El cine coreano ha vivido un espectacular despegue en la primera década de este nuevo milenio con una gran cantidad de realizadores punteros que se han hecho un importante hueco en el panorama cinematográfico internacional: Boong Joon-Ho, Park Chan-Wook o Kim Ji-woon son sólo algunos ejemplos de esta nueva ola oriental, pero hoy vamos a hablar de alguien proveniente del mundo de la publicidad que irrumpió hace dos años con su primera película. Se trata de Na Hong-Jin, y la cinta en cuestión es The Chaser, thriller que en el año 2008 se colocó como la película más taquillera en Corea del Sur, convirtiéndose al parecer en un fenómeno social. Y si generalmente las películas que alcanzan tanta notoriedad a nivel popular suelen lograrla por razones ajenas a su calidad, no es este el caso, pues The Chaser es una auténtica joya, un prodigio a nivel narrativo que no descuida en ningún momento ni la puesta en escena ni la profundidad de un discurso profundamente crítico con las instituciones oficiales de su país. Pero vayamos por partes.
Un antiguo detective convertido en proxeneta descubre como varias de sus chicas desaparecen misteriosamente tras contactar con un cliente. Una vez localizado echa mano de una de sus prostitutas, que tiene una hija pequeña y planea dejar el negocio, para llegar hasta él. Pero lo que podía haberse convertido en una thriller convencional que girara en torno al enésimo enfrentamiento policía vs. asesino adquiere una dimensión nueva e inesperada cuando la policía entra en juego, situación que sirve para poner en tela de juicio el funcionamiento de la justicia en Corea del Sur. Para no desvelar demasiado evitaré entrar en detalles sobre el desarrollo de la trama, pero solamente me gustaría indicar que Hong-Jin consigue representar de manera brillante aquello que Don Siegel ya planteara en los 70 con su Harry el Sucio (1971), que no es otra cosa que la idea de que el mayor problema no es la existencia de psicópatas depravados, pues al fin y al cabo estos pueden contarse con los dedos de la mano, sino la ausencia de un sistema legal y judicial capaz de procesar adecuadamente esas anomalías sociales.
Pero mientras que en el filme de Siegel esta tesis se ponía en escena de manera burda y más como tosca excusa para exaltar al fascistoide protagonista que como auténtico análisis social, en The Chaser el formidable guión nos permite asistir paso por paso al proceso burocrático que acaba poniendo a un asesino en serie en la calle, sin descuidar las referencias a una sociedad deprimida en la que solidaridad ha desaparecido y los propios agentes de la ley se transforman en criminales por falta de motivación, pues la pura supervivencia se ha impuesto a cualquier moralidad. Esta es precisamente otra de las virtudes del filme, la cual lo diferencia de los thrillers manufacturados en masa por Hollywood, pues aquí el protagonista, al igual que en la notable Memories of Murder (Bong Hong-Jo, 2003), no tiene prácticamente ninguna virtud positiva con la que el espectador pueda identificarse, siendo su comportamiento al comienzo de la película totalmente amoral y egoísta; sin embargo, el desarrollo de la trama lo hace evolucionar hacia otro estado, revelándolo como un personaje multidimensional, algo siempre de agradecer en este género tan poco proclive a la complejidad psicológica como es el thriller policíaco.
Esta evolución se complementa y se cruza con la de su antagonista, un asesino de mujeres impotente que, si bien no pasa de cumplir el papel de villano de la función (tampoco el filme busca causas psicológicas a su comportamiento, no va de eso) no resulta tan exageradamente caricaturesco como el Scorpio de Harry el sucio, y precisamente por ello, por los detalles de su personalidad que el guión y la interpretación del actor van dejando caer (como la manera en que habla a la mujer policía, o la secuencia de la entrevista con el psicólogo), resulta mucho más creíble y terrorífico.
Sin embargo, un guión tan rico y complejo como este se quedaría en la mitad sin una puesta en escena a la altura; afortunadamente en ese apartado Hong-Jin también cumple con nota, y aunque es cierto que por momentos recuerda a otros thrillers coreanos como la mencionada Memories of Murder o la reciente I saw the devil (Kim Ji-Woon, 2010) por su estética lúgubre y decadente dentro de un contexto tan cotidiano que casi roza lo vulgar, el realizador sabe encontrar su propia voz. Planos como el del descubrimiento del siniestro mural de connotaciones cristianas que el asesino esconde en su antigua casa (por otro lado, quizás el único punto discutible de la trama), o el tratamiento que se le da a la subtrama del alcalde y el alborotador, demuestran que el director, aún colocándose de lleno dentro de la corriente de cine-espectáculo de su país, tiene una manera personal de tratar el material que rueda.
Como ejemplo de esto, hay que destacar la realmente valiente conclusión de la cinta, en la que no se opta ni por una defensa abierta de la justicia como medio para castigar a los culpables ni por una exaltación del ojo por ojo, dejando al espectador en una incómoda tierra de nadie en la que se ve obligado a reflexionar sobre temas tan importantes como la validez de la venganza o la necesidad de redención. Y todo ello después de pasar por un desarrollo ágil y dinámico (que no confuso, algo en lo que caen este tipo de thrillers en EEUU) y por uno de los desenlaces más tensos y angustiosos que servidor recuerda haber visto en mucho, mucho tiempo; lo cual le da al filme, sin duda alguna, mucho más mérito, pues consigue conjugar espectáculo y reflexión de manera ejemplar. A ver si unos cuantos realizadores veteranos y consagrados toman nota de ello.
Un antiguo detective convertido en proxeneta descubre como varias de sus chicas desaparecen misteriosamente tras contactar con un cliente. Una vez localizado echa mano de una de sus prostitutas, que tiene una hija pequeña y planea dejar el negocio, para llegar hasta él. Pero lo que podía haberse convertido en una thriller convencional que girara en torno al enésimo enfrentamiento policía vs. asesino adquiere una dimensión nueva e inesperada cuando la policía entra en juego, situación que sirve para poner en tela de juicio el funcionamiento de la justicia en Corea del Sur. Para no desvelar demasiado evitaré entrar en detalles sobre el desarrollo de la trama, pero solamente me gustaría indicar que Hong-Jin consigue representar de manera brillante aquello que Don Siegel ya planteara en los 70 con su Harry el Sucio (1971), que no es otra cosa que la idea de que el mayor problema no es la existencia de psicópatas depravados, pues al fin y al cabo estos pueden contarse con los dedos de la mano, sino la ausencia de un sistema legal y judicial capaz de procesar adecuadamente esas anomalías sociales.
Pero mientras que en el filme de Siegel esta tesis se ponía en escena de manera burda y más como tosca excusa para exaltar al fascistoide protagonista que como auténtico análisis social, en The Chaser el formidable guión nos permite asistir paso por paso al proceso burocrático que acaba poniendo a un asesino en serie en la calle, sin descuidar las referencias a una sociedad deprimida en la que solidaridad ha desaparecido y los propios agentes de la ley se transforman en criminales por falta de motivación, pues la pura supervivencia se ha impuesto a cualquier moralidad. Esta es precisamente otra de las virtudes del filme, la cual lo diferencia de los thrillers manufacturados en masa por Hollywood, pues aquí el protagonista, al igual que en la notable Memories of Murder (Bong Hong-Jo, 2003), no tiene prácticamente ninguna virtud positiva con la que el espectador pueda identificarse, siendo su comportamiento al comienzo de la película totalmente amoral y egoísta; sin embargo, el desarrollo de la trama lo hace evolucionar hacia otro estado, revelándolo como un personaje multidimensional, algo siempre de agradecer en este género tan poco proclive a la complejidad psicológica como es el thriller policíaco.
Esta evolución se complementa y se cruza con la de su antagonista, un asesino de mujeres impotente que, si bien no pasa de cumplir el papel de villano de la función (tampoco el filme busca causas psicológicas a su comportamiento, no va de eso) no resulta tan exageradamente caricaturesco como el Scorpio de Harry el sucio, y precisamente por ello, por los detalles de su personalidad que el guión y la interpretación del actor van dejando caer (como la manera en que habla a la mujer policía, o la secuencia de la entrevista con el psicólogo), resulta mucho más creíble y terrorífico.
Sin embargo, un guión tan rico y complejo como este se quedaría en la mitad sin una puesta en escena a la altura; afortunadamente en ese apartado Hong-Jin también cumple con nota, y aunque es cierto que por momentos recuerda a otros thrillers coreanos como la mencionada Memories of Murder o la reciente I saw the devil (Kim Ji-Woon, 2010) por su estética lúgubre y decadente dentro de un contexto tan cotidiano que casi roza lo vulgar, el realizador sabe encontrar su propia voz. Planos como el del descubrimiento del siniestro mural de connotaciones cristianas que el asesino esconde en su antigua casa (por otro lado, quizás el único punto discutible de la trama), o el tratamiento que se le da a la subtrama del alcalde y el alborotador, demuestran que el director, aún colocándose de lleno dentro de la corriente de cine-espectáculo de su país, tiene una manera personal de tratar el material que rueda.
Como ejemplo de esto, hay que destacar la realmente valiente conclusión de la cinta, en la que no se opta ni por una defensa abierta de la justicia como medio para castigar a los culpables ni por una exaltación del ojo por ojo, dejando al espectador en una incómoda tierra de nadie en la que se ve obligado a reflexionar sobre temas tan importantes como la validez de la venganza o la necesidad de redención. Y todo ello después de pasar por un desarrollo ágil y dinámico (que no confuso, algo en lo que caen este tipo de thrillers en EEUU) y por uno de los desenlaces más tensos y angustiosos que servidor recuerda haber visto en mucho, mucho tiempo; lo cual le da al filme, sin duda alguna, mucho más mérito, pues consigue conjugar espectáculo y reflexión de manera ejemplar. A ver si unos cuantos realizadores veteranos y consagrados toman nota de ello.
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