Por contra, la película en la que se centra este post no es precisamente euforizante. Es más, no creo que ni el espectador más festivo salga del cine con algo menos que un ligero malestar. No es, en suma, la película con que mi sensata acompañante habría disfrutado. Si, una vez lanzado este aviso, algún desprevenido quiere pasarse a contemplar lo último de la francesa Claire Denis, se encontrará con un ramalazo de cine puro y (sobre todo) duro.
Claire Denis, directora de White material (aquí titulada con bastante poca imaginación Una mujer en África), es una de las voces más interesantes del cine europeo de las dos últimas décadas. Criada en el África francófona, ocasionalmente ha tocado el tema del colonialismo de los europeos en la zona subsahariana. Así ocurre en su ópera prima Chocolat (1988) o en uno de sus trabajos más aclamados, Beau travail (1999). Su estilo se caracteriza por una narrativa fuertemente elíptica, en la que la historia, normalmente muy leve, pierde importancia en favor de una puesta en escena muy elaborada y esteticista, con tendencia a la abstracción y al estatismo. Denis parece muchas veces más interesada en los movimientos de sus personajes dentro del plano que en las vicisitudes que les acontecen. Su particular manera de abordar géneros como el thriller terrorífico en Trouble every day (2001) o el de aventuras coloniales en la citada Beau travail (con los que he de decir que no comulgué en demasía), en donde mezcla la ambigüedad de las historias con un estilo parsimonioso, en ocasiones coqueteando con lo plúmbeo, hace que su cine no sea apto para todas las pupilas. Esta vez, su última incursión viene respaldada por una historia más consistente, obra de la escritora Marie Ndiaye, también de cierto prestigio en Francia.
Denis aborda aquí un ejercicio de tensión, en el que el presentimiento de una violencia que sólo se mostrará en breves retazos inunda cada imagen de la película. Prosiguiendo con su narrativa abrupta y espartana, deteniéndose en detalles aparentemente nimios y con una acción que avanza a empujones (aunque sería más adecuado decir a machetazos), Denis pinta el clima de progresivo malestar que se genera en un lugar de un indeterminado país del África francófona, en el que una mujer de origen europeo intenta salvaguardar a su familia y a la plantación de café que regenta del enfrentamiento entre la autoridad corrupta y una guerrilla popular con ansias de sangre. La protagonista está encarnada por Isabelle Huppert, lo que garantiza que el apartado interpretativo está bien cubierto. Lo confirma el resto del elenco: un Christophe Lambert recuperado para la causa encarnando al ex-marido del personaje de Huppert, Nicolas Duvauchelle dando vida al inestable hijo de la protagonista, así como los habituales de Denis Michel Subor e Isaach de Bankolé en roles secundarios; todos ellos aprueban con nota.
Pero es la realización la que merece la mayor alabanza: pocas veces he visto una película que con una premisa tan sencilla y, en el fondo, tan trillada, exude tanta tensión. Lo consigue mediante la ostensible ambigüedad en el tono, en el que prima la sugerencia sobre la explicitud. El filme casi nunca da respuestas fáciles, es más, casi nunca da respuestas. No es, por tanto, de extrañar que resulte una película áspera para muchos espectadores, quizá porque exige mucho de ellos. Comprendiendo completamente a los que opinan que el filme es un hueso duro de roer, simplemente me limito a invitar al cinéfago desprejuiciado a entrar en el juego de Denis. Aunque al principio pueda parecer difícil de seguir, una vez compenetrado (o medianamente interesado) con la estrategia de la directora, el visionado de White material resulta merecer la pena.
Como ya se ha mencionado, no es una película fácil, ni complaciente, y el final puede dejar al espectador en estado parecido al knock out. Fuera quedan el exotismo, las grandes pasiones en climas tórridos o el mensaje político directo, todos clichés con que lo occidental suele tratar a su vecino del Sur. Permanecen un retrato de la asfixiante cotidianidad de un conflicto armado; una suerte de crónica de un derrumbamiento, el del bwana todopoderoso, aquí filmado en absoluto cataclismo social, familiar y personal; y una historia que en su obcecación de no dar datos concretos sobre el contexto en el que se desenvuelve, deviene por momentos en una pesadilla kafkiana. En la calurosa, procelosa y violenta jungla ya no hay sitio para la carne blanca (el white material al que alude el título original).
Jordi Costa, afamado crítico que en ocasiones me pone de los nervios con sus sofistas panegíricos de los peores blockbuster hollywoodenses, calificó a esta película en su crítica en El País de obra maestra, y esta vez, a mi parecer, no anda descaminado.
Pues bien. He aquí dos alternativas para escapar de la abulia y la canícula veraniegas. Que cada uno elija la suya, o ninguna, o lo que sea. Por mi parte, y como ya he gastado esas opciones, me voy a la piscina. Que no todo va a ser cine, leñe.
Machine gun - The Commodores
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