Una tabla sobre un patético riachuelo. Un hombre encapuchado, vestido de negro, coge un hacha y decapita varias gallinas seguidas. La cámara recoge con ansiedad sus últimos estertores, mientras se agitan sin cabeza. Sobre un fondo de cubos de basura, aparece impreso el rótulo “John Waters’ Mondo Trasho". Así empieza la primera película del genio de Baltimore.
Antes de que The Wire se erigiera como el retrato más representativo en el contexto audiovisual de Baltimore para nuestra generación, John Waters y sus 'dreamlanders' habían fraguado una serie de títulos legendarios y de culto, de los cuales más de uno permanece en la memoria colectiva (pongamos que hablo de Pink Flamingos o Hairspray). The Wire no ha inventado Baltimore, desde luego.
Las películas de Waters, cuestionadas hasta la saciedad, han tenido, sin embargo, un grandísimo calado en la cultura popular, por más que algunos les quieran negar sus méritos. Un filme independiente como el que fue Hairspray, por ejemplo, ha tenido su propio musical y remake con estrellas de Hollywood, Waters ha aparecido representado en Los Simpsons como defensor del colectivo homosexual americano y hasta los dibujantes de Disney se inspiraron en Divine (su eterna musa-travesti, que además tuvo carrera discográfica) para configurar la imagen de Ursula, antagonista de La sirenita (1989).Se trata de un cine que ha servido como referente a obras posteriores, abriendo vetas en el campo de la creación, tanto a nivel estético como de contenidos (muchas escenas de las primeras cintas de Waters desafiaban los límites de la censura). Intentaré ir desarrollando esto según comento cronológicamente sus películas, pero antes de todo, creo que conviene hablar un poquito sobre los dreamlanders.
Los dreamlanders son los actores recurrentes de John Waters, llamados así por su productora, 'Dreamland'. Originalmente eran todos amigos y conocidos del director, sin formación actoral, residentes en Baltimore: Mary Vivian Pearce, Mink Stole (las dos han aparecido en la práctica integridad de sus títulos), David Lochary, Edith Massey (ya desaparecidos), así como se han sumado otros más recientes como Ricki Lake, la protagonista de Hairspray. Pero por encima de todos ellos, si hay un dreamlander por excelencia, es Divine, mítica drag queen, que es a John Waters lo que Toshiro Mifune a Kurosawa, DeNiro a Scorsese o Carmen Maura al primer Almodóvar. Divine, y esto lo digo totalmente en serio, me parece un entertainer de primera línea, una verdadera estrella del trash.
El cine de John Waters es fruto de múltiples influencias y fuentes. En primer lugar, el cine y la televisión populares de los años 50 y 60. Precisamente en el cine, se estaba dando una mayor permisividad durante esta última década y el sistema de estudios hollywoodiense se estaba resquebrajando, dando lugar a productoras independientes que ofrecían como reclamo las primeras obras con cierta difusión de lo que se ha venido a llamar exploitation, con mayores dosis de sexo y violencia. Así, en palabras de Waters, ‘Faster, Pussycat! Kill! Kill!’ (Russ Meyer, 1965) podría considerarse la mejor película de la historia. Asimismo, estaban a la orden del día los shockumentaries (documentales basados en imágenes impactantes), que seguían la estela marcada por el primero de ellos: Mondo Cane (Cavara, Prosperi y Jacopetti, 1961). El melodrama y el exploitation serán adaptados por Waters a sus propios términos, sumándole una deliberada vocación por el mal gusto que será precisamente la que le dé a conocer cuando llegue a su cumbre en Pink Flamingos.
En fin, podría seguir echando el rollo, pero creo que el resto se puede explicar yendo al grano con sus 12 películas.Tras algunos cortos (Hag in a leather jacket, Roman candles y Eat your makeup) con los que ya pasa de filmar en 8 mm a 16 mm, empieza a jugar con duraciones más largas e introduce por primera vez a sus actores fetiche, llega en 1969 su primer largometraje, Mondo trasho.
Mondo trasho parte de una estética amateur y una pobreza extrema de medios para conseguir su duración de largometraje. Creo que para abordar estos primeros títulos de Waters es preferible usar la palabra “EXPERIENCIA” a “PELÍCULA”: son más una experiencia que un film convencional, particularmente interesantes para un espectador actual que no ha conocido las formas de distribución cinematográfica de aquellos tiempos y lugares en los que Waters estrenaba. En ese contexto no existían ni internet ni el vídeo y la televisión tenía visibles restricciones de contenidos: quedaba por lo tanto la serie zeta, rodada y presentada en las peores condiciones posibles, con su mala iluminación, su grano tosco en la película, etc.
Mondo trasho es todavía más pobre y curiosa por ello, dado que es MUDA. La pobreza de sus medios es tan extrema que Waters prescinde del sonido directo para, en cambio, acompañar las acciones del film con canciones pop (insertadas en la películas sin haber pagado derechos de autor) a modo de recursos expresivos. Tan solo se emplea el diálogo en unos pocos momentos: cada vez que la Virgen María se le aparece a Divine, en cierta llamada de teléfono, y al final, pero es un sonido que no concuerda con la imagen en pantalla.Se supone que por ello el ingenio del director debe aumentar para contar de la mejor manera posible su historia, y la verdad es que la línea argumental se sigue, si podemos llamarla así. Mondo trasho es en verdad una sucesión de escenas, ligadas entre sí temporalmente, pero no tiene un verdadero argumento: Mary Vivian Pearce sale de su casa, coge el bus, en el parque un tío le lame los pies mientras evoca la historia de Cenicienta, aparece Divine, la atropella, etc etc… Resulta interesante durante su primera mitad, pero resulta agotadora. Tiene alguna escena cachonda, pero todo ello no evita que el resultado sea simple y tonto. Es como una especie de redacción de colegio: al niño le dicen que tiene que escribir dos folios, así que lo hace sumando una acción tras otra, escribiendo siempre “y entonces”, “y entonces”. Así es Mondo Trasho, mola en su justa medida, pero se queda en insulsa: solo vale para los que estén muy interesados en el cine trash y en los orígenes de Waters.
Multiple maniacs (1970) es el segundo largometraje del director, y realmente podría considerarse su primera película de verdad, pues ya deja bien claras sus intenciones y líneas creativas a seguir. El argumento de nuevo es simple, pero por lo menos existe: Lady Divine tiene una Cabalgata de las Perversiones, donde se dan cita los acontecimientos más asquerosos imaginables. Creyendo que su novio, Mr. David, la engaña, decide ir a matarles, pero una serie de acontecimientos retrasarán el fatal desenlace.
A diferencia de su predecesora, Multiple maniacs es, por lo menos, una película hablada. El sonido es precario, y es por ello que en el tramo medio de la película se prescinde del sonido directo para emplear la voz en off. En cualquier caso, el resultado es una película muy divertida. Sí, las escenas se ruedan a veces en un solo plano, abusando de zooms y de barridos, pero el verdadero John Waters está sacando su carta de presentación, el más salvaje, cafre y delirante. Los diálogos hiperbólicos se dan cita por primera vez, y las escenas insólitas y surrealistas se suceden. Me conmueve particularmente aquella en la que Divine es penetrada analmente en el interior de una iglesia por una feligresa y su rosario mientras Waters escenifica en imágenes mediante el montaje alterno el Vía Crucis de Jesucristo. Divine llega al orgasmo y NSJ al Gólgota. Pero esto no es nada en comparación al épico tour de force que suponen los 20-25 minutos finales: asesinatos, canibalismo, Lobstora, etc etc.
Las transgresiones a la moral y a lo que espera el espectador hallar en una película son tan abundantes que resulta un visionado de lo más excitante, por más que su ritmo decaiga un poco en algún momento. Se trata de una sesión de desprogramación mental bastante recomendable, aunque puestos a elegir, mejor ver antes el siguiente título de Waters, aquel por el que será recordado y que abordaré en el próximo post: Pink Flamingos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario