lunes, 28 de marzo de 2011

Sobre la responsabilidad ética de los creadores: 'Los renegados del diablo' (Rob Zombie, 2005).


Con la reciente polémica a raíz de A Serbian Film (Srdjan Spasojevic, 2010) y la imputación de Ángel Sala, presidente del Festival de Sitges, ha vuelto a saltar al candelero el tema de los límites de lo mostrable en una pantalla de cine. ¿Dónde está el límite de lo que puede ponerse en escena y lo que no? Este debate, que lleva existiendo desde comienzos del cine, aunque seguramente alcanzó su momento de máxima intensidad tras el estreno de La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971), ha envuelto a sociólogos, filósofos, psicólogos, artistas y simples tertulianos sin mucha idea pero con ganas de crear escándalo. Sin embargo a mí me gustaría centrarme en algo un poco más abstracto que los límites de la violencia que es (ética o moralmente, como prefiera llamarse) aceptable representar. Lo que me interesa es el punto de vista que el creador de la obra (ya sea película o libro) fuerza a adoptar al receptor (ya sea lector o espectador), y las consecuencias de esta decisión. Para ello me centraré en una película que he visto recientemente y que me ha impactado sobremanera: me refiero a Los renegados del diablo, película del 2005 firmada por el músico Rob Zombie, fundador del grupo White Zombie para más señas. Pero pongámonos primero en antecedentes.

En 2003 Zombie da el salto del mundo del heavy metal al del cine con la película La casa de los 1000 cadáveres, que supone una delirante y gozosa incursión en el cine de terror más desatado y referencial, una espectáculo posmoderno con el que Zombie se propuso reescribir en clave de comedia negra la truculenta mitología de la América profunda implantada por la mítica La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974). De este modo el rockero se adelantó unos años a Quentin Tarantino y Robert Rodríguez en su proyecto Grindhouse (2007; proyecto para el cual, por cierto, dirigió unos de los falsos trailers que servían de bisagra entre las dos piezas centrales) a la hora de homenajear/parodiar/imitar las películas de serie B (o Z), naturales habitantes de grasientos cines de barrio, que llenaron su adolescencia. La casa de los 1000 cadáveres funciona durante gran parte de su metraje dando la vuelta a los tópicos de esta clase de cine, pervirtiendo los ya conocidos estereotipos de la familia de paletos psicópatas, los jovencitos desprevenidos que meten las narices donde no deberían o la incompetente autoridad, y sólo se desinfla en su tramo final, en la que el homenaje pierde la mala baba que poseían hasta ese momento y se convierte en un cansino y algo vulgar paseo por una barraca del terror. Sin embargo, y a pesar de sus irregularidades, se trata de una película injustamente olvidada que vale la pena reivindicar, aunque sólo sea porque en cierta manera se adelantó al cacareado proyecto del dúo Tarantino/Rodríguez.

Dos años después de La casa… Zombie se embarcó en una secuela no oficial de esta última, la cual recuperaba a la familia protagonista con unas intenciones bastante diferentes… Recordemos brevemente el argumento: la familia Firefly, tras años cometiendo secuestros, torturas, violaciones y asesinatos en su casa perdida en medio de la nada, es asaltada por un batallón de policías comandado por el hermano de una de las víctimas de la anterior película. La matriarca es detenida y dos de los hijos huyen, buscando reunirse con el ausente patriarca, que resulta ser uno de los personajes secundarios de La casa de los 1000 cadáveres, el siniestro payaso conocido como Capitán Spaulding. A partir de ese momento se suceden una serie de secuencias en las que los Firefly pasan de ser sádicos verdugos a indefensas víctimas a manos del sheriff sediento de venganza.

La principal diferencia de Los renegados del diablo respecto al anterior filme de Zombie es la estructura, pues esta ya no responde a los cánones del cine de terror sino a los de la road-movie, más concretamente a la que tiene como protagonistas a forajidos al margen de la ley. La segunda diferencia, que supone la clave de este artículo, es el tono: y es que la manierista La casa…, plagada de delirantes insertos visuales y violentos cambios de género tan propios del cine posmoderno, deja paso a una puesta en escena mucho más clásica y a un estilo seco que, exceptuando un par de momentos (los créditos iniciales y la escena final), se centra en narrar la historia de la manera más clara posible, involucrando al espectador en la acción mediante los recursos habituales del cine clásico (búsqueda de la empatía con los personajes a partir de la plasmación de unas reacciones emocionales con las que resulte fácil identificarse, creación de tensión mediante la alternancia de acciones paralelas…) y reduciendo al mínimo los elementos distanciadores que puedan invitarle a reflexionar sobre lo que está viendo.

Esto último no es nada especial o destacable de por sí: una enorme cantidad de cintas lo hacen, incluyendo prácticamente todo el cine clásico estadounidense, y muchas de las películas más alabadas de todos los tiempos. Sin embargo, hay una diferencia que me llama mucho la atención en esta película, y es, por llamarlo de alguna manera, el “objeto” sobre el que se aplica esta puesta en escena y este tipo de narración: y es que los miembros de la familia Firefly son, sin ninguna ambigüedad, seres despreciables, gentuza de la peor calaña, malvados 100%. No estamos hablando de antihéroes o personajes de comportamientos dudosos, como el Harry Callahan de Clint Eastwood o los personajes de Sam Peckinpah, ni siquiera de criminales amorales como los protagonistas de algunos filmes de Quentin Tarantino, sino de auténticos monstruos humanos que torturan y matan por simple diversión. Es decir, el prototípico villano de película de terror, convertido en protagonista de la función.


Esto no es algo nuevo, desde luego. Stanley Kubrick y Oliver Stone ya llevaron a cabo una operación parecida en sus respectivas películas La naranja mecánica y Asesinos Natos (1994), en las que los “malos” pasaban a ser protagonistas y objetos del seguimiento del espectador. La diferencia entre estas y la obra de Rob Zombie es que el tono de ambas era deliberadamente excesivo y caricaturesco, tanto en la puesta en escena (la ambientación “futurista” de La naranja mecánica, los ralentizados y la banda sonora de las secuencias de ultraviolencia, que acaban perdiendo su sentido original y convirtiéndose en ritualizadas estilizaciones que poco tienen que ver con la realidad; el histérico montaje de Asesinos Natos, que se apropia impúdicamente de las formas de la televisión, el videoclip y el cine) como en la caracterización de los personajes (visiblemente caricaturesca en ambas, aunque, dentro de lo grotesco, la película de Kubrick es más sutil que la ultra-efectista propuesta de Stone), mientras que Los renegados del diablo juega la baza de un realismo sucio y áspero, el cual puede apreciarse tanto en la descripción del contexto y de los personajes como en la plasmación de sus reacciones. No hay distanciamiento irónico, no se parodia ni exagera las situaciones para que puedan entenderse como metáfora o distorsionado reflejo de la realidad; pero es que tampoco se limita a mostrar los hechos desde la distancia, sino que busca la activa identificación del público con los monstruos; ¿por qué sino esas escenas en las que vemos a los psicópatas viviendo situaciones tan cotidianas como inofensivas?, ¿por qué esa insistencia en el dolor de los asesinos cuando son torturados por el sheriff? Se puede alegar que Zombie pretende hacer reflexionar sobre la ambivalencia de nuestra empatía, que primero centramos en las víctimas de los Firefly y luego en la propia familia, pero encuentro su discurso demasiado centrado en componer una narración clásica (en cuanto a la expectación que se pretende crear con el confrontamiento entre los personajes o los giros “inesperados” que dan un vuelco a una situación aparentemente finiquitada) para plantearme esa posible intención como algo más que un desvarío de teórico con mucha imaginación.

Es por todo ello que concluyo que el realizador pretende que nos identifiquemos con los psicópatas, lo cual, por sí mismo, tampoco me molestaría demasiado; pero lo que más me perturbó de esta película, lo que me hizo sentir incómodo cuando aparecieron los títulos de crédito, es esa secuencia final, que supongo un homenaje a Peckinpah y su Grupo Salvaje (1969) y que encuentro de un mal gusto enorme. Y es que, y aquí va la pregunta comprometida, ¿tiene algún sentido ensalzar de una manera tan evidente (por los ralentizados, por la canción que suena como fondo, por el hecho de que la violenta conclusión no se muestre…) a una gentuza de esa calaña? Y que conste que no me opongo a centrar una historia en seres que en la vida real consideraríamos despreciables: ahí están, por poner dos ejemplos, Lolita (Vladimir Nabokov, 1955) y Te doy mis ojos (Iciar Bollaín, 2003), dos obras en las que se intenta generar cierta empatía, o al menos comprensión, hacia un pederasta y un maltratador, respectivamente. La diferencia es que en ellas se plasma sus comportamientos como una carga a soportar y se analizan las causas (tanto exteriores como interiores) de los mismos, primer paso para solucionar el problema, mientras que en Los renegados del diablo no hay ninguna intención de criticar o comprender las despreciables acciones de los protagonistas, y la única idea que desde la puesta en escena se lanza es, en la secuencia final, un ensalzamiento de los asesinos y de su libertad personal (¿?) en oposición a la autoridad que intenta detenerles (que la autoridad comete y ha cometido siempre injusticias y tropelías es un hecho, pero en este caso no hay absolutamente nada que reprocharle). Conclusión: nihilismo absoluto, el mal por el mal, sin término medio ni asidero al que poder agarrarse.

No quiero que se me malinterprete: estoy a favor de la libertad de expresión, no propongo que se coarte o censure a los autores, pero me gustaría formular una pregunta que no me deja de rondar la cabeza desde que ví Los renegados del diablo; ¿qué necesidad hay de que exista esta película? Sé que a priori la pregunta parece absurda, pero especificaré más: ¿con lo mal que está el mundo (y aunque no lo estuviese) aporta algo a alguien rodar este filme, gastar tanto talento, esfuerzo y tiempo en componer este discurso? Porque la película es brillante cinematográficamente, eso no lo discuto, y precisamente por eso el resultado me repugna más que si se tratara una cinta mediocre. Porque la deslumbrante forma tapa un fondo carente de horizontes morales o de cualquier idea que valga la pena, más allá de un nihilismo tan cool como gratuito. Y es que, volviendo al primer párrafo de este texto, considero más grave una película como esta que una en la que se muestre con toda explicitud la violación de un bebé recién nacido, por más que resulte más fácil escandalizarse ante lo segundo.

A favor de la libertad creativa, pero también de la responsabilidad de los autores. Que cada uno opine lo que quiera, pero espero que este artículo al menos sirva para hacer reflexionar. Muchas gracias, y al que no esté de acuerdo siempre puede expresarse en las simpáticas casillas de debajo…

5 comentarios:

  1. Muela, guerrero. No sé si estoy de acuerdo del todo contigo, pero rompo una lanza en favor de tu arrojo. Estupendo artículo

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  2. Me parece un estupendo y audaz artículo, y sin embargo, en el último tramo caes en cierta estrechez de miras y en un conservadurismo algo miope. Ya hablaremos de ello, pero la película ni ensalza ni deja de ensalzar: contempla una forma de vida atroz y, creo que es bastante evidente, juega con el apego-desprecio que, de no ser por ciertas nociones morales preestablecidas, tú mismo habrías sentido por estos despreciables personajes. Creo que es un ensayo muy inteligente sobre los principios de empatía e identificación como motor anímico de toda una tradición cinematográfica. Lo ratifican sus referencias, que van de Ford a Peckinpah, que hicieron de sus antihéroes hombres de principios, y por tanto, seres eminentemente morales. La peli de Zombie sondea los límites de la identificación y el peligro moral al que nos enfrentan sus mecanismos: ¿hasta qué punto, en la historia del cine, no hemos compartido las tragedias de determinados personajes sólo porque el director ha ejercido una manipulación directa sobre nuestra percepción para que lleguemos a empatizar con ellos? Pensemos en El manantial, de Vidor, una película moralmente execrable que persigue nuestra adhesión a través de la identificación con el protagonista. De alguna forma, Los renegados del diablo es una réplica agudísima y brutal a un clasicismo a cuyo lenguaje se adscribe solamente para dinamitar sus cimientos.
    Y precisamente, partiendo de tus nociones de moralidad no hay nada más "inmoral" -qué poco me gusta el término- que reducir una tragedia humana a un espectáculo de feria, a la pura y dura parodia, que es lo que hace La casa de los 1000 cadáveres. No hay mayor banalización de la violencia (no es que yo piense así, ojo) que transmutar a los seres humanos en ridículas marionetas sufrientes. Y no es difícil ver lo premeditadamente plana que resulta la familia de esta película: monstruos que hacen del sufrimiento del prójimo su razón de vivir y que, sin embargo, se enfrentan a una igualmente despreciable autoridad... Y la parte paródica, aunque atenuada, está igualmente presente: siguen esas referencias casi obsesivas a personajes interpretados por Groucho Marx. Su libertad indomesticada, por otro lado, supondría toda una catástrofe para el ser humano. Si en algo estoy de acuerdo contigo es en una palabra: nihilismo. En La naranja mecánica, conmueve que el personaje recupere, finalmente, su libre albedrío, aunque este posibilite que vuelva a inclinarse por un gozo hedonista a través del sufrimiento ajeno. Sin pretenderlo, deseamos que sus fechorías prosigan, y no podemos cerrar los ojos ante ellas.

    Está todo muy bien descrito, pero me sorprende que las conclusiones sean tan obtusas... Sin ofender, querido David.
    Te recomiendo, igualmente, este artículo:
    ¡Un abrazo!

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  3. Ignacio, macho, a ver cuando salimos de casa.

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  4. Y tu proclamas la libertad de expresion???? eres un crack compañero, y despotricas de esta pelicula a tus anchas, y luego sueltas esa aberracion de que la violacion de un bebe en la pelicula de a syberian film, no es tan grave como el contenido moral de los renegados del diablo, mucho discurso y politiqueo que me indigna, lo unico que intentas es censurar la libertad creativa como tantos otros que lo hacen con peliculas, videojuegos, etc... y luego intentas embellecerlo diciendo que la puesta en escena, que la calidad en si es buena, que bla bla bla.... intenta ahorrarte el discurso para peliculas de disney, y clasicos de los de antes, si ha alguien tendrian que censurar, seria alguno de tus articulos,

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