domingo, 14 de noviembre de 2010

Berlanga, el último ácrata.


No es la labor habitual de este humilde portal cibernético la redacción de obituarios. Pero la ocasión, qué demonios, lo merece, y con creces.

Ayer nos dejó el que ha sido, y aún es, sin espacio para la duda, el mejor director que haya tenido el cine español durante toda su andadura (no me salten con Buñuel, que películas genuinamente españolas tiene cuatro de casi cincuenta). Un tipo ubicuo, escéptico convencido, declarado erotómano, humanista y humorista, aunque su filosofía coquetee con la misantropía y sus comedias con la tragedia.

Pero ojo, no una tragedia a lo griego, no una tragedia "made-in-Shakespeare". Estamos en España, y quedan fuera los altisonantes dramas a la europea. Aquí se lleva lo bufo. "La tragedia nuestra no es tragedia", decía Max Estrella/Valle-Inclán. Y nuestro cineasta supo hacer suyo ese ideario. Si hay una persona que haya sabido trasladar el espíritu de Valle al séptimo arte, ése es nuestro hombre. Sus historias, donde el humor se hermana con el desgarro, y la fatalidad con el ridículo, retratan a la perfección ese mundo extravagante y medio salvaje que es España, a esa especie tan gilipollas como entrañable que es el género humano.


Este señor, también un especialista en tipos del fondo, siempre resultó incómodo. No contento con fustigar el esperpéntico régimen que marcó cuatro decenios de vida española, fue uno de los que se pedorreó en la épica de cartón-piedra de la Transición, denunciando las pústulas que esta se empeñó en maquillar. No se dejó dominar por ningún canon, político, social o moral. Todas sus películas son profundamente él. Fue un ácrata, un espíritu libre. Su cine, áspero pero divertido, popular y profundamente personal, hizo de la bufonada y el astracán un arte. Encontró su mejor expresión en el blanco y negro de sus imágenes, en los personajes perdedores, canallas o patéticos (o todo a la vez), en largos y complicados planos-secuencia, y en los compases del fox-trot y del pasodoble de sus bandas sonoras.

Con su muerte desaparece en casi su totalidad una generación fundamental para el cine español, que marcó una nueva forma de hacer películas, a la vez que tuvo que lidiar con la sociedad del momento, para conseguir expresarse con total libertad (no siempre lo lograron, qué se le va a hacer). Una generación de artistas, de trabajadores incansables, de héroes. José Luis López Vázquez, Manuel Alexandre, María Luisa Ponte, Rafaela Aparicio, Fernando Fernán Gómez, Agustín González, Amparo Soler Leal, Emma Penella, Rafael Azcona, Juan Antonio Bardem y tantos otros. Él era el último, y su principal seña de identidad.


Tuve mi primer contacto con Berlanga hace exactamente 10 años, cuando me regalaron, debido a mi temprana cinefagia, unos VHS con dos de sus obras: Bienvenido, Míster Marshall (1952) y El verdugo (1963). Por entonces, yo tan niño, me desternillaba de risa con la primera y me quedaba con una sensación extraña con la segunda. Más tarde fui adentrándome en materia, captando matices, compenetrándome con el señor Berlanga. Vi La escopeta nacional (1978), Plácido (1961), ¡Vivan los novios! (1970), La vaquilla (1985)... y finalmente este sarcástico caballero se hizo un hueco entre mis mitos básicos. Exactamente diez años después de ese primer contacto (ni un día más, ni un día menos), ha muerto.

Y qué más decir. Que hay que ver a Berlanga. Desde lo más encumbrado de su filmografía hasta lo más denostado. Vean y disfruten Bienvenido..., Plácido o El verdugo, pero no dejen de revisar sus mayores astracanadas, como Patrimonio nacional (1981) o Todos a la cárcel (1993), donde encontrarán al Berlanga más desatado. Y por supuesto, también sus estupendas primeras obras: Esa pareja feliz (1951, codirigida con J. A. Bardem), Novio a la vista (1954) o Calabuch (1956), donde combinaba su inconfundible mundo personal con el costumbrismo y cierto regusto neorrealista.

Berlanga es un maestro del Cine. Menos Dreyer, menos Bresson, menos iraníes trascendentes, dejémonos de gafapastadas: Berlanga es tan imprescindible como el que más. Ahora que se ha ido, reivindiquemos al más excelso creador que hemos tenido. Como dijo su deudor más aventajado, Álex de la Iglesia, ayer en la Academia de Cine, nadie tan grande como Berlanga. Compruébenlo.


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