viernes, 17 de junio de 2011

I like to live in America, 'El Padrino I y II'.






















La iniciativa de los cines Verdi de combatir a golpe de remasterizaciones de clásicos irrefutables el adocenado panorama de la cartelera estival sabe, al paladar de cualquier cinéfago que se precie, a gloria bendita.

Y no podían haber comenzado mejor su campaña que con las dos primeras entregas de la genial trilogía salida de la factoría Coppola. El espectador más purista no tiene esta vez motivos para quejarse: las películas se proyectan en versión primorosamente subtitulada, en copias de alta definición y, como guinda, con una media de 10 minutos de metraje adicionales en cada una (guiño del amigo Francis Ford). En resumen, supone revisitar un díptico de filmes míticos en condiciones aún mejores que las que disfrutaran en su estreno.




Los sentimientos de entusiasmo y euforia susceptibles de invadir a los adictos a estas bobadas (yo me incluyo) al leer tal menú no se disipan durante la estancia en la sacrosanta sala de proyección. Porque da igual la duración mastodóntica de cada película: aunque Coppola hubiese añadido una hora más a sus criaturas, ambas (estoy seguro) seguirían siendo igual de magistrales.

Poco o nada se puede escribir de dos de las piezas fílmicas que más han marcado (con razón) tanto el devenir cinematográfico como el imaginario colectivo de más de medio mundo. Se podría comentar la magistral dirección, que supo elevar a la categoría de arte mayor un proyecto en principio puramente comercial y con notables defectos de nacimiento. Se podría hablar de la prodigiosa labor fotográfica del gigante Gordon Willis, de la inmortal música del maestro Nino Rota, o de la excelencia de la interpretación, con la triada mágica formada por Marlon Brando, Al Pacino y Robert De Niro a la cabeza, pero sin olvidarnos del poco prolífico John Cazale como el escurridizo y desvalido Fredo Corleone, de Robert Duvall en el papel del frío, metódico y fiel consigliere Tom Hagen, de James Caan haciendo de la bestia parda Sonny Corleone, de Diane Keaton en su total apogeo como Kay, la sensata esposa del joven Padrino... por no mencionar a secundarios de oro como Richard Castellano, Sterling Hayden, Richard Conte, Lee Strasberg o Michael V. Gazzo. Se podría escribir sobre todo ello y mucho más, y rellenar cinco blogs como éste, pero se antoja innecesario.

Sólo resta dejarse llevar por esa sobredosis de casi 7 horas de mitología cinematográfica, asistir a ese retrato de la "otra historia" de EEUU (tan significativa como la que aparece en enciclopedias y libros de texto), reverso claroscuro y sangriento del american way of life. El Nuevo Hollywood demostró que podía fabricar el más excelso cine negro a la vez que abría en él nuevas vías de expresión: la violencia espectacular se combinaba con el sutil retrato intimista, el análisis social aparecía camuflado tras una de las sagas familiares más apasionantes que haya parido el séptimo arte. Crónica de una decadencia personal, familiar y social prolongada durante décadas, El Padrino establece un diálogo fascinante entre sus dos primeras entregas, basadas ambas en una estructura de "bisagra": mientras en la primera parte asistimos a la decadencia de Vito Corleone paralela al ascenso de su hijo Michael, convertido en sucesor, en la segunda Coppola expone la caída a los infiernos del nuevo capo alternándola con la consagración del joven Vito. El juego de paralelismos y analogías instaurado por Coppola (muchas escenas funcionan como ecos de otras anteriores, e incluso la estructura dramática es similar en ambos filmes) añade profundidad a dos propuestas ya de por sí enormemente sólidas si las consideramos por separado.

Muertes a traición, códigos morales en los que no cabe la distinción entre el bien y el mal, amor y odio entre hermanos, remordimientos, ofertas irresistibles, capos, familias, crooners, magnates, senadores corruptos y asesinos honestos. Sangre y decadencia, poder y gloria. Todo ello fauna y flora de una saga inmortal. Hay quien dice que es un proyecto megalómano, mitificación de la repugnante figura del mafioso, nido de tópicos sobre los italoamericanos. Pero entonces, tras un zoom out legendario (I believe in America) aparece en primer plano Brando con los belfos llenos de algodón, rascándose levemente la mejilla. En ese momento, dejas de darle vueltas a esos argumentos, te rindes ante lo incontestable y prestas atención. Bonasera, Bonasera...


Layla - Derek and the Dominos



1 comentario:

  1. Cojonudísimo Gabi, (me está faltando fílmoteca, y conversaciones de madrugada sobre Leone y Scorsese).

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