que me inclino a comparar con una escena de muy parecidas texturas con la que Scorsese abría Alice doesn't live here anymore). Queda una vez más certificada la enorme vena inventiva de Spielberg, que fagocita géneros, escenas e imágenes para ofrecernos un espectáculo sorprendentemente unitario y, en ocasiones, hasta deslumbrante.
Otro detalle que me gustaría comentar (así aprovecho y hago un poco de name-dropping): Slavoj Zizek apuntaba muy acertadamente que las tramas en Hitchcock sirven como excusa para la inclusión de una serie de motivos dramáticos, visuales o formales que se repetían de película en película. Con Spielberg pasa algo parecido. Al ver War horse y otras obras suyas, uno no puede evitar pensar que su director ha decidido realizarlas para poder rodar ciertas escenas concretas. En este caso, la secuencia del arduo arado, o la del rescate del caballo protagonista que cristaliza en una entente entre enemigos, además de la final; fragmentos de gran fuerza y maestría dispuestos entre escenas de poco fuste o simplemente correctas.
Por tanto, película más de un director camaleónico, narrador al servicio de la taquilla que es capaz de introducir ostensibles modulaciones en su discurso, visibles si comparamos la carga ideológica de La lista de Schindler con la de Munich, o (centrándose en terrenos estéticos) el desfile de casquería hiperrealista de Salvar al soldado Ryan con la virulencia light que observamos en las escenas bélicas de War horse. Un rasgo, que podríamos definir como autoría líquida (que me perdone Zygmunt Bauman), en el no se ha incidido lo suficiente, y que es una razón más para valorar al gran prestidigitador del séptimo arte que es, a fin de cuentas, Steven Spielberg.
Lo que quiero decir con esto es que resulta difícil catalogar el corpus fílmico de un director que siempre se ha movido en terrenos muy dispares, siguiendo en muchas ocasiones planteamientos estéticos e ideológicos a veces contrapuestos. Lo que no quiere decir que no existan unos rasgos definitorios de la "marca" (más que estilo) spielbergiana. Podemos observar a lo largo de su filmografía una fijación con la mirada infantil, la búsqueda de la empatía con el espectador (que suele traducirse en excesos almibarados), las tramas con potencial épico y personajes en busca de redención; todo ello cada vez más unido, a medida que su carrera ha ido avanzando, a una visión del mundo teñida por los valores clásicos norteamericanos de unidad familiar, nacional y conservadurismo social. Pero esto no impide que de vez en cuando rompa expectativas y sorprenda con postulados renovados y observaciones muy críticas hacia el discurso con el que usualmente se le asocia (el epítome de esta práctica está, para mí, en Munich). Pero, por encima de todas estas consideraciones, el valor supremo de Spielberg reside en su don de narrador superdotado.
Existen, por lo tanto, muchos Spielberg, que incluso llegan a coexistir en una misma película. Ahora bien, el Spielberg de War horse no es el mejor de ellos. ¿A qué se debe? Principalmente, a un argumento muy pobre, cuarteado en una estructura episódica con picos de interés y hastío muy pronunciados. Por tanto, que nadie busque una historia de varias lecturas o personajes plenos de recovecos y complejidades. Con War horse, lo que hay es lo que hay. Los que esperen encontrar en el relato de la amistad entre un chaval y su caballo una revisión por parte del Spielberg más desmelenado de la turbadora Equus (Sidney Lumet, 1977), que se olviden del asunto. Es esta una película claramente dirigida a toda la familia, clásica en sus planteamientos y condescendiente en su desarrollo. Hay almíbar, sí, hay separaciones traumáticas y reencuentros algo forzados, sí, hay tragedias apenas esbozadas redimidas por un happy end más vasto que el campo de batalla del Somme, también. La verdad, ya contábamos con todo eso.
Lo que sí merece comentario es la absoluta maestría con que Stevie nos cuenta esta simple (simplona) historia, la suprema habilidad con que maneja los recursos formales. Ya se han comentado a este respecto los juegos elípticos que el director practica a la hora de eliminar a algunos personajes, estrategias que sorprenden al insertarse en un andamiaje, si bien brillante, más acomodaticio. También el final, en el que parecen leerse ecos de clásicos como Douglas Sirk o Victor Fleming (y que me inclino a comparar con una escena de muy parecidas texturas con la que Scorsese abría Alice doesn't live here anymore). Queda una vez más certificada la enorme vena inventiva de Spielberg, que fagocita géneros, escenas e imágenes para ofrecernos un espectáculo sorprendentemente unitario y, en ocasiones, hasta deslumbrante.
Otro detalle que me gustaría comentar (así aprovecho y hago un poco de name-dropping): Slavoj Zizek apuntaba muy acertadamente que las tramas en Hitchcock sirven como excusa para la inclusión de una serie de motivos dramáticos, visuales o formales que se repetían de película en película. Con Spielberg pasa algo parecido. Al ver War horse y otras obras suyas, uno no puede evitar pensar que su director ha decidido realizarlas para poder rodar ciertas escenas concretas. En este caso, la secuencia del arduo arado, o la del rescate del caballo protagonista que cristaliza en una entente entre enemigos, además de la final; fragmentos de gran fuerza y maestría dispuestos entre escenas de poco fuste o simplemente correctas.
Por tanto, película más de un director camaleónico, narrador al servicio de la taquilla que es capaz de introducir ostensibles modulaciones en su discurso, visibles si comparamos la carga ideológica de La lista de Schindler con la de Munich, o (centrándose en terrenos estéticos) el desfile de casquería hiperrealista de Salvar al soldado Ryan con la virulencia light que observamos en las escenas bélicas de War horse. Un rasgo, que podríamos definir como autoría líquida (que me perdone Zygmunt Bauman), en el no se ha incidido lo suficiente, y que es una razón más para valorar al gran prestidigitador del séptimo arte que es, a fin de cuentas, Steven Spielberg.
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