sábado, 12 de marzo de 2011

Tragicomedia del pequeño antihéroe. 'El mundo según Barney' (Barney's version) de Richard J. Lewis.


Desde sus primeros tiempos, la industria del cine recurrió, para rentabilizar sus productos, a fórmulas de "producción en cadena": películas enmarcadas en un género, en unos determinados giros dramáticos, en un cierto tono de la historia... Prototipos que aseguraban que los espectadores fueran al cine sin encontrarse grandes sorpresas, pero sí una buena ración de entretenimiento controlado. Uno de estos prototipos es el que yo llamo la "película de actor". Desde Clark Gable a Arnold Schwarzenegger, de Stewart Granger a Bruce Willis, pasando por Charles Bronson o Steven Seagal, siempre han existido intérpretes que con su sola presencia condicionaban los derroteros por los que iba a transitar el film correspondiente. Como habrá podido observar el atento lector, he citado únicamente a héroes de historias de acción y aventuras. Sin embargo, el plantel no se reduce a ese listado, ni en cuanto a la temática ni, por supuesto, en cuanto al sexo del intérprete (recordemos a las grandes divas femeninas, como Mae West o Marlene Dietrich). Dentro de esta clasificación, hay que señalar un importante sub-grupo que corresponde a los filmes pensados para el lucimiento de un actor, no necesariamente encasillado en un género. Tenemos el ilustre caso del versátil Alec Guinness y su trabajo en la Ealing, o el de Vittorio Gassman en su época de la comedia italiana. Actores de gran capacidad y probada versatilidad que afrontan estos filmes como un particular tour de force.

Barney's version (Richard J. Lewis, 2010) (o El mundo según Barney, Premio del Público en la última edición del festival de San Sebastián), es una película que perfectamente se puede ajustar a lo descrito. Todo en ella gira alrededor de Paul Giamatti. La historia, el resto de personajes... son meras excusas o buenos complementos para el espectáculo central. Nada que objetar. Giamatti, como siempre, lo borda. En esta ocasión, nos ofrece otro personaje marca de fábrica: tipo sencillo, mundano, de apariencia poco amigable, pero de buen corazón en el fondo. La nueva personalidad de Giamatti se llama Barney Panofsky, un judío de clase media de Montreal, con buena mano para los negocios y no tanta para las mujeres, si bien llega a casarse tres veces. La película nos cuenta su bagaje vital, marcado por sus sucesivos matrimonios y algún que otro punto oscuro. Mezcla de drama y comedia romántica, Barney's version se estructura en sucesivos flash-back con los que el protagonista va rememorando, desde su vejez cada vez más senil, todas las etapas de su existencia. La película se encuadra, por tanto, en ese sub-género, tan grato al público anglosajón, que podemos denominar como de "repaso de una vida", con sus consiguientes auges y caídas. El caso que nos ocupa nos muestra a un hombre corriente, de vicios ancestrales y aspiraciones sencillas que, sin comerlo ni beberlo, consigue protagonizar una vida, cuanto menos, rocambolesca. Extranjero bohemio en Roma a mediados de los 70, vuelve a su Montreal natal tras un desgraciado matrimonio. Allí, conocerá a su segunda mujer, una chica rica de respetable familia judía con un máster en Harvard (ella no deja de recalcarlo) con la que se casará. Pero, ah, cosas del destino, encontrará a la mujer de su vida el mismo día de su boda.

Con estos mimbres se edifica una película que extrañará al espectador que se espere una comedia romántica al uso. Para empezar, el protagonista no es precisamente un atractivo seductor sin mácula en su comportamiento. Nuestro Barney es testarudo, egoísta, en ocasiones torpe y con unos fuertes hábitos dipsómanos. Asimismo, la historia no termina de ser todo lo empalagosa que puede parecer, ni todo lo trágica que quiere ser en ciertos momentos. Quizá resida aquí uno de los puntos flacos de la película: no termina de decidirse por ningún tono ni ningún género en concreto, y la transición entre escenas ligeras y escenas de fuerte carga dramática se hace muchas veces excesivamente brusca. El tercer tramo del metraje, perteneciente al tercer matrimonio de Barney, se hace, además, muy largo, sin la chispa ni la magia que, de vez en cuando, animaban el primer (aunque innecesario) episodio y el segundo. "Barney's version" es una historia que avanza a trompicones, con escenas muy bien resueltas frente a otras completamente anodinas. Posiblemente, este handicap se deba a la dificultad de adaptar a guión para la pantalla el libro original del canadiense de origen judío Mordecai Richler, una extensa novela con multitud de tramas secundarias y giros argumentales, imposibles de reflejar por entero en un filme de duración estándar.

Sin embargo, todas estas carencias quedan suplidas en buena parte por la actuación. Giamatti imprime hondura, complejidad y encanto a un personaje que tiene todas las papeletas para cosechar la antipatía del público, pero del que finalmente se acaba prendado. Le siguen un hilarante Dustin Hoffman, en el papel del padre de Barney, un ex-policía corrupto con mucha labia y poca vergüenza, que anima la función cada vez que aparece, y Minnie Driver en el rol de la insoportable, pija y superficial segunda esposa del protagonista. Algunos golpes de humor aislados, un puñado de apuntes satíricos sobre la comunidad judía y un par de escenas de dramatismo bien conseguido hacen de ésta una película agradable, "bonita de ver".

Por supuesto, no es una película trascendental (ni pretende serlo) ni creo que vaya a cambiar la vida del espectador que a ella se acerque, y tampoco la presencia de Giamatti garantiza una experiencia tan gratificante como la de Sideways (Alexander Payne, 2004). Pero Barney's version tiene la virtud de dejar al espectador, una vez finalizada la proyección, un buen sabor de boca (el colofón pelín cursi, pero lindo, ayuda), y sobre todo, da darle la oportunidad de regocijarse, entristecerse o carcajearse, en fin, de identificarse con la figura de este simpático antihéroe, un Jack Lemmon redivivo, capaz de enternecer a la platea con torpeza, buen corazón y un chupito de humildad como eficaces armas. Un anti-galán más cercano a nosotros, pobres mortales, que al arquetipo del seductor hollywoodense, pero que consigue meternos en el bolsillo, y a veces, si hay suerte, hasta ligarse (con esfuerzo) a la chica soñada. Un tipo simpático, a fin de cuentas que, como antihéroe que es, no tendrá un final glamouroso ni espectacular. No obstante, su dignidad y "buena onda" quedarán inmaculadas en el espectador, más allá de las trampas y los fangales a los que condene la ficción a nuestro amable protagonista. Con esto (con Giamatti y su personaje) me quedo de esta tragicómica historia. Larga vida al simpático antihéroe.





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