martes, 26 de julio de 2011

De vuelta a la mitología. 'Érase una vez en América' de Sergio Leone


Empiezo con cuña publicitaria. Lo de los cines Verdi es, créanme, de órdago. A los responsables de su programación hay que agradecerles no sólo el hecho de evitar que la cartelera veraniega en esta metrópoli se convierta en un purgatorio, sino el ofrecer a los cinéfagos verdaderos manjares que da igual haber visto mil veces (es lo que tiene el gran cine). Empezaron con muy buen pie con los ya reseñados primeros Padrinos coppolianos. Continuaron con Chaplin, para desembocar en Leone y, más recientemente, Polanski. 

Hablando de órdagos, continúo con Leone. Encasillado en un género que marcó los primeros estertores de la épica made in USA, Sergio 'Spaghetti Western' Leone, se encontraba a mediados de la década de los 70 en un callejón sin salida. Su última película, Agáchate, maldito (Giù la testa, 1971), le había granjeado el desprecio de crítica, público, productores y distribuidores. La fórmula que este italiano había ayudado a crear y que tanto éxito le había reportado en títulos como La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in più, 1965) o El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto e il cattivo, 1966), parecía haberse vuelto en su contra. Realmente, tuvo suficientes motivos para arrepentirse, pues prefirió realizar ese film a dirigir El Padrino, que en un principio le habían ofrecido, y el batacazo de su creación le hizo permanecer en dique seco durante una década.




Pero, lejos de arredrarse, nuestro valiente director se empecinó en llevar a buen puerto un nuevo proyecto en el que se jugaría hasta su última carta y con el que intentaría recuperar el prestigio perdido, dar un viraje completo a su carrera sin por ello perder sus principales coordenadas identificativas, además de demostrar de una vez por todas que, lejos de ser un émulo barato de los géneros populares de Hollywood, podía realizar cine tan bueno o mejor que el de cualquiera de los asalariados en la Meca del Cine. El cúmulo de propósitos, visto el historial de nuestro hombre (sus películas, si bien nada despreciables, no alcanzaban para nada el estatus de memorables, al menos eso es lo que yo opino) presagiaba el naufragio definitivo. Pero he aquí que, tras docenas de versiones de un guión que se traducía en un film de más de tres horas, arduas negociaciones con diversas productoras y distribuidoras, e interminables meses de preparación y rodaje, Leone desembarcó en 1984 en las carteleras de todo el mundo con Érase una vez en América (Once upon a time in America). 

¿Resultado? Una obra maestra absoluta. Si bien la película, de dimensiones mastodónticas en todas sus vertientes (duración de casi cuatro horas, multitud de escenarios, épocas, personajes y episodios...), no consiguió todo el beneplácito que se esperaba del público, elevó a Leone al más alto reconocimiento de la industria y la crítica. Pero realmente, ¿qué novedades aportaba esta película al subgénero gangsteril en el que se enmarcaba? Comparada con la saga de El Padrino, o las incursiones de Scorsese (Mean streets, Goodfellas), realmente pocas. Pero no importa. Es tal la maestría que Leone impone en su megalómana puesta en escena, tal la emoción que este cineasta (proclive en todos sus trabajos a recrearse en sus propias imágenes) imprime a cada fotograma, que la película trasciende cualquier denominación genérica, adscribiéndose, desde su virtuosístico comienzo hasta el bellísimo y ambiguo final, al poco poblado terrario del Cine con mayúsculas.

Después de esta andanada de tópicos (en mi descargo he de aducir que dudo que a estas alturas sea posible escribir algo medianamente original sobre esta película), intentaré ceñirme a un análisis más somero. El mérito de Leone no es poco: consigue que cada escena de su fastuosa creación se antoje necesaria; que toque todos los palos excepto el de la pesantez; además, logra reunir en un solo relato una vasta peripecia criminal, una crónica de la evolución de una sociedad (la norteamericana) desde el punto de vista del omnipresente sector del hampa, una peripecia sentimental y de formación (una suerte de bildungsroman gangsteril) de su protagonista, y un emocionado retrato de la amistad, el amor, las ilusiones frustradas y, por encima de todo, de los recuerdos. Porque, tras múltiples vicisitudes y desgracias, cuando lo que se puede considerar vida hace tiempo que ha tocado a su fin, y permanece en su lugar un triste y apático sucedáneo presidido por la tónica de acostarse temprano, lo único que le queda al avejentado hampón judío David Aaronson 'Noodles' es el consuelo de sus recuerdos, y de que las cosas sucedieron de una determinada manera. Eso es lo que reivindicará este personaje, el más romántico y melancólico criminal que se haya paseado jamás por la pantalla grande, y es lo que reivindicará Leone, que se revela absolutamente identificado con su criatura; es lo que reivindicarán ambos en un final sorprendente, en la línea de aquel descorazonador y profundamente bello colofón de The long goodbye, en la línea, por tanto, de los grandes clásicos del género negro, de los que esta película es un magistral epígono. También lo fue de la carrera de Leone, que por suerte o por desgracia no filmó nada más, pues falleció al poco de terminar su película. Si esta fue, efectivamente, su despedida, no se puede pedir nada mejor.

Está claro que no puedo ser muy somero tratando este filme. Acabaré, pues, recomendando que vayan a ver Once upon a time in America, que se sumerjan en una apabullante dosis de mitología. Mitología por su historia, por su impresionante dirección. Mitología por esos personajes y los impagables actores que los encarnan: Robert De Niro haciendo el rol que mejor se le da, acompañado de James Woods, Danny Aiello, Treat Williams, Tuesday Weld, Joe Pesci, William Forsythe o una jovencísima Jennifer Connelly. Mitología por la música del maestro Morricone que, no contento con clavarse algunas melodías memorables, versiona música de los años 20, una famosa tonada española (Amapola) e incluso el Yesterday de Lennon y McCartney, creando una de las bandas sonoras más completas de todo el séptimo arte. Mitología también por esas escenas que quedan prendidas en el recuerdo: el sombrío comienzo presidido por el timbre de un teléfono, el niño apodado Cockeye intentando no comerse el pastel que trae como regalo a una joven prostituta, la escena de amor entre dos niños en una despensa, el violento asalto a una joyería, el regreso del anciano Noodles a su antiguo barrio, o el reencuentro entre éste y su frustrada amante, Deborah, en el camerino de ella. Todo lo citado, y más, mucho más (cada espectador se quedará con algo diferente), es ya parte de la mitología, no ya del cine contemporáneo, sino de su entero bagaje.

Si las circunstancias son propicias, no lo duden más. La versión que ahora se proyecta respeta la integridad del montaje concebido por Leone, y se presenta en formato 2K, que hablando en castizo quiere decir que se ve dabuten. Así que, si les gusta el cine y buscan una alternativa sólida a la piscina, no lo piensen dos veces. Vean (rectifico, disfruten), Once upon a time in America.



2 comentarios:

  1. Una buena fotografía pero un coñazo de película.

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  2. Pues si que tiene algo de coñazo, pero por su relación con el coño femenino (disfrutado a tope)y que lo "pasas de coña" leyendo sus maravillosas imágenes...

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