domingo, 2 de octubre de 2011

Jacques Demy (II): el éxito mundial ('Los paraguas de Cherburgo', 'Las señoritas de Rochefort') y la aventura americana ('Model shop').


Es 1964. Demy ha logrado el presupuesto y el equipo que deseaba. Mag Bodard le respalda en la producción, convencida de la validez de su proyecto. Arranca entonces la realización de Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg), una apuesta sin precedentes y con más riesgos que puntos de apoyo.Jacques Demy quería un filme íntegramente cantado en el que los recursos del color y la música fueran plenamente explotados. Y lo consiguió.


Con una dirección artística basada en los colores pastel y con una banda sonora de diálogo cantado ininterrumpida de una hora y media, Los paraguas de Cherburgo cuenta la historia de Guy (Nino Castelnuovo) y Geneviève (Catherine Deneuve), dos jóvenes amantes cuya historia de amor se ve truncada por la marcha de él para cumplir con el servicio militar, quedando ella embarazada. Será entonces cuando deba escoger entre esperar indefinidamente a Guy o tal vez optar a Roland Cassard (Marc Michel), un acaudalado marchante de joyas que también quiere estar con ella.

Los paraguas de Cherburgo me parece un éxito a todos los niveles, una pieza única de la historia del cine: es sin duda una de mis películas favoritas. No se puede hacer más que elogiar la inspiradísima música de Michel Legrand y la estupenda dirección de Demy, que ya en su tercera película, demuestra una sabiduría detrás de las cámaras verdaderamente asombrosa. Me llama en particular la atención su tremendo ingenio narrativo en el uso de las elipsis temporales.

Asimismo, se aprecia en ella la continuidad del universo Demy, con un personaje como el de Roland Cassard, protagonista de Lola, cuya historia continúa aquí, aunque sea como secundario (así, las referencias a Lola serán variadas, empezando por que se recupera uno de los temas principales de la película anterior, y se llega a visualizar uno de sus escenarios). A pesar de los recelos iniciales de productores y distribuidores, Los paraguas de Cherburgo tuvo un éxito inmediato. Logró la Palma de Oro del Festival de Cannes, el premio Louis-Delluc a la película francesa más destacada de 1964, así como el premio Méliès de la crítica francesa.

Mientras obtenía abundantísimos ingresos en taquilla, el filme rompió fronteras y obtuvo un grandísimo éxito en países como Japón (lo cual salvaría a Demy años más tarde) o Estados Unidos. El éxito en Norteamérica fue tal que se reestrenó una versión íntegramente doblada al inglés cantado, y los temas principales de la película fueron incluidos en el repertorio de cantantes de innegable prestigio entonces (¡y ahora!) como Frank Sinatra. Asimismo, Los paraguas de Cherburgo fue un éxito tan duradero que en una edición de los Oscars (1964) resultó nominada a Mejor película extranjera, y en la siguiente (1965), a Mejor guión, Mejor banda sonora original, Mejor banda sonora adaptada y Mejor canción original.
Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967), el siguiente proyecto de Demy, generó grandes expectativas, evidenciadas en hechos como que la misma Warner Bros puso dinero en la producción. Y el resultado fue excepcional.

No creo estar desatinado si digo que Las señoritas de Rochefort es una obra maestra, un título capital de la historia del séptimo arte. Si me pidieran una lista de mis 10 o 15 películas favoritas, una sería esta. Considerada un logro a nivel técnico y estético, cumple otro todavía más difícil y es el de generar una continua sensación de felicidad y alegría durante 2 horas de metraje. Para mí, es, junto a Los paraguas…, la mejor película de Jacques Demy, la obra que integra con mayores y mejores resultados sus constantes y obsesiones.

El guión relata cómo cambian las vidas de distintos personajes de Rochefort con la llegada de unos feriantes ambulantes a la ciudad. En tan solo un fin de semana, sus destinos se entrecruzarán y serán modificados, todo ello al compás de la música de Michel Legrand, que firma una sucesión de genialidades que cuentan con la letra de Demy. Los temas asignados a cada protagonista se irán entrelazando también y recuperando a lo largo del filme.

Si el cine existe, es para hacer películas como ésta: explota al máximo las posibilidades del color, del sonido y la música, así como de la imagen en movimiento, no solo a través de las coreografías que se dan cita en cualquier momento y rincón de Rochefort, sino porque Demy sabe mover la cámara, y vaya si sabe. A nivel de puesta en escena, resulta insuperable en momentos como en los que los protagonistas se encuentran en la calle, topándose uno con otro, mezclando canciones, mientras grupos de baile hacen de viandantes. A nivel de planificación, todas las historias están perfectamente trazadas, para que concuerden y se enlacen de manera perfecta como las piezas de un puzle, y sin caer en ningún momento en sentimentalismos ni excesos dramáticos innecesarios.

Catherine Deneuve y Françoise Dorléac interpretan a las hermanas protagonistas (siendo ellas hermanas en la vida real), bellas e inquietas. Les acompañan el guapo Jacques Perrin teñido de rubio, la veterana Danielle Darrieux, el genial Michel Piccoli (al que, sí, también se verá bailar), y, por si fuera poco, George Chakiris (recordado por su rol hispano en West Side Story) y el mitiquísimo Gene Kelly, uno de los más grandes dioses del musical, para mí el mejor bailarín-actor de la historia del cine junto con Fred Astaire.
Con Las señoritas de Rochefort, Jacques Demy obtuvo la que es, para mí, su obra más acabada y plena, logrando superarse –si es que se podía- tras Los paraguas de Cherburgo. Como era de esperar, el filme supuso una gran inversión económica, hasta el punto de que se cuidaron sonorizaciones musicalizadas en inglés y otros idiomas (la traducción española da verdadera vergüenza: el “Nous sommes des soeurs jumelles, nées sous le signe de gémeaux” a través del filtro franquista continuará como “Amantes del cuplé, la juventud y el buen humor”). De nuevo, los Oscars nominaron un filme de Demy, en concreto la genial banda sonora, pero la estatuilla le sería arrancada de las manos a Michel Legrand por el Oliver de Carol Reed que, la verdad sea dicha, tampoco ha quedado como un hito, con el paso de los años.

El éxito cosechado abrió a Demy las puertas de Hollywood, con cuyos estudios ya había entablado contactos en la época de éxito mundial de Los paraguas de Cherburgo. Así, el director, se trasladó con su mujer, Agnès Varda y su familia, a Los Ángeles, donde gestaría su siguiente título, Estudio de modelos (Model Shop, 1969).

En los dos años que vivirá en Los Ángeles, Demy fragua una continuación de Lola, aunque no en un sentido literal, tal y como ya hiciera en Los paraguas de Cherburgo. Si en Los paraguas, Geneviève encontraba al personaje de Lola Roland Cassard, aquí el joven protagonista se topará con la mismísima Lola. No es una secuela propiamente dicha, sino una película independiente.
Model Shop se rueda con un presupuesto mucho más ajustado que sus predecesoras, proporcionado por Columbia, y retrata el espíritu de finales de los 60 en Los Ángeles a través de los ojos del cineasta francés. El protagonista, un arquitecto en paro, atrapado por diversas deudas sin pagar, en crisis con su novia, y en espera de ser reclamado para el servicio militar, se evade de su opresiva vida habitual siguiendo a una enigmática y bella mujer, a la que descubrirá trabajando en un ‘model shop’ (un local en el que distintas chicas se dejan fotografiar ligeras de ropa por los clientes). La historia transcurre en un corto lapso de tiempo, durante el cual sus destinos confluirán. Ambos suponen, el uno para el otro, una vía de escape.

Tras haber intentado que el rol protagonista lo encarnara un entonces desconocido Harrison Ford, finalmente el estudio impuso a Gary Lockwood, tras su éxito en 2001: Una odisea en el espacio. Anouk Aimée retomó su hermoso y complejo papel de Lola, a la que encontramos más sola que nunca en Estados Unidos y abandonada por la suerte. El filme sigue de manera exhaustiva y precisa los movimientos del desorientado Lockwood de un lugar a otro, de una responsabilidad a la siguiente, encadenando favores a devolver, hasta el momento en que encuentra a Lola. Los episodios de ambos juntos aportan un brote de esperanza a una película muy melancólica y que entronca bastante con la Nouvelle Vague en cuanto a contenido. A nivel de forma, Demy narra con un estilo sobrio y preciso.

A pesar de su belleza, se trata de una propuesta arriesgada que se aleja de la imagen que precedía a Demy hasta entonces, y los resultados en taquilla fueron bastante negativos. El cineasta bromearía años más tarde llamándola “Model Flop” y, a pesar de que le fue ofrecido un
nuevo proyecto americano, decidiría regresar a Francia.

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