Es muy de agradecer, para almas que arrastran consigo el incurable virus de la cinefagia, poder disfrutar de forma casi privilegiada de una muestra de lo más reseñable del cine reciente. Entre el bullir callejero, los pintxos y el siri miri, también halló su rincón en San Sebastián el gran escaparate español para el séptimo arte. Y en esta nueva edición, sus responsables han decidido ofrecer al consumidor interesado una excelente añada, en todas y cada una de las secciones.
Imposible hacer un análisis detallado de cada una de las perlas (no sólo las de Zabaltegi) que se han proyectado estos días sin aburrir o abrumar al respetable lector. Baste reseñar, a modo de breve repaso, algunos de los hitos que más han entusiasmado al que esto escribe, cuyo gusto ha solido coincidir con el del público en general.
En primer lugar, se hace insoslayable alabar los ciclos que este año se han paseado por los cines donostiarras: el dedicado a Jacques Demy, uno de los cineastas más interesantes, accesibles y olvidados de la Nouvelle Vague; así como el que ha recogido lo mejor del thriller y el noir estadounidense de los últimos veinte años. No ha sido menos la sección oficial, que esta vez ha traído tanto prometedores nombres como muy apreciables películas: destaco el vibrante hard-boiled ibérico de Enrique Urbizu, No habrá paz para los malvados; la adaptación de Terence Davies de la pieza de Rattigan The deep blue sea, que da a Rachel Weisz un nuevo vehículo de lucimiento (exquisitamente aprovechado, por supuesto); lo nuevo de Hirokazu Kore-eda, una agridulce comedia a vueltas con las ilusiones y los milagros cotidianos. La nueva apuesta de Isaki Lacuesta, Los pasos dobles, ganadora de la Concha de Oro, no fue precisamente santo de mi devoción, aunque es de recibo reconocer la pericia y la capacidad de riesgo de su director, que firma un trabajo extraño, incluso algo críptico, pero que tampoco resulta plúmbeo.
La sección Perlas de Zabaltegi ha regalado al púbico lo mejor de este festival: la luminosa chispa de ingenio que es The artist (Michel Hazanavicius, 2011); la iraní Nader y Simin, una separación (Asghar Farhadi, 2011), verdadera obra maestra que ya recibió el máximo galardón en el pasado certamen de Berlín; la punzante y desgarrada Shame (Steve McQueen, 2011), en la que brilla y magnetiza Michael Fassbender; y, por supuesto, la última, polémica y genial creación de Terrence Malick, Tree of life, verdadera orgía estética en la que el panteísmo, la infancia y el destino y lugar del ser humano en el universo se mezclan en un tótum revolutum que puede ser calificado de obra cumbre del arte cinematográfico por unos y de mastodóntica masturbación mental por otros (seguramente, los que más).
Por último, una pequeña reseña de la sección en la que más me he visto involucrado de todo el festival: el Premio de la Juventud. Como en la edición anterior, todos los miembros del jurado nos hemos visto expuestos a una cantidad ingente de cine, como mínimo, cargante, pero que atesoraba el punto positivo de ayudar a combatir el insomnio sin necesidad de fármacos. Sin embargo, entre tanta morralla también se pudieron contemplar óperas primas de gran belleza y excelentes resultados, que hacían gala de humildad de planteamientos y no caían en el agasajo fácil al espectador (como ocurre con la, tristemente, película ganadora de esta sección, Wild Bill). Entre la casi treintena de películas a las que asistí, me quedo con la minimalista y emocionante Las acacias (Pablo Giorgelli, 2011), que ganó la Cámara de Oro en el pasado festival de Cannes.
Todas estas películas citadas tendrán su oportuna reseña en este blog (pues bien se la merecen), ya sea escrita por servidor o por colegas más capacitados. De momento, podemos congratularnos de que un festival como el de San Sebastián siga realizando su papel de gran escaparate fílmico, escogiendo anualmente las propuestas más jugosas, propagando la necesaria certeza de que ir al cine es (debe ser) un enorme placer.
Donostia Zinemaldiko Kritika Domenek muy bien. Demasiado duro con Bill. No se merecía tanto. A plato comido siempre falta salsa. A las Acacias le han dado el Horizontes.
ResponderEliminarUna buena reseña de lo que fue el Festival, saludos Dom(è)nech!
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