lunes, 26 de diciembre de 2011

Fasten your seatbelts. 'Drive' de Nicolas Winding Refn



Uno de los aspectos que más gustará de Drive (Nicolas Winding-Refn, 2011) es que da lo que promete. Gustará a los que esperen un ejercicio adrenalítico con reminiscencias cinéfilas. Gustará a los que busquen una muestra de cine-espectáculo diferente. Gustará a los que quieran una buena historia, a los que rastreen un estilo brillante, a los que pidan ambas cosas. Y lo mejor de todo, lo hará sin caer en imposturas.

Recorramos brevemente algunas de las bazas del filme. Primer tramo: Nicolas Winding Refn. Este danés lleva algo más de una década revisitando los furibundos territorios del actioner en muchas de sus vertientes, preferentemente el thriller de ambiente barriobajero. Ahí quedan muestras irregulares, pero de indudable empuje, como su trilogía Pusher o Bronson. Winding Refn parece empeñado en combatir a hostias (en la pantalla) los tópicos gafapastosos asociados al cine de su país, con Lars von Trier y los restos del naufragio Dogma como cabezas visibles. Lo hace con estilo propio, pero sin perder el respeto a los modelos que reconstruye. Con Drive desembarca en la agreste pista asfaltada de Los Ángeles y crea un perfecto ejercicio de relato noir contemporáneo. Una película violenta, concisa, surcada por fogonazos de lirismo, de narrativa y personajes tendentes a la acción antes que a la palabra, al beso o al disparo antes que a discursos y/o psicologismos. Acción, imagen, se ha dicho.

Segundo tramo: Ryan Gosling. Conocido por ser el chavalín que opositaba a héroe mitológico en el entrañable bodrio serial El joven Hércules, o el tipo cuya foto forraba la carpeta de muchas púberes que visionaron extasiadas cómo se hacía a Rachel McAdams en El diario de Noa, también por lidiar con papeles difíciles en títulos como El creyente (Henry Bean, 2001), Half Nelson (Ryan Fleck, 2006) o Lars y una chica de verdad (Craig Gillespie, 2007), en los que interpretaba, respectivamente, a un judío nazi, un profesor de instituto yonki y a un adorable pueblerino enamorado de una muñeca de látex. Su protagónico en Drive juega ahora al laconismo, a la extrema concreción, al magnetismo de acciones y miradas. Le sale muy bien. Imposible no recordar en su caracterización a tantos tipos duros que ha regalado el séptimo arte. Ahí están los detectives privados de Bogart, el silencioso samurái de Alain Delon, el otro driver que Ryan O'Neal encarnaba en la película de Walter Hill (con la que Drive guarda algún punto en común). Gosling derrocha buenas maneras, sabe desenvolverse en un rol enigmático, de coraza impasible y fondo sentimental, especialidad de la casa de un género, el noir, pródigo en tales creaciones.

Tercer tramo: Drive. Sabe genial que una película que tan descaradamente recurre a armazones y hechuras de la mejor tradición genérica salga tan redonda. Drive es una buena historia que sigue paso a paso las pautas del relato criminal (tópicos incluidos), pero que las retoma con garra, sentimiento y sinceridad. La dirección es ajustada, dosifica extraordinariamente bien la tensión, a la par que regala unas cuantas set-pieces líricas y de acción memorables. Sumemos un buen uso de espacios y de una enérgica banda sonora. Nos queda nada más y nada menos que un estupendo actioner que no pretende ir más allá de su estátus (ahí reside su grandeza): un producto de impecable factura, con sentido del espectáculo, pero sin regodeos, una nueva incursión en un discurso (para algunos) trillado, no obstante aquí articulado en todo su esplendor.

Toca repostar. Simplemente queda recomendar a los espectadores que se acerquen a Drive, que se arrellanen bien en sus asientos y disfruten del viaje. Fin de trayecto.


Kavinsky - Nightcall

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