miércoles, 8 de junio de 2011

Made in China. 'Sangre fácil' (1984), según Zhang Yimou.


Antes de comenzar, un apunte. El problema con el que ya de entrada se encuentra Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos (2009), es que Sangre fácil (Blood simple, 1984), primera entrega del universo coeniano, y de la que el filme que nos ocupa es remake, ya existe.

Este handicap, connatural por otra parte a cualquier película que decida retomar alguna anterior, se hace patente en lo "nuevo" de Zhang Yimou. Me explico: una vez visto el magnífico ejercicio de "neo-cine negro" con el que Ethan y Joel Coen tuvieron a bien debutar, poco nos puede ofrecer el repaso que sobre éste ejerce el director chino. Y es que Una mujer... sigue con puntillosa fidelidad el hilo argumental trazado por su predecesora. ¿Qué novedades tenemos, entonces? El evidente cambio de escenario (árido paisaje tejano por desérticas dunas del Gobi), de actores y de época (de mediados de los 80 al medievo oriental), un poco más de sangre y ciertos apuntes de comedia bufa. Ya está.

La propuesta de Yimou se revela claramente insuficiente en el sentido de que no funciona por sí sola: tantas referencias guarda a su antecesora que todo su andamiaje al final parece sostenerse sobre la comparación, más que en sus valores como obra autónoma. La mayoría de aciertos que pueda atesorar ya figuraban en el original, y los añadidos aportan poco, nada o, lo que es peor, momentos de vergüenza ajena. El supuesto ingenio del que hace gala Yimou en su adaptación, por lo menos a ojos del que esto escribe, tiende a cero. No sorprende el cambio de época de la historia (más parece una acrobacia postiza que otra cosa), ni los nuevos enfoques de los personajes y las situaciones, que pretenden dar un toque cómico a una premisa original que ya venía cargada de por sí de un fuerte humor negro (marca Coen). El humor de Una mujer... resulta, por tanto, no sólo innecesario, sino muchas veces ridículo. La película, que, como ya se ha dicho, sigue paso a paso la peripecia argumental original sin apenas variaciones, parece querer diferenciarse por el nuevo tono. Así, donde los Coen introducían una puesta en escena sobria, dentro de su fuerte esteticismo, Yimou opta por el desafuero y la pirueta técnica más vacua. Frente al sarcasmo y la sequedad coenianas, asistimos a las astracanadas de escasa gracia de Yimou.

Por supuesto, no todo es deleznable en este filme; no hay que olvidar que viene del que firmó las magistrales Ju Dou, La linterna roja o Ni uno menos. No se le puede negar al producto una vistosidad y una realización primorosas (atributos que Yimou no ha desmerecido en toda su filmografía), además de la eficacia con que está narrada la trama. Pero, sabiendo que estamos ante el responsable de las joyas antes citadas, cabe pedir mucho más que esteticismo y solvencia. Es de esperar que un creador de la índole de Yimou no caiga en un impasse como el que parece evidenciar su nueva entrega, y que sepa encontrar nuevamente historias a las que imprimirle su preciado sello, sin tener que recurrir al trabajo de otros (aunque sea de tanta calidad como el original que nos ocupa). Es más, espero (si el destino y la distribución de filmes extranjeros no me lo impiden) poder escribir en un futuro una reseña elogiosa sobre la siguiente propuesta de un cineasta al que tanto admiro.

Concluyendo: una mera curiosidad. Queda claro que un gran director y un excelente original no bastan para que un remake garantice un buen rato en la butaca. Si quieren disfrutar de una buena historia de celos, mal fario, estupidez y sobre todo (y simplemente) sangre, Blood simple de los hermanos Coen está comercializada en DVD a un precio relativamente asequible, y colgada en fuentes cibernéticas con importes aún más apetecibles (si es que los tiene).


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