La reciente publicación en España de Cartas a Margarita y Jorge Camacho (1967-1990), por parte de la editorial sevillana Point de Lunettes, sitúa de nuevo en órbita la marginal figura del poeta y narrador cubano Reinaldo Arenas.
Enmarcado en una prolífica generación, colectivamente afín a la revolución en sus inicios y dividida más adelante entre acomodados voceros del régimen y quienes aceptaron la humillación y el desprecio en defensa de sus principios, la inhumana represión sometida sobre Reinaldo Arenas, el más joven de aquellos que vieron la caída de Batista en 1959, es solo comparable al impacto del caso Padilla, germen de la ruptura entre la intelectualidad y el gobierno de Castro. En el caso de Arenas, fue su triple condición de escritor, disidente y homosexual la que le convirtió en uno de los grandes perseguidos de la (inevitablemente politizada) literatura cubana contemporánea.
Inéditas en España hasta este mes de noviembre, un año y medio después que su edición francesa, la citada correspondencia con los Camacho habla de una amistad sincera y generosa, con un tono auténtico, poético y práctico, como definió su prologuista Zoé Valdés, una especie de ‘making of’ de lo que constituiría su autobiografía Antes que anochezca. En los años de madurez del escritor, censurado y encerrado en Cuba, fue su intensa relación con la pareja la que le permitió publicar ilegalmente sus textos en Francia al extraerlos de manera contrabandista.
La vida de Reinaldo se inició en la más absoluta miseria, entre el fango y la escasez de Aguas Claras (cerca de Holguín, adonde pronto se trasladó), huérfano de padre pero muy unido a su numerosa familia, influenciado especialmente por sus abuelos. Ajeno a la escuela y desde niño con una entregada sensibilidad hacia la palabra y la naturaleza, la infancia marcó rasgos de su carácter personal (siempre distante y pasivo ante la rimbombancia del intelectualismo) y de su literatura: Su peculiar cadencia rítmica, reiterada, similar a su habla, a su poesía. Sin embargo, es al conocer La Habana cuando experimenta la obsesión por lo carnal, la de un hombre continuamente erotizado que le convierte en el escritor del instinto, reflejo del deseo de las playas habaneras exaltadas, gozosas. Y su conocimiento del mar, como elemento de libertad, de infinito, de amante fiel, protagonista principal en su escritura. Celestino antes del alba (1967), en la que exhibe el poderoso mundo imaginativo de su niñez, sería su única publicación en Cuba, preludio de unos años setenta que, durante algunos años, pasaría torturado, en aquellas cárceles para diferentes del castrismo. Y en 1980, el exilio, el éxodo del Mariel, destino Miami y Nueva York. Un falso exilio de dolor y desencanto, ya enfermo de SIDA y con la certeza de que un pobre exiliado carece de valor.
En su sentencia última y unánime obra cumbre, la emotiva autobiografía Antes que anochezca (1990), finalizada días antes de su suicidio en condiciones precarias, plasmó minuciosamente constantes reproducidas en su creación, en una visión tan lírica como amarga, extremadamente personal. La película homónima (Before night falls, 2000, Julian Schnabel), magistralmente interpretada por Javier Bardem, además de aumentar su popularidad mundial, consiguió lavar su imagen en Cuba.
Casi 20 años después de su muerte Arenas sigue sin ser publicado en su país, padeciendo la misma incomprensión que sufrió durante décadas y que le mantiene como el peor enemigo del régimen, como el muerto más vivo de Cuba. Reinaldo Arenas llevó al extremo la salvaje idea de que escribir es lo más importante. Escribir, y no el propio yo, como centro y motor de vida. Escribir para proclamar su: Grito, luego existo.
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