jueves, 14 de octubre de 2010

Zinemaldia 2010: El gran Don (Siegel).


Siguiendo la estela de mis compañeros de andanzas cibernéticas, me dispongo a relatar mis experiencias (cinematográficas, de momento) en esta última edición del Festival de San Sebastián. Y la verdad, si algo quiero destacar de las más de 30 películas que he tenido ocasión de ver, no es precisamente ni un filme ni una figura del panorama actual. La joya del festival fue, para mí, la obra de un director que hará unos 29 años que dejó de rodar.


Don Siegel. Un tipo que empezó como montador y ayudante de dirección allá a principios de los 40. Durante varios años se movió en los presupuestos de la serie B, lo cual no le impidió empezar a destacar como un narrador con energía y creatividad. Con estas sutiles pero eficaces armas, llegó a coronarse como el principal impulsor del thriller policíaco de finales de los sesenta y principios de los setenta.

Tuve la suerte de ver las películas de su época dorada, en las que cultivó una nueva manera de hacer cine policíaco: personajes individualistas, duros y sarcásticos, pero extrañamente simpáticos, tanto da en qué lado de la ley se encuentren, que transitan un mundo en el que la ley nunca es suficiente, un mundo de violencia, crimen, burocracia corrupta, bandas callejeras, gángsters de medio pelo, persecuciones automovilísticas, Magnums 44, mujeres objeto, policías colegas de trabajo y réplicas ingeniosas. Las calles de L.A. o Nueva York y las bandas sonoras de los legendarios Lalo Schifrin y Don Costa se convierten en los coprotagonistas de la acción, siempre seca y trepidante, concisa y directa como un balazo en la frente. Películas violentas, cínicas, muy a la moda de su tiempo (moda que Don ayudó a crear), muchas veces reaccionarias y siempre contundentes... los policíacos de los 70 serían diferentes sin ese hombrecillo bajito, algo fondón, bigotudo y de peinado a lo terrateniente tejano. Clásicos como Madigan (1968) o Dirty Harry (1971) resultan hoy tan atrayentes como hace 40 años.


Pero no sólo tenemos al Siegel creador de thrillers. Existe un Siegel director de westerns, de películas de espionaje, de ciencia ficción, incluso de comedias románticas. Y por supuesto, al hombre que catapultó definitivamente al estrellato a Clint Eastwood, pero que también supo lidiar con Lee Marvin, Shirley MacLaine, Walter Matthau, Angie Dickinson, Robert Mitchum, Lauren Bacall, John Cassavetes y hasta Carmen Sevilla (en Spanish affair, un drama romántico de 1957).

El cine de Siegel no se suele andar con sutilezas, así que nadie pretenda encontrar en sus películas malabarismos conceptuales o barrocas puestas en escena. Siegel es ante todo un artesano, y a mucha honra. Sus películas no pretenden abordar de buenas a primeras cuestiones trascendentales ni apabullar al espectador con florituras estilísticas. Entretener, hacer inteligible la trama, darle al espectador toda la información que necesita sin tomarle por tonto podrían ser sus máximas. Y, por qué no, también hacer dinero. Siegel era un trabajador, después de todo. Y su labor tenía que ser rentable si quería seguir en la brecha. Pero no nos confundamos: Siegel era el más competente, el empleado del mes. Se las arregló con todo lo que cayera en sus manos, desde una novela de kiosco hasta un relato de Hemingway. Por supuesto, no siempre le salían películas redondas. Sin embargo, en todo lo que he visto de él, se nota ese rasgo tan poco aprehensible, como es el oficio de narrador, el talento para contar con garra una historia, sea ésta buena, regular o pésima.

Siegel representa una forma de hacer cine hoy en casi completa extinción. Su nula pretensión autoral, su impecable realización, su estilo en el que las persecuciones, tiroteos y demás no significan caos o desbarajuste, su creatividad inversamente proporcional a la cantidad de presupuesto... su manera, en fin, de hacer Cine con mayúsculas sin ser aparatoso ni olvidarse del público; todo ello es parte de una forma de entender el séptimo arte que sólo podemos recuperar en las retrospectivas de festivales y filmotecas, en las apolilladas estanterías de la biblioteca o en alguna rareza de la cartelera.

Creo que el mayor triunfo que se puede otorgar a este "old dog" del séptimo arte, es el conseguir que el espectador salga del cine con la certeza de que el abono de la entrada ha merecido (y mucho) la pena. Este fue mi caso. Ver una de Siegel después de tanto cine trascendente y renovador (no entro en más consideraciones), es una auténtica bendición. La sensación de disfrutar igual que cuando eres un chavalín al que simplemente le preocupa pasar un buen rato delante de una pantalla, y que se topa por primera vez con filmes de este tipo, es impagable.

Sin afanes publicitarios de ningún tipo, quiero señalar a los madrileños que estén leyendo esto que tienen la oportunidad de (re)descubrir a Mr. Siegel durante lo que queda de este mes y el siguiente en la Filmoteca del cine Doré, donde le dedican otra retrospectiva. Mis recomendaciones particulares son The beguiled (1971), su única incursión en el "cine serio" (si tiene algún sentido llamarlo así), una historia en la que su habitual Clint Eastwood, esta vez un soldado herido durante la Guerra de Secesión, tiene que vérselas, para bien y para mal, con las mujeres (una madre y sus cinco hijas) que lo acogen; Charley Varrick o La Gran Estafa (1973), trepidante cinta de atracos varios protagonizada por Walter Matthau, y a la que No es país para viejos le debe más de una referencia; y por último, la clásica cinta de serie B The invasion of the body snatchers (1956), excelente muestra de imaginación y creatividad para una historia paranoica y agobiante como pocas. Por supuesto, hay mucho más donde elegir, desde sus cintas más famosas hasta sus más desconocidas rarezas.

Así que, si la ocasión lo permite, no dejéis de ver a este maestro del entretenimiento bien entendido. Un tipo que supo ser comercial sin caer en lo burdo, que hizo películas como el más perfecto de los artesanos. Él era más duro (más sincero, si se quiere) a la hora de definirse. Dijo una vez: "Muchos de mis filmes, y siento decirlo, no tratan de nada. Y es porque soy una puta. Trabajo por dinero. Es el método americano." Sin más. Un hombre que trabaja por dinero. A la americana. Pero... ¡qué trabajo! Pocos se han prostituido (artísticamente, digo) con tanto talento como Mr. Siegel.

Bravo, Maestro.

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