domingo, 6 de marzo de 2011

Hay un cadáver en la 'chaise longue'. Crimen y burguesía en Claude Chabrol.



Campiña francesa, casas solariegas, suculentas herencias, irreprochables relaciones y ascendencias incostentables, visitas de fin de semana a la gran cuidad, buena mesa y exquisita música. Y unos cuantos muertos debajo (o encima) de la alfombra.
Nacido en el seno de una familia burguesa, tanto o más que la fauna que puebla sus filmes, Claude Chabrol se dedicó durante más de cinco décadas y alrededor de unas 60 películas a radiografiar a esa especie tan particular que es la clase alta provinciana francesa. El arma utilizada: la trama criminal. La filmografía de este primo cercano de los cineastas de la nouvelle vague está vertebrada alrededor del crimen. Crimen y burguesía, para ser más concretos.

Establecidas las pautas generales, el espectador novato puede pensar que este señor es un simple imitador gabacho de
Agatha Christie. Nada más lejos de la realidad. Pocas veces nos encontramos con una película de Chabrol en la que el elemento de interés resida en "quién asesinó a Monsieur X o Madame Y" (el clásico whodunit del que hablaba Hitchcock en el famoso libro de Truffaut). Más bien, el cineasta galo procura que el crimen sea una excusa para mostrar los mecanismos e idiosincrasias de los personajes y ambientes que aparecen en escena. En otras palabras, Chabrol hace hincapié en lo que rodea al crimen, no en el crimen mismo. No es porque éste en sí no le interese, sino que le sirve como herramienta primordial para desmontar el mundo de apariencias y moderno boato que es el de las clases pudientes y cultas de la Europa galoparlante. Para Chabrol, el acto criminal es siempre un punto de partida, ocurra éste al principio, en el desarrollo o al final de la película. Es la metodología de investigación con la que se plantea al espectador la posición, las acciones y, sobre todo, la moralidad de los personajes.

Porque Claude Chabrol, también como su colega y colaborador en Cahiers Eric Rohmer, es un "moralista". Sólo que mientras Rohmer expone sus "cuentos morales" utilizando como pretexto los devaneos sentimentales de individuos de clase alta, Chabrol se vale del pretexto de los devaneos homicidas de cierta clase pudiente, normalmente afincada en provincias. Quizás por la aparente superficialidad de los planteamientos chabrolianos y por la (engañosa) ausencia de novedad en su temática, se le ha relegado a un lugar secundario, o al menos, de mera "curiosidad", entre ese informe movimiento que fue la nouvelle vague. De nuevo, nada más lejos de la realidad. Para empezar, Chabrol compartía con sus amigos cahieristas los mismos referentes: la serie B, los cineastas clásicos americanos, las ficciones policiales de quiosco, a los que hay que añadir, en su caso, la admiración por la novela realista y naturalista francesa del XIX (Balzac, Flaubert, Zola).

Todos estos mitos particulares aparecen en el cine de Chabrol, pero su actitud frente a ellos es muy diferente de la de, por ejemplo,
Godard o Truffaut. Mientras que éstos incluyen sus referentes de manera explícita para cuestionarlos o recontextualizarlos dentro de su propio discurso, Chabrol decide adoptar su discurso a la forma de sus referentes, para replantearlos en el fondo. Esto es, podríamos definir sus películas como una serie de crónicas realistas, en las que el crimen aparece como la herramienta de estudio sociológico más adecuada. Balzac mezclado con una particularísima serie B.

Si tuviésemos que buscar un homólogo artístico a Chabrol, sería sin lugar a dudas el gran escritor
Georges Simenon. Como él, mezcla en sus obras unos minuciosos análisis psicológico y descripción de ambientes, propios de la mejor tradición realista, con el armazón de una trama criminal, a veces levísima. Muchas veces se ha comparado la filmografía Chabrol con la de Hitchcock. Si bien es cierto que el parisiense declaró desde sus inicios su fijación por el genio orondo (coescribió con Rohmer en 1957 el primer estudio serio sobre la obra del inglés), la afirmación de que Chabrol es un alquimista francés del suspense hay que tomarla con pinzas.

La concepción del suspense y del crimen en uno y otro difieren en gran medida. Frente a la emoción pura que propone Hitchcock, se antepone la mirada más crítica, cínica y reflexiva de Chabrol. Frente al constante juego con la puesta en escena de Hitchcock, Chabrol responde con una narrativa en la que la naturalidad y la austeridad campan por encima de todo. Ante la clara división que Hitchcock siempre consigue mostrar entre bien y mal, lo moral y lo inmoral, Chabrol siembra de zonas grises la ética de sus historias. Pero fundamentalmente, el espectáculo que ofrecía Hitchcock, con grandes
mcguffins y potentes intrigas, es sometido por Chabrol a un proceso de "silenciado". Lo no dicho, lo oculto, lo sobreentendido, es capital para crear el suspense. Por poner un ejemplo, mientras que Hitchcock arrancaba las mayores cotas de emoción en el espectador con una persecución por el Monte Rushmore, una película de Chabrol suele llegar a su punto culminante con un sencillo "Querida, ¿me pasas el foie-gras?" durante una tranquila y civilizada cena (o eso parece). Esta es, a mi parecer, la mayor virtud de este cineasta, maestro del subtexto y la ambigüedad, características que ha ido potenciando a medida que su carrera avanzaba y su bronco e irregular estilo se iba depurando aún más, si cabe.

Las películas de Chabrol, muy parecidas entre sí, se establecen siempre como mecanismos de relojería, en los que la tensión (o una incierta sensación de desasosiego) va poblando la  narración hasta estallar en un final que no suele suponer un cataclismo o una sorpresa, sino la confirmación de una serie de pulsiones que se habían manifestado bajo la superficie del relato, sin llegar a verbalizarse ni a hacerse explícitas. Las tramas en Chabrol deparan pocas sorpresas. Más que hablar de "lo oculto", en su cine se debería citar "lo latente", algo que está siempre presente, que el espectador puede identificar por pura intuición, pero que nunca se hace tangible hasta el final. Una mirada, un leve gesto, un repentino movimiento de cámara, una frase ambigua... son suficientes para revelarnos que algo ocurre bajo las calmadas aguas de la villa burguesa correspondiente. Algo huele a podrido en la Francia de provincias.

Ambigüedad, generosas raciones de ironía y sarcasmo, perversidad en grandes o pequeñas dosis (dependiendo de la receta que
chef Claude se traiga entre manos), un chorrito de visión crítica de la sociedad (e incluso de voluntad de denuncia) y, por supuesto, gastronomía a mansalva (rara es la película que no incluya una secuencia de comida en la que se degusten algunas perlas culinarias) ; estos son los ingredientes con los que nuestro cineasta obsequia a los espectadores dispuestos a mirar por su atento, pícaro y entomológico microscopio. Los complejos personajes de Chabrol son vistos como insectos, pequeños animales que se revuelven (muy civilizadamente, eso sí) en sus pasiones, contradicciones y mentiras, y a veces, en sus crímenes: criaturas zarandeadas por sus zonas de sombra, sus traumas o sus prejuicios de clase (¿quién no dice que no puedan ser lo mismo?).

Ante la simplicidad de las tramas, no queda más remedio que fijarse en cómo los caracteres se dedican a ocultar sus "pequeñas vergüenzas", como método de defensa básico contra un medio más hostil de lo que su pulcra fachada nos pueda indicar en un primer momento. Estos animales, acorralados en jaulas de cristal, son los que, con su comportamiento, mueven los hilos del relato, aunque no se descarta que el hado trágico (o la mala suerte, si nos ponemos prosaicos) haga su aparición de vez en cuando. La cantidad de matices y medias tintas con que Chabrol pinta a sus criaturas le acreditan como un sensacional creador de personajes y director de actores. Es tan grande en ocasiones el cupo de ambigüedades que al espectador se le hace imposible hacerse una idea de las verdaderas motivaciones o intenciones de Chabrol y de sus personajes sin caer en terreno pantanoso.

Con tanta filmografía a sus espaldas (y habría seguido de no ser por su muerte el pasado año) es inconcebible que al viejo zorro de Claude le saliesen siempre películas redondas. No se puede negar que tiene sus fiascos y hasta algún que otro bodrio. Inevitable, por otra parte. Lo que llama la atención es que a lo largo de una carrera tan dilatada diese de sí tantas obras que rozan la perfección. En cada década (empezando en 1958, con la pionera Le beau Serge) ha dejado no menos de tres películas cuanto menos reivindicables. A tener en cuenta. Por otro lado, se me hace imposible hacerles unas pocas recomendaciones que le hagan justicia a este burgués con reparos. Él mismo declaró que lo que más le atraía del hecho de dirigir cine era eso, el poder dedicarse a su profesión. Por ello no renegó de ninguno de sus filmes. Ni de los más aclamados, ni de los trabajos alimenticios. Un enamorado del cine.

Dicho esto, he de decir que he escrito este post debido a que alguna distribuidora, aprovechando la muerte de Chabrol, se ha decidido a liberarse de parte de su catálogo y ha empezado a sacar en DVD algunas de sus obras memorables de finales de los 60 y principios de los 70, su etapa más aclamada. Son La femme infidele (1969), Accidente sin huella (Que la bête meure, 1969), Relaciones sangrientas (Les noces rouges, 1973) o Une partie de plaisir (1975). Todas parten de un mismo esquema (una infidelidad o un accidente fortuito, un triángulo amoroso...) para hacer un examen de (y a) conciencia a las clases más acomodadas. Puede que los títulos no presagien nada del otro mundo pero, como dice el propio Chabrol, nada es lo que parece.

Por otra parte, si quieren seguir profundizando en la carrera de este demiurgo del crimen, la moralidad, la lucha de clases, las perversiones sexuales y la alta cocina, hay más donde elegir. La radiografía de los universitarios hijos de la élite parisina de Los primos (Les cousins, 1959), su película con más predicamento entre la crítica, El carnicero (Le Boucher, 1970), las adaptaciones de Patricia Highsmith y Gustave Flaubert El grito de la lechuza (Le cri du hibou, 1987) y Madame Bovary (1991), las inquietantes Just avant la nuit (1971), Une affaire de femmes (1988, una rareza en su filmografía, en la que el binomio crimen-burguesía desaparece para dejar paso a una historia de abortos clandestinos en la Francia de Vichy), Merci pour le chocolat (2000) o La demoiselle d'honneur (2004), las sofisticadas comedias Pollo al vinagre (1985, de intrigas pueblerinas) y Rien ne va plus (1997, sobre timadores) o la que considero su suprema obra maestra, La ceremonia (1995), espeluznante retrato psicológico a la vez que aguda metáfora de la lucha de clases.

Para los que quieran comenzar fuerte, nada mejor que este último filme, auténtico tour de force con el que el maestro hacía repaso de sus obsesiones para reinventarlas de manera brillante, planteando al espectador un dilema ante el que es imposible quedarse indiferente.

Difusa moralidad, máscaras, secretos tras la puerta, champagne para el asesino, ¿quién dijo homicidio?, pequeños trastornos y graves consecuencias, visión avinagrada de las relaciones humanas, perversión que late bajo la cotidianeidad más amable. Chabrol aliña con estos componentes una obra deliciosamente turbia, perversamente sutil, eficaz, tensa y mordaz. Un goce. Bon appétit.


Deh vieni alla finestra. Don Giovanni - W.A. Mozart

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